Juan Carlos Onetti, 30 años después

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El pasado 30 de mayo se cumplieron 30 años de la muerte de Juan Carlos Onetti (1/7/1909 – 30/5/1994), el uruguayo que sin dudar podemos incluir entre los maestros de la narrativa en lengua española. Lo que sigue es apenas un pasaje de un gran trabajo de Alejandra Amatto (Montevideo, 1979), profesora-investigadora de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. 

“A pesar de su perfil solitario y de la poca o casi nula intención de fama o notoriedad que perseguía, Onetti se convirtió en el referente de una generación de escritores hispanoamericanos que no solo admiraron su obra, sino que, gracias a su ejemplo, marcaron un periodo de ruptura con las viejas tradiciones de la literatura latinoamericana. Una imagen persiste en la memoria… las luces son tenues o apenas relevantes, la cama se ve desaseada con sábanas caóticas que enredan el cuerpo blandido del más importante autor y primer Premio Cervantes de Literatura del Uruguay: Juan Carlos Onetti. Así se muestra su lacónica figura en la que fuera prácticamente su última entrevista en Madrid, a inicios de los años noventa. En ella varios de sus lectores atestiguaron conmovidos los estragos del paso del tiempo y la vejez, presupuestos casi ontológicos de sus debates narrativos, que él mismo había convertido en leitmotiv de gran parte de su obra. Esa imagen lacerante volvió a relucir el 30 de mayo de 1994 cuando la noticia de su muerte recorría el mundo y, durante un par de años más, sería la ingrata postal del recuerdo que perseguiría a una de las figuras más luminosas, poco convencionales y perturbadoras de la literatura hispanoamericana del siglo XX (…) 

Nace en Montevideo el 1 de julio de 1909 y muere en España, lejos de su natal Santa María montevideana de la que fue expulsado y condenado al exilio por la dictadura cívico-militar uruguaya en los años setenta. Onetti había sido parte del jurado que le otorgó en 1974 el primer lugar al cuento “El guardaespaldas” de Nelson Marra, texto crítico sobre la crudeza de la represión que se vivía en el país sudamericano a causa de la dictadura y que no escapó a su censura. El desenlace de la historia podría haber sido también parte de la trama absurda de uno de sus relatos: el jurado del certamen es encarcelado, el semanario promotor del concurso (Marcha) es clausurado, sus autoridades apresadas y el autor del relato también va a parar a la cárcel. Tras varios años de exilio Onetti no regresará nunca más al Uruguay. La última etapa de su vida y también la última etapa de su obra estarán signadas por este doloroso suceso. Porque, a pesar de su condición nómada, de sus desplazamientos hacia Buenos Aires y de su casi nulo sentido nacionalista, Onetti fue un escritor que comprendió mejor que nadie el carácter complejo de la idiosincrasia uruguaya, de su sistema literario y fue, sin duda, quien más decidido estuvo a transformarlo. Sus herramientas creativas en ese sentido no fueron pocas.

A pesar de haber crecido en un entorno relativamente privilegiado, Onetti no tuvo interés en concluir sus estudios secundarios. Es más, ni siquiera termina el primer año. De 1922 a 1929 desempeña diversos trabajos, todos ellos muy heterogéneos, que van desde portero y mesero hasta funcionario en la recolección de datos para un censo –actividad que se dispuso a realizar montado a caballo–. Su periplo intelectual comienza a dar frutos años más tarde a partir de su nombramiento como secretario de redacción del semanario Marcha en 1939 y con la aparición de la columna semanal que firma bajo los seudónimos de “Periquito el Aguador”, “Groucho Marx” y “Pierre Regy”. Onetti publicará en diciembre de ese año su primera novela: El pozo, en ediciones Signo. Esta era una editorial casi desconocida y que años más tarde solo acreditaba la venta de apenas cincuenta ejemplares. El dato ejemplifica la eterna situación del autor, pues nos habla del estado casi subterráneo que su obra poseía y acentúa una especie de faceta mítica, de escritor de culto, que lo perseguirá a lo largo de toda su carrera literaria. Onetti, como figura emblemática de la literatura hispanoamericana, fue un crítico ácido de las falsas añoranzas políticas y de las convenciones literarias más anquilosadas en un periodo muy puntual de la historia cultural de América Latina. (…)

La narrativa de Onetti se caracteriza, entre otros temas, por su agudo y caótico sentido de la realidad, por su irónica visión del mundo femenino y por su impúdico, y muchas veces angustiante, tratamiento de la vejez. En sus novelas opera un proceso inverso que convierte a sus personajes, la mayoría de ellos seres marginados o desadaptados socialmente, en héroes degradados que paulatinamente se transforman en antihéroes. Estos individuos jamás logran alcanzar las metas que se proponen. Por el contrario, el tamaño de sus proyectos no solo supera sus posibilidades reales de concreción sino que su propio carácter marginal influye negativamente en el entorno social que los acoge, frustrando toda posibilidad de éxito (…)

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