El sector empresarial de Salto y su región, al igual que en el resto de América Latina y el Caribe, enfrentan lo que llamamos la paradoja de la innovación, situación en la cual se invierte poco en innovación tanto del sector público como privado a pesar de que se observen oportunidades de negocios con un atractivo retorno económico. A partir de lo anterior, cabe preguntarse cuál es la causa que origina dicha situación; empresas que no hacen lo que debería de hacerse y por otra parte, gobiernos nacionales que no necesariamente dedican un porcentaje alto en comparación con los países desarrollados según la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Si vivimos en una época de cambios, parecería evidente que la innovación es sobre todo un antídoto para que los empresarios se adapten a la volatilidad política, económica y social de nuestros días.
Si tú tienes una manzana y yo tengo una manzana y las intercambiamos, entonces ambos aún tendremos una manzana. Pero si tú tienes una idea y yo tengo una idea y las intercambiamos, entonces ambos tendremos dos ideas.
George B. Shaw
Con una sencilla cita de Shaw es que pretendimos iniciar el primer artículo del año, resulta con ella nítida una primera noción de que el intercambio de bienes materiales sin valor tiene un valor inferior a la sinergia generada a partir del compartir conocimiento e ideas, innovación. No obstante, dicho resultado superior a la suma de las partes no necesariamente se da de manera natural sino que la existencia de una paradoja, una dicotomía, genera una barrera.
El objetivo del presente artículo de Link de Diario El Pueblo es invitar al lector a reflexionar sobre las relaciones entre los cambios del mundo actual y la importancia de una eficiente articulación del sector público, sector privado y academia para lograr una mejora de la eficiencia con la que se invierte en innovación.
Apuntes sobre el mundo actual: de dónde salimos
Iremos de lo más general a lo más específico. La innovación no es un capricho sino que la imperiosidad de su “derrame” se enmarca dentro de un contexto político, social y económico. Podríamos decir sin temor a equivocarnos que durante las últimas décadas, de manera más específica desde la finalización de la segunda guerra mundial el bienestar de la sociedad en su conjunto ha crecido de manera considerable. Bastará con analizar la evolución de variables socio-económicas tales como la esperanza de vida, el producto interno bruto de los países, el porcentaje de pobreza, entre otros aspectos.
Quizás el surgimiento de una nueva institucionalidad, marcada de manera muy profunda por la creación de las Naciones Unidas (ONU) u organismos multilaterales tales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha incidido en un nuevo orden mundial que ha pregonado a favor la paz a pesar de la existencia de conflictos bélicos en algunas zonas geográficas o el mismo desarrollo económico y social de las naciones aunque las brechas entre los territorios sean parte del paisaje internacional.
No obstante, estamos más que en una época de cambio, en un cambio de época. Aunque seamos optimistas sobre el porvenir, no dejan de ser ciertos los desafíos económicos, políticos y sociales que tienen regiones como la nuestra. Las inflexiones respecto a los motores del crecimiento han pasado de los viejos paradigmas que los “encuentran” en la tierra, el capital y el trabajo para pasar a “ubicarse” en cuestiones como la innovación, la adecuación tecnológica y la apertura al mundo.
Las nuevas realidades llevan a poner en el top 3 de la agenda pública relacionada al desarrollo, a los desempeños que tienen los países en relación a los esfuerzos en pos de agregar valor a las cadenas productivas a través de la digitalización, la calidad y la incorporación de conocimiento.
Es justamente en el incierto, cambiante y complejo mundo que vivimos que la innovación termina siendo algo más que una palabrita de moda; es lo que diferencia a las regiones más modernas de las que pierden o han perdido el tren.
Desde el cambio cualitativo de las estructuras sociales, de manera específica en relación al crecimiento de una clase media que de acuerdo a datos del Banco Mundial está cercana al 42% a nivel internacional, el traspaso del poder económico de occidente a oriente con el silencioso e imparable ascenso de China e India, el aumento de los nacionalismos o la llegada al poder de liderazgos en Estados Unidos, Brasil y Argentina que no necesariamente apuestan a estructuras de integración multilaterales, al crisis de Venezuela; pocos o demasiados, lejanos o cercanos, todos cambios en las reglas del juego que parecería ilógico que no lleven a que la adaptación a los mismos sea un más que una oportunidad un deber para los empresarios.
Romper esquemas: el desenlace
A comienzos del siglo XX era normal razonar que el aumento de la rentabilidad podía darse elevando el precio de los productos, al fin y al cabo los mercados poco competitivos comparativamente a los de actualidad llevaron a que la elasticidad precio-demanda sea muy baja, a mayor precio, la demanda no necesariamente bajaba de manera pareja sino en una menor proporción.
