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El último refugio de la nostalgia: Julio César Errea y su «pirámide» de papel

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Julio César Errea, más conocido como «el Bocha», transformó la casa de sus padres en «La Pirámide», un espacio que por más de cuatro décadas fue refugio de revistas, libros, ropa usada, peluquería y hasta avisos clasificados. Su historia es la de un emprendedor incansable que se adaptó a los tiempos, sin dejar de resistirse al avance del celular y a la pérdida del hábito de lectura.

El último refugio de la nostalgia

El protagonista de esta historia es Julio César Errea, más conocido como “el Bocha”, quien desde hace más de 43 años dirige «La Pirámide», un salón multifuncional que nació como un refugio para libros, revistas, ropa usada y más.

«Esto está dedicado a gente humilde, tanto los avisos clasificados, la ropa usada y la peluquería, todo con precios accesibles.» — Julio César Errea.

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“Yo tenía un almacén grande en Sarandí y Vilardebó, falleció la dueña y no alquiló más el comercio. Vine aquí, a la casa de mis padres, la reformé durante seis meses entre escombros y armé este salón al que llamé ‘La Pirámide’”, relata Julio.

En aquellos años, el nombre no evocaba misticismo sino tumbas. “Era una forma que me gustaba y después empecé a averiguar las características que tenía, los misterios que encierra, los poderes que engloba…”.

Las revistas, su primer pilar

Errea trasladó a La Pirámide lo que pudo del almacén anterior y comenzó a experimentