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miércoles, 2 de abril de 2025
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La batalla cultural

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Liliana Castro Automóviles
Diario EL PUEBLO digital
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Los acontecimientos culturales (en especial presentaciones de libros, obras teatrales, conciertos, conferencias, etc., así como el recuerdo de viejas obras literarias o personalidades del arte en general tanto a nivel local como nacional y universal) siempre me interesaron. De hecho, cuando empecé a escribir en EL PUEBLO, hace más de 15 años, lo hice precisamente en la sección Cultura. Y el primer programa de radio que tuve fue «Tiempo de Cultura». Siento que siempre he dado una batalla, con aciertos y errores por supuesto, a favor de difundir aquello que, en mi opinión, es esencial en la vida de una sociedad, aunque difícilmente sea título principal de un medio de comunicación. Se entiende: el mayor interés de los ciudadanos transita por otros carriles y no preciso que me lo expliquen, simplemente lo compruebo cada mañana en la radio, cuando los oyentes de continuo me piden que lea la crónica policial de las últimas horas (y más, cuanto más aberrantes sean los hechos que esta puede contener). Lo cierto es que me ubico en Salto y pienso que si bien me siento satisfecho porque a lo largo de estos años he difundido miles de cosas y he opinado libremente sobre otras tantas miles, la cultura sigue en franca decadencia. Al menos lo que yo (sin creerme el dueño de una verdad absoluta) considero un buen nivel cultural. Museos que se derrumban, talleres artísticos que se borran de un plumazo, apoyo («articulación» le llaman) a lo que sea con tal de entretener a la gente sin que importe jerarquizar contenidos, son solo parte de esa decadencia. Ni que hablar si pienso en el nivel educativo con que egresan nuestros gurises de los más diversos ámbitos educativos…¿Si me siento derrotado? No. Porque en esta batalla cultural no hay nunca un ganador, y si de perdedores hablamos, en todo caso es toda una sociedad.

A pocos días de dejar de escribir en EL PUEBLO tras una decisión personal, quise buscar (quizás para no sentirme tan solo) a otras personas que con otras palabras pudieran decir mejor que yo todo esto que intento expresar.

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Lo encontré en el semanario Búsqueda, y se trata de un brillante artículo de Oscar Larroca, artista plástico y docente que con frecuencia llega a Salto a dictar clases en APLAS o inaugurar muestras de sus alumnos. De allí extraigo algunos pasajes:

«(a la batalla cultural) No la pierde una fracción, un partido político o un colectivo social determinado, sino que la derrota permea a la sociedad en su conjunto.

La batalla cultural se pierde en detalles aparentemente nimios, como cuando en una pizzería, un padre y una madre se sientan a una mesa y atienden absortos a las pantallas de sus respectivos celulares mientras su hijo menor, frente a ellos, mira la incambiada escena durante largos minutos de silencio…

Se pierde cuando se adoctrina y se impone una ideología sin ofrecer las herramientas pedagógicas fundamentales para formar sujetos libres.

La batalla cultural se pierde cuando una estadística confirma que cuatro de diez estudiantes universitarios no entienden el párrafo de un texto medianamente complejo.

Se pierde —como dijera Jorge Abbondanza— “cuando no se entiende que la verdadera distribución de la riqueza, más allá del bienestar material, es la riqueza educativa, cultural y moral; las cuales permiten tener una idea de los principios del relacionamiento y la coexistencia armónica con los demás. Nada de eso es excluyente con los subsidios económicos que se ofrezcan al bolsillo, sino en todo caso complementario y apremiante, porque sin esos respaldos no habrá planes asistenciales que valgan”.

La batalla cultural se pierde cuando los medios de comunicación, en el uso inalienable de su libertad y sus intereses económicos, se complacen en detenerse, sin ningún pudor, en el crimen y en el fútbol como los únicos dos ejes de la crónica nacional.

Se pierde debajo de la desidia administrativa y la indiferencia colectiva cuando mueren en un centro penitenciario reclusos carbonizados como consecuencia de un incendio no extinguido a tiempo.

La batalla cultural se pierde cuando se demora en denunciar y apartar de un partido político a un intendente luego de haberse comprobado hechos delictivos vinculados a su gestión.

La batalla cultural se pierde cuando un diputado nacional depone sus fueros debido a un requerimiento de la Justicia —debido a hechos de corrupción que luego son confirmados por la Ley— y todos los correligionarios de su partido lo aplauden de pie (o lo reubican en la función pública u organizan caravanas de desagravio o lo retiran disimuladamente de la escena).

Se pierde cuando los ciudadanos, absortos en sus dilemas inmediatos, no reparan en la soberanía de nuestra nación ni en la suerte o desdicha a futuro que se corre con la gestión del agua, la tierra, la energía o nuestros puertos.

