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martes, diciembre 30, 2025
Columnas De Opinión
Alejandro Irache
Alejandro Irache
Licenciado en Psicología por la Universidad de la República(UDELAR). Habilitado por el Ministerio de Salud Pública (MSP). Atiendo a adolescentes y adultos, con foco en procesos de angustia, depresión y crisisexistenciales. He complementado mi formación con estudios en psicología laboral, selección de personal IT, psicología del deporte y salud mental grave,realizados en la Universidad de Palermo y en el Centro Ulloa (2024).

La otra cara de las fiestas de fin de año

Cómo la presión festiva, la comparación social y los duelos no resueltos profundizan el malestar emocional en jóvenes y adultos mayores durante las fiestas en Uruguay.

Las festividades de fin de año prometen reparación colectiva y, al fracasar en cumplir esa promesa, activan una estructura de angustia y melancolía que no es meramente transitoria, sino constitutiva de la identidad de quienes la padecen. No se trata de una tristeza pasajera ni de un “bajón” estacional, sino de una experiencia que deja huella, que se inscribe en el yo como una confirmación silenciosa de la propia insuficiencia.

En Uruguay —país que figura alto en índices subjetivos de bienestar y, sin embargo, presenta tasas de suicidio persistentemente elevadas— esta contradicción adquiere una intensidad clínica y simbólica singular. La “alegría obligatoria” opera como mandato cultural. Allí donde el sujeto no logra encarnar el ideal festivo, emerge el falso self —Esto es la estructura defensiva que una persona desarrolla desde la infancia para proteger su verdadero ser de un entorno que no fue lo suficientemente receptivo a sus necesidades, adaptándose a las expectativas externas en lugar de a sus deseos genuinos, lo que genera una sensación de vacío, irrealidad y falta de autenticidad —como estrategia de supervivencia, y la decepción esperable se transforma en identificación melancólica con la falla. Los datos epidemiológicos y los marcos teóricos que aquí se despliegan permiten pensar esta fractura como un fenómeno intersubjetivo y social, no reducido a la psicopatología individual.

La angustia, soledad y malestar…

El primer movimiento interpretativo exige distinguir duelo de melancolía y reconocer la operación de la introyección: cuando la pérdida (real o simbólica) no se elabora, se incorpora al yo como rasgo identitario. Freud describió la melancolía como una fijación narcisista que dirige contra el self la ambivalencia irresuelta; Melanie Klein añadió que la incapacidad para tolerar la ambivalencia impide la labor reparadora y consolida la culpa reactiva. En el escenario festivo, la expectación colectiva (reparación, reencuentro, renovación) actúa como detonante: la experiencia fallida —una cena que no repara, una pareja que no se reconcilia, la ausencia de quienes murieron— no queda como tristeza transitoria sino que se interioriza como prueba de insuficiencia personal.

La demanda de performance (ser alegre, ser disponible) activa y fortalece el falso self. El verdadero self —esa vivencia de agencia espontánea y reconocimiento— queda sofocado; el sujeto se vuelve observador de sí mismo, obligado a interpretar una emoción ajena. Esa contradicción clínica explica por qué la tristeza post-fiesta puede ser más corrosiva que la tristeza cotidiana: no solo se pierde algo, sino que se certifica, ante la mirada social, la propia incapacidad para “funcionar” en el rito de la cohesión.

El silencio después del brindis

Hay un momento particularmente elocuente: cuando la fiesta termina y el ruido se apaga. Allí, en ese silencio posterior al brindis, muchos sujetos se enfrentan a una sensación de vacío que no estaba antes. La fiesta no crea el malestar; lo revela. Y al hacerlo, lo vuelve más difícil de soportar.

La angustia que sigue a la fiesta no es un síntoma aislado: la “alegría obligatoria” instituye un das Man festivo —un “se debe” colectivo— que anula la singularidad. Heidegger nos recuerda que la angustia abre al abismo del sentido; aquí, ese abismo se hace visible cuando la promesa de renovación choca con la finitud y la irreversibilidad del tiempo.

