La poeta uruguaya Ida Vitale no cesa de ser premiada.
Hace unos meses recibió nada menos que el Premio Cervantes (algo así como “el Nobel en castellano”, como dicen algunos).
Ahora, días pasados, como cierre de la 42º Feria del Libro de Montevideo, fue declarada “Ciudadana Ilustre”.
Como homenaje a ella valen estas palabras escritas hace algún tiempo por el crítico literario Pablo Rocca.
Es un brevísimo fragmento del prólogo a la Antología de Ida Vitale titulada “Fieles” (Ediciones de la Banda Oriental, 2000), preparado por Rocca:
“Pocos ejemplos se encuentran por estas latitudes de coherencia y lucidez como el de ida vitale (Montevideo, 1923).
Desde La luz de esta memoria (1949) y aún antes, en olvidados textos juveniles, mostró un claro y raro dominio del oficio de escribir.

Se destacó –también tempranamente- como crítica y traductora de literatura de diversas lenguas; ha participado en congresos y lecturas de poesía; fue convocada en varias ocasiones a integrar jurados internacionales; su labor ha sido reconocida en todo el mundo de lengua española y, cada vez más, fuera de él.
Luego de una década vivida en México –donde debió exiliarse en 1974, junto a su esposo, el poeta Enrique Fierro-, después de un corto retorno uruguayo, Ida se ha radicado en Austin (Texas), donde sigue trabajando sin pausas.
Y aunque no se haga notar (aunque algunos no lo quieran notar), pasa en Montevideo alguna época del año.
A más de medio sigo de su irrupción en un medio cultural uruguayo agitado y renovado, el de Marcha, el de los teatros independientes, el de los cine clubes, el de las revistas literarias como Clinamen (1947-48), en la que ella misma tuvo una participación fundamental, Vitale publicó Léxico de afinidades (México, Vuelta, 1994).
Con este libro introdujo nuevas herramientas y recursos que marcaron un cambio de dirección en su obra ceñida.
Pero fue un cambio para permanecer, porque según ella misma define a la poesía: “las palabras son nómades; la mala poesía las vuelve sedentarias”…”.