Vivimos en la era de la tolerancia a conveniencia. Hoy, decir lo que uno piensa no es un acto de libertad, sino una apuesta arriesgada: si tu opinión no coincide con la de ciertos grupos protegidos, inmediatamente eres etiquetado, ridiculizado o señalado como ofensivo. La ofensa, curiosamente, está reservada para unos pocos elegidos; el resto debe callar y caminar sobre huevos para no ser condenado por adjetivos descalificativos que definen, en realidad, la moralidad parcial de quienes ejercen la censura. Defender la propia forma de pensar se ha vuelto un acto subversivo, salvo que coincida con la narrativa dominante.
El problema no es que se exija respeto: el problema es que quienes lo exigen lo aplican de manera selectiva. La tolerancia se ha convertido en un arma: se practica solo con quienes comparten la misma visión y se niega a quienes disienten. Quien pretende que se le respete debería comenzar por respetar a los demás. Sin esa reciprocidad, lo que se proclama como libertad se transforma en una tiranía de la corrección moral y la superioridad ética.
La prensa y las redes sociales reflejan y amplifican esta dinámica. Los juicios rápidos, las hogueras virtuales y las condenas públicas han convertido la opinión en un riesgo calculado. La verdad se fragmenta y se parcializa, mientras los nuevos guardianes de la rectitud deciden quién merece hablar y quién debe callar. Es una inquisición moderna, con hashtags y likes, donde la diversidad de pensamiento es aplastada por el miedo a la exclusión y la humillación digital.
Si queremos libertad real, debemos reaprender a mirar a los demás como personas y no como enemigos. Dejar de obsesionarnos con sus preferencias políticas, sexuales o religiosas y comenzar a ver la discusión como herramienta de entendimiento y no de confrontación. Reconocer que quien piensa distinto puede ser interlocutor, no enemigo; que el patrón puede ser un aliado y el empleado un socio. Pensar antes de hablar, escuchar antes de juzgar, y sobre todo, respetar antes de exigir respeto. Solo entonces la tolerancia dejará de ser un pretexto para la censura y la libertad volverá a ser algo más que un eslogan vacío.
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