La Teoría de la Comparación Social en la Era Digital

La Teoría de la Comparación Social, revisitada en el contexto de la hiperconectividad actual, ofrece un marco explicativo crucial. Durante el fin de año, la exposición a representaciones idealizadas de felicidad familiar y éxito social en redes sociales incrementa la percepción subjetiva de soledad y fracaso. Investigaciones recientes indican que la comparación social ascendente —compararse con quienes parecen estar «mejor»— durante las festividades es un predictor significativo de estrés psicológico y disminución del bienestar subjetivo. La «norma prescriptiva de felicidad» genera una segunda capa de malestar: la culpa por no sentirse feliz cuando se supone que uno «debería» estarlo.

Grupos vulnerables en el período festivo

Los datos señalan con claridad dos grupos particularmente expuestos: adultos mayores y jóvenes. Para los primeros, la fiesta reactiva pérdidas acumuladas, duelos no resueltos, colapso de roles. Para los segundos, evidencia la precariedad de las transiciones vitales: empleo inestable, proyectos frágiles, vínculos líquidos.

A ello se suma la figura del cuidador, atrapado en una paradoja: se le exige crear celebración mientras sus rutinas de sostén se interrumpen. La fatiga por compasión se intensifica, y la melancolía queda sin salida simbólica.

El análisis identifica dos grupos con riesgo elevado en períodos que incluyen fin de año: adultos mayores (≥85 años) y jóvenes de 20–24 años. Para los ancianos, la fiesta reactiva pérdidas acumuladas y el colapso de roles comunitarios que antes otorgaban sentido; para los jóvenes, evidencia la precariedad de transiciones (empleo, relaciones, proyectos vitales). Además, la figura del cuidador —familiar o profesional— sufre una intensificación paradójica: se le exige crear celebración mientras sus rutinas no se interrumpen, quienes cuidan deben sostener la alegría ajena, incluso cuando están exhaustos, generando fatiga por compasión y melancolía sin salida. Estas condiciones requieren intervenciones que trasciendan la terapia individual y atiendan a la estructura de demanda relacional.

Implicancias clínicas

A nivel intrapsíquico, trabajar la diferenciación de expectativas —hacer conscientes las promesas interiorizadas—, tolerar la ambivalencia y fomentar actos modestos de autenticidad que permitan al verdadero Yo expresarse. A nivel relacional, promover espacios de negociación familiar donde se acuerden expectativas realistas y se elabore duelo no procesado; sostener específicamente a cuidadores mediante apoyos prácticos y psicoeducación. A nivel institucional, es imprescindible desactivar el mito de la “Fiesta perfecta” mediante campañas que normalicen la dificultad y, sobre todo, garantizar servicios de salud mental disponibles en el período post-festivo, cuando el riesgo aumenta. Ninguna de estas medidas es mágica: su efecto reside en modificar el contexto que convierte el fracaso ritual en sentencia identitaria.

Conclusión

La experiencia de malestar alrededor de las fiestas funciona como lente: permite ver cómo tensiones individuales (duelo no resuelto, falso self), existenciales (inauthenticidad, desesperación) y sociales (anomia, erosión de redes) se ensamblan en una dinámica de fragilidad ampliada. Pensarla exclusivamente como “estación de tristeza” es minimizar su carácter estructural; considerarla solo como circunstancia sociológica es perder la profundidad clínica. El reto consiste en crear prácticas que restauren traducción —es decir, que conviertan promesas en procesos simbolizables— y que reconstruyan marcos colectivos que hagan sostenibles los deseos humanos.


Preguntas

¿Es normal sentirse peor después de las fiestas?
Sí. No es solo normal, sino clínicamente comprensible, dado el colapso entre expectativa y experiencia.

¿La tristeza post-festiva es depresión?
No necesariamente. Puede ser expresión de duelo, melancolía o angustia, aunque requiere evaluación si persiste.

¿Por qué afecta más a algunas personas que a otras?
Porque interactúan factores personales, históricos y sociales: pérdidas previas, redes de apoyo y mandatos internalizados.

¿Cómo se puede prevenir este malestar?
Desmitificando la fiesta, ajustando expectativas y fortaleciendo redes de cuidado antes y después del período festivo.

¿Qué rol tienen las políticas públicas?
Un rol central: garantizar acceso a salud mental, campañas de sensibilización y sostén comunitario real.

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