Ya no existe la fidelidad en la política, ni de los votantes con viejos esquemas partidarios ni de la propia dirigencia política que se acerca o se marcha de acuerdo a la prebenda que consiga. De todas maneras, es evidente que sigue existiendo lo que se conoce como el núcleo duro en adhesiones partidarias que se explica directamente por cuestiones de convencimiento ideológico, pero que porcentualmente esa cantidad de dirigentes y/o militantes elección tras elección es menor.
En cambio, donde existe una fidelidad más permanente, casi eterna, podríamos decir, es en la camiseta futbolística. Me explico, quien nació siendo de Peñarol casi seguro que muera siendo manya o quien haya nacido siendo hincha del Club Cizaña (cuadro del fútbol agrario salteño), es casi seguro que sea cizañero el resto de su vida (guiño).
En una palabra, y a un mes de estas elecciones tan particulares, nos encuentra en un escenario casi inédito. Conversando en estos días con un destacado dirigente político nacional, llegábamos a coincidir que lo que estamos viviendo es como una secuela que nos dejó la pandemia, ese meternos para adentro, volvernos más introvertidos y más libres a la hora de elegir qué vamos a votar. Se analiza más desde la razón que desde la pasión de los colores partidarios aquellas propuestas y candidaturas que el menú nos ofrece. La razón y la libertad de elección comienza a primar cada vez más en los electores, y eso no está mal porque de eso se trata la democracia.