El paso de los años llevó a que con la llegada de nuevos competidores, termine siendo la reducción de la estructura de costes el mejor camino para generar ganancias. No obstante, fueron necesarias luego estrategias de fijación de precio o también conocidas como la aplicación de pricing las que llevaron a que la relación entre el costo variable unitario y el precio de los bienes y servicios sea óptima.
Lo dicho en los anteriores dos párrafos, en la actualidad, ha perdido mucha vigencia puesto que el arribo de la globalización ha obligado al empresario a tener que romper esquemas o dicho de otra manera innovar, hacer cosas nuevas que agreguen valor, sin ello la probabilidad de quedar marginados del mercado es alta.
Las buenas noticias son que se sabe empíricamente que la instalación de un nuevo canal de comercialización por medio de un sistema de e-commerce lleva a que aumenten las ventas de un modelo de negocios y se mejora la experiencia de compra del segmento de clientes. De igual modo la puesta en funcionamiento de un sistema de Planificación de Recursos Empresariales (ERP) favorece la eliminación de costos operativos que no agregan valor a los bienes y servicios que se ofrecen y a su vez permite que se mida de mejor forma el desempeño de los procesos. No obstante, por alguna u otra razón se dan anomalías que llevan a que no necesariamente se decida invertir en innovación por parte del empresario.
Si bien el crecimiento de un emprendimiento se vincula de manera muy estrecha con su capacidad de innovar dentro del mercado y a partir de allí, mejorar la mejora de la productividad y competitividad es una consecuencia natural, lo cierto es que romper con el status quo empresarial no es tarea sencilla ni mucho menos; innovan unos pocos. Mucho más complejo es gestionar los cambios cuando las cosas andan bien y aparentemente, no es urgente agregar valor o repensar el modelo de negocios; las cosas siempre se hicieron así, no inventemos la pólvora.
Dudas previas a innovar: cuestionar lo que nos frena
Es provocador hacernos un par de preguntas que permitan clarificar de mejor forma la paradoja de la innovación, de hecho es justamente la dicotomía del costo-oportunidad lo que lleva a que el empresario se frene y posponga su decisión.
¿Quién debe asumir el riesgo de invertir en innovación? ¿Debo preocuparme si mi competencia directa es “chata” y poco agresiva?
No es casualidad que tanto el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) afirmen a través de ámbitos de diálogo, publicaciones e investigaciones sobre la importancia que tiene el entorno institucional; fundamentalmente desde el sector público para apoyar al sector empresarial en la carrera de la innovación.
De forma “cotidiana” los aliados estratégicos en la aventura de hacer cosas nuevas los podemos encontrar en las ventanillas abiertas que nos ofrecen organismos estatales tales como la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) o la Agencia Nacional de Desarrollo Económico (ANDE).
La transformación productiva, termina siendo un imperativo que requiere un cambio de paradigma que trae consigo un nuevo tipo de empresas y con ello, la demanda de mano de obra calificada, alternativas de financiamiento y subsidios que incentiven la innovación, todos ellos cubiertos por una fuerte batería de políticas públicas que permitan compartir los riesgos y generar sinergias institucionales teniendo como norte la mejora de la productividad y competitividad.
Adoptantes y difusión: hacia dónde vamos
A modo de conclusión, si nos remitimos a la teoría y la vinculamos con lo mencionado, no es tan descabellada, de hecho entendible la paradoja de la innovación: entre que innovamos y encontramos un retorno, la gestión de riesgos en entornos inciertos y la forma en que la competencia copia, genera en el empresario la duda sobre “el verdadero negocio” de invertir en innovación. De manera más ilustrativa, Everett Rogers en el año 1962 publicaría un libro titulado Difusión de innovaciones, en el cual argumenta que toda idea innovadora atraviesa un proceso de conocimiento de la misma, persuasión sobre su uso, decisión de adquirirla, implementación y confirmación en la adopción de la misma.
Si lo anterior es cierto, el gran partido se juega respecto a los adoptantes y a partir de eso, como emulando una Campana de Gauss el porcentaje de la cuota de mercado aumenta de manera progresiva y luego disminuye desde los innovadores, los primeros seguidores, la mayoría precoz, la mayoría tardía y los rezagados: para innovar hay que sensibilizar, gestionar, articular y medir el valor creado por las empresas al innovar.
Lic. Nicolás Remedi Rumi