La batalla cultural se pierde en el momento en que una senadora de la República desprecia el voto de los habitantes del interior (voto adverso a su partido) afirmando que “es gente más conservadora y tiene un nivel educativo menor que el resto”.

Se pierde cuando una gestión municipal del interior del país decide desafectar el Departamento de Cultura, cerrar el museo departamental y dejar sin fondos a la actividad artística local.

La batalla cultural se pierde cuando un escritor justifica los agravios discursivos de un expresidente de la República en el entendido de que, debido a la historia de su accionar político, se ganó el derecho a proferir todo tipo de insolencias, volteretas morales y procacidades.

Se pierde cuando se utilizan distintas varas, parámetros y valores para medir el cohecho y la connivencia (El tristemente célebre “roba pero hace”).

En suma, la batalla cultural se pierde cada vez que se realiza una “carrera de peores” y solamente se condenan las debilidades del “otro”. Esto se forja bajo la tutela de una memoria que selecciona y recorta las acciones perpetradas en desmedro del cuerpo social, según lo ejecuten propios o ajenos.

Se pierde, como afirmara el cineasta brasileño Glauber Rocha, en el mismo momento en que se confunde populismo con cultura popular. La batalla cultural se pierde cuando comienza a extinguirse la crítica especializada; un eslabón imprescindible entre los artistas y el público aficionado.

La batalla cultural se pierde cuando importa más el porte de genitales del artista que su propia obra. O lo que es igual: la “visibilidad” física y sexual del autor es más relevante que toda su producción simbólica.

En consecuencia, se pierde el mismo día y en el mismo momento en que se empiezan a dinamitar los conceptos de sexo, género, especismo, autopercepción etaria, arte y cultura.

Como contrapartida, la batalla cultural se pierde cuando no hay resistencia alguna a la cultura globalista que ordena cuándo, cómo y por qué se deben cancelar artistas y obras de arte —de cualquier época— que puedan mancillar el relato hegemónico.

Si bien un idiota no deja de ser idiota por ser famoso, la batalla cultural se pierde cuando la presencia del artista es suplantada por la popularidad del idiota.

La batalla cultural se pierde cuando se protege o se alienta el vandalismo de las pintadas callejeras a monumentos patrimoniales en el entendido de que quienes ejercen “ese modo de expresión” lo hacen a partir de un derecho político legítimo.

La batalla cultural se pierde cuando las personas que dicen salvaguardar toda forma de proteccionismo y defensa a los más desposeídos alientan el consumo de géneros musicales que fomentan el acoso, el consumo de drogas y la violencia.

Se pierde cuando el secretario general de un partido político rinde alabanzas a la historia de un guerrillero latinoamericano, que llevó adelante juicios sumarios y fusilamientos a sus adversarios cautivos o derrotados.

En este sentido, la batalla cultural se pierde cuando se separan las dictaduras buenas o “democracias diferentes” de las dictaduras malas, las “hambrunas inevitables” de las hambrunas criminales, los “fusilamientos inapelables” de los fusilamientos genocidas, la “represión policíaca adecuada” de la represión fascista, los “desaparecidos necesarios” de los desaparecidos como consecuencia del terrorismo de Estado.

Por lo mismo, la batalla cultural se pierde cuando se justifica o se condena una represión gubernamental de acuerdo a las banderas que portan las tanquetas de guerra. Al mismo tiempo, se sugiere que parte de la responsabilidad de los muertos la tienen los civiles que se exponen delante de ellas.

Se pierde cuando un ex vicecanciller justifica la relación con “gobiernos ideológicamente afines” y pocos ciudadanos reparan en los regímenes de esos países o reflexionan sobre los significados de esa aparente afinidad.

La batalla cultural se pierde, en definitiva, cuando desaparece el espíritu de servicio de un gobierno y en su lugar se promueve el deterioro de los principios que sostenían la honorabilidad de sus gobernantes.

La batalla cultural se pierde cada vez que perdemos la memoria de nuestra historia y nos acostumbramos a la ausencia de reflexión profunda. Eso es determinante para que la amistad entre los sujetos que piensan distinto quede sumergida bajo un mar de eslóganes, chicanas y crecientes visos de reproches y deshonestidad intelectual. Así, la batalla cultural se pierde cada vez que el sentido crítico agoniza bajo el peso de la reacción automática y los barnices de la mística.

Habida cuenta de un listado que promete ser inagotable, al final del día todos seremos víctimas y obligados a ser victimarios de una batalla cultural que difícilmente tendrá vencedores.

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ALBISU Intendente - Lista 7001 - COALICIÓN SALTO