“Ahora estoy suspendida en el vacío, sin vínculos. Estamos en la nada.”
Virginia Woolf libro Las olas
La paradoja de la abundancia y la ausencia
Vivimos en la era del acceso ilimitado a la información, de los avances tecnológicos que prometen simplificar la vida y de un nivel de prosperidad material sin precedentes. Sin embargo, una sensación inquietante recorre nuestro tiempo. Cada vez más personas describen su vida como gris, vacía de sentido. La psicología existencial denomina a esta sensación vacío existencial. No se trata de simple tristeza o melancolía, sino de un estado más profundo en el que la vida parece carecer de dirección y propósito. El psiquiatra Viktor Frankl, fundador de la logoterapia, definía el vacío existencial como la frustración de la “voluntad de sentido”: cuando el ser humano no encuentra un porqué que dé unidad a su existencia, emerge un hueco interior que nada externo parece llenar.
¿Qué sentimos cuando no sentimos nada?
Quienes pasan por el vacío existencial suelen narrar una sensación de incompletitud: algo esencial parece ausente. A nivel emocional se viven el aburrimiento, la apatía y una falta de motivación para hacer incluso aquello que antes resultaba placentero. Es frecuente la desconexión emocional: la persona se siente como espectadora de su propia vida, incapaz de experimentar con intensidad o de sentir vínculos profundos. A nivel cognitivo, aparece una aguda falta de propósito, una pérdida de valores y pensamientos obsesivos sobre la futilidad de la existencia. La apatía mental se traduce en actitudes de “da igual” que paralizan cualquier proyecto.
El aburrimiento ansioso, descrito por Frankl como síntoma cardinal del vacío, no es el hastío pasajero de una tarde sin nada que hacer, sino un vacío que se siente al confrontar la falta de contenido en la propia vida. Para algunos filósofos, como Schopenhauer, la existencia oscila entre el dolor de desear lo que no se tiene y el aburrimiento de poseerlo; el vacío estaría en el segundo extremo. Cuando esta sensación se sostiene en el tiempo, puede derivar en desesperanza, agresión o adicciones, lo que Frankl llamó la triada neurótica masiva.
Las conductas de relleno: cuando todo sirve para tapar el hueco
Ante la sensación de que algo falta, muchas personas recurren a sustitutos fáciles: se llenan de trabajo, se refugian en las redes sociales, compran compulsivamente o buscan dramas relacionales que les permitan sentir algo, aunque sea dolor. Frankl clasificaba estas conductas de relleno en cinco tipos: adicción (abuso de sustancias, juego patológico, comida o compras), social (relaciones superficiales o drama constante), búsqueda de lo “moralmente bueno” (altruismo inauténtico o cruzadas fanáticas), búsqueda de estatus (acumulación de dinero, poder o prestigio) y compromiso no satisfactorio (workaholismo, televisión o redes sociales como forma de evasión). Todas son intentos fallidos de llenar un vacío que solo puede ocuparse con un propósito genuino.
La epidemia de la soledad en la era digital agrava este fenómeno. Un estudio de Cigna International Health mostró que el 46 % de la generación Z y el 43 % de los millenials se sienten excluidos, y casi la mitad de ambos grupos dice no tener compañía. La falta de habilidades para gestionar emociones y la sustitución del contacto real por interacciones digitales contribuyen a que los jóvenes se sientan desconectados y vacíos. Este aislamiento está vinculado a una mayor ansiedad y depresión.
No es depresión, pero se le parece
El vacío existencial a menudo se confunde con la depresión clínica. Ambos comparten síntomas como la falta de energía y la desesperanza, pero sus raíces son distintas. La depresión mayor, tal como la define el DSM‑5‑TR, es un trastorno del estado de ánimo caracterizado por tristeza persistente, anhedonia y cambios en el apetito y el sueño durante al menos dos semanas. En cambio, la neurosis noógena –otro nombre para el vacío existencial– surge de la frustración de la búsqueda de sentido. El tratamiento también difiere: mientras la depresión suele responder a terapias cognitivas y medicación, el vacío existencial requiere enfoques que rescaten la voluntad de sentido y la libertad interior, como la logoterapia.
Confundir ambos cuadros puede ser peligroso. Estudios mencionados en la literatura del vacío señalan que la falta de propósito se correlaciona significativamente con la ideación suicida y con trastornos de la personalidad y de la conducta alimentaria. Es decir, no se trata de una fase pasajera ni de una “crisis de la edad”: el dolor existencial merece atención clínica y filosófica.
Raíces filosóficas y socioculturales de la crisis
El vacío existencial no surge de la nada; tiene raíces filosóficas y sociales. La corriente existencialista, con pensadores como Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, Sartre y Camus, abordó la angustia de un mundo sin sentido preestablecido. Nietzsche proclamó la “muerte de Dios”, lo que dejó a la sociedad occidental sin un marco moral tradicional, obligando a cada individuo a inventar su propio significado. Albert Camus, en El mito de Sísifo, se preguntaba si la vida merece ser vivida y proponía que nuestra lucha frente al absurdo da valor a la existencia. Esta tensión entre el deseo humano de orden y el silencio del cosmos es la esencia del vacío.
Desde una perspectiva sociocultural, los cambios del último siglo han intensificado la sensación de vacío. La secularización ha debilitado los mitos y tradiciones que antes daban un marco de significado. El individualismo y la inestabilidad laboral y familiar dificultan la construcción de proyectos a largo plazo. El filósofo Neil Postman alertó de que la cultura del entretenimiento distrae del cuestionamiento profundo: nos estamos “divirtiendo a muerte” mientras el vacío crece. Factores globales como el cambio climático, la inestabilidad política y las crisis sanitarias contribuyen a la ansiedad existencial.
