¿Qué se entiende por educación inclusiva?
Gerardo Echeita es profesor titular de la Universidad Autónoma de Madrid, doctor en psicología y especialista en educación inclusiva. Referente en el tema para distintos organismos internacionales y asesor de instituciones educativas en su ámbito de especialización. Es autor de múltiples trabajos y ha participado en numerosas actividades de formación y divulgación tanto en España como en países de Iberoamérica.
-Hoy hablamos de una educación para todos, ¿qué se entiende por educación inclusiva?
La idea de una educación más inclusiva es la idea de transformar el sistema educativo, en todos sus elementos, para que sea capaz de articular con equidad tres aspectos fundamentales: el primero, acoger a todo el alumnado, a un todos que es un todos sin excepciones; en segundo lugar, que les dé a todos ellos también oportunidades educativas que les hagan sentirse bien, acogidos, reconocidos y respetados, aspectos que conectan con una idea profunda de participación, pero también con la necesidad de aprender a convivir con la diversidad de personas que cabemos en este mundo; y, en tercer lugar, que les permita aprender y rendir al máximo posible uno de cada . Esa es la ambición de una educación más inclusiva, que a muchos sistemas y agentes educativos les cuesta asumir.
-Frente a la diversidad del alumnado presente en el aula, ¿cómo debería ser la educación?
La respuesta es fácil de decir y muy complicada de implementar: una educación escolar radicalmente distinta a la que tenemos. Tenemos una educación muy homogeneizadora, que trata a todo el mundo casi bajo los mismos parámetros, con los mismos tiempos, materiales, recursos y oportunidades de expresar lo que uno sabe. Ese tipo de prácticas, que pueden parecer igualitarias y justas, son incompatibles con una escuela que tiene que acoger por derecho a un alumnado muy diverso. Luego la diversidad del alumnado con los conceptos con los que tiene que conjugar es con los de flexibilidad, con riqueza de opciones metodológicas, con oportunidades de elegir por parte de los alumnos y alumnas, con estrategias de una alta personalización de la acción educativa.
-¿Qué pueden hacer los centros educativos para impulsar la inclusión en sus aulas?
Lo primero es tomar consciencia de que es en parte su responsabilidad, que no es algo que vaya a venir de fuera, ni que depende “del ministerio” de turno. Es también pensar si la equidad, la justicia social, el cuidado de los más vulnerables o el respeto a la diversidad son los valores que uno quiere; si es verdad que queremos que todos aprendan. A partir de ahí, de manera colaborativa con el claustro de profesores, hay que empezar a revisar, a repensar y, por supuesto, a innovar algunas de esas prácticas que hasta hace poco entendíamos como adecuadas y coherentes con la sociedad que teníamos, pero que ya no lo son para aquella que ahora ambicionamos .
-¿Qué metodologías trabajan mejor la inclusión?
Hay muchas. Como he dicho antes, las palabras que casan con inclusión son oportunidades, riqueza, flexibilidad, opciones para elegir, personalización… Se necesitan metodologías más activas, coherentes con esas nuevas características, en las que alumnos y alumnas pueden implicarse en proyectos, en resolución de problemas, en iniciativas sociales y en tareas que tienen que ver con pensar, diseñar, trabajar en equipo, planificar, ejecutar… Todas ellas son necesarias aunque ninguna por sí sola será suficiente.
-Participación y convivencia, ¿son las claves?
En cierta manera sí. No se trata solo de que los alumnos con capacidades diversas estén en los centros donde la mayoría aprende. Lo relevante es que se sientan parte de esa escuela, de esa comunidad, que se les tome en consideración y que lo que se haga genere un bienestar y unas relaciones sociales positivas que contribuya a que todo el alumnado se sienta querido y cuidado, y a que no se produzcan situaciones de marginación, aislamiento o de acoso, como ocurre con más frecuencia de la que reconocemos.
Si ello es así, todos estarán en óptimas condiciones para adquirir, a su nivel, las competencias necesarias para el mundo tan complejo en el que vivimos. Como dicen unos buenos colegas, “sin reconocimiento no hay conocimiento”. Y todo ello son elementos nucleares de un clima de convivencia positivo que por ello podemos considerar como una de las múltiples caras de una educación más inclusiva.
-¿Por qué cuesta la inclusión en la práctica?
Esta es, sin lugar a duda, una buena pregunta que yo no sé responder con seguridad y que muestra una realidad muy paradójica. Lo digo porque, por un lado, tenemos mandatos internacionales que nos indican que este es el camino, como, por ejemplo, lo ha hecho la UNESCO. Tenemos el respaldo de la consideración de la educación inclusiva como un derecho. Tenemos mucho saber acumulado como para no sentirnos perdidos ante el intento y experiencias inspiradoras como para saber que no es un sueño sino una realidad posible. Pero todo apunta a que la resistencia de un sistema social y educativo excluyente es mucho mayor que estas fuerzas en favor de la inclusión y sin duda mayor que nuestras “buenas intenciones”. Y como consecuencia de esta situación, lo peligroso es que se puede consolidar lo que algunos expertos han llamado “la tiranía de que nada se puede hacer” para conseguir estos cambios; y con ella la desesperanza. Habremos de seguir estudiando y analizando estas cuestiones porque son centrales a la posibilidad de que, algún día, estemos hablando de la existencia de manera generalizada en el mundo de sistemas educativos de calidad, que por ello y para ello, tendrán que ser, si o si, inclusivos.
Arq. Irene Barla Zunini. Dipl. en Innovación y Creatividad en Educación. Dipl. en Defensa Internacional de DDHH. Dipl. en Diseño de Políticas Públicas. Dipl. en Inclusión Social y Acceso a Derechos.