Los cuatro dados existenciales: muerte, libertad, aislamiento y falta de sentido
El psiquiatra Irvin Yalom y la psicología existencial identifican cuatro temas o “dados” que definen nuestra existencia y que, si no se integran, pueden activar el vacío. La muerte es la certeza ineludible de nuestra desaparición. La consciencia de la finitud genera ansiedad pero también puede clarificar las prioridades: saber que el tiempo es limitado puede motivarnos a vivir con más propósito. Frankl citaba a Dostoyevski: “quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”.
La libertad implica ser autores de nuestra vida. Para Jean‑Paul Sartre, estamos “condenados a ser libres”; no podemos culpar a otros ni a nuestro pasado de nuestras decisiones. Esta autonomía implica responsabilidad y puede generar vértigo existencial cuando no sabemos qué elegir.
El aislamiento nos recuerda que, pese a nuestras relaciones, somos seres separados y no podemos compartir la conciencia con nadie. La distancia irreductible entre uno y los demás se vuelve dolorosa cuando no hay un puente simbólico que la mitigue. La psicología existencial sugiere que aceptarlo permite construir vínculos auténticos basados en el respeto y la reciprocidad.
Finalmente, la ausencia de un propósito inherente nos obliga a inventar un sentido. A diferencia de los animales, no tenemos un instinto claro que guíe nuestra existencia. Este vacío de significado puede conducir a buscar sustitutos efímeros, o puede ser el punto de partida para una vida auténtica y creativa.
Estrategias para habitar el vacío sin ser devorado
Superar el vacío existencial no implica eliminar la ansiedad o el sufrimiento inherentes a la vida, sino aprender a enfrentarlos. Las propuestas de la logoterapia incluyen técnicas como la desreflexión y la intención paradójica. La desreflexión consiste en sacar la atención de la propia angustia y dirigirla hacia una actividad, una causa o un ser querido. Al invertir la energía en algo externo se rompe el círculo vicioso de la rumia mental. La intención paradójica invita a exagerar voluntariamente el miedo o el síntoma (por ejemplo, intentar temblar todavía más cuando se sufre de ansiedad), de modo que éste pierda su poder coercitivo.
La terapia psicodinámica, por su parte, ayuda a explorar las experiencias tempranas y creencias inconscientes que alimentan el vacío. Un enfoque integrador combina la exploración del pasado con la reflexión sobre el presente y el futuro. Estrategias generales como mindfulness permiten observar pensamientos y emociones sin juzgarlos, creando distancia frente a la ansiedad. El círculo de control de Stephen Covey, que distingue entre lo que podemos y no podemos cambiar, ayuda a enfocar la energía en acciones posibles.
Los estudios muestran que ciertas disposiciones psicológicas protegen contra el vacío. La curiosidad, entendida como una apertura activa a nuevas experiencias y al aprendizaje, predice negativamente el vacío existencial: quienes cultivan la curiosidad suelen experimentar mayor sentido vital. El concepto de florecimiento (bienestar psicológico, social y físico) media positivamente esta relación. Practicar gratitud, realizar actos de bondad o saborear los pequeños placeres de la vida son formas cotidianas de construir significado.
El sentido como antídoto
La falta de sentido constituye un factor de riesgo para trastornos como la depresión, el trastorno de estrés postraumático y las adicciones. Por eso, abordar el vacío existencial no es un lujo filosófico sino una necesidad clínica. La logoterapia ha mostrado eficacia en reducir el estrés y la depresión, incluso en pacientes con cáncer o con trastorno de pánico. Aun así, algunos críticos señalan que la evidencia de esta terapia es menor que la de otras como la terapia cognitivo‑conductual. Probablemente, la integración de diferentes enfoques —un diálogo entre profundidad existencial y herramientas cognitivas— sea la vía más fructífera.
Más allá de la terapia, la reconstrucción del sentido es una tarea individual y colectiva. Implica asumir la responsabilidad de elegir y de responder a la vida con autenticidad, incluso en circunstancias adversas. La felicidad, señala Frankl, no se alcanza persiguiéndola directamente; es un subproducto de vivir con sentido. Ignorar el vacío o intentar taparlo con consumo o distracción solo agrava el problema.
Conclusión: para encontrar un camino
El vacío existencial es la crisis silenciosa de nuestro tiempo, alimentada por la pérdida de referencias externas, la sobreabundancia de estímulos y una sensación creciente de soledad. No es un defecto de carácter ni una mera fase; es el llamado profundo a buscar un sentido propio. Abordarlo requiere aceptar la finitud, la libertad, el aislamiento y la falta de un sentido dado como las condiciones mismas de nuestra vida. Frente a ellas, podemos hundirnos en la apatía o responder con creatividad y responsabilidad.
La generación Z y los millenials, más conectados y al mismo tiempo más solos que nunca, nos recuerdan que la abundancia de estímulos no es sinónimo de plenitud. El desafío consiste en aprender a estar con nosotros mismos, a cultivar la curiosidad y el compromiso, y a construir un porqué que haga soportable cualquier cómo. La búsqueda del sentido no es sólo una cuestión terapéutica; es el arte de vivir.
Lee otras columnas de Alejandro Irache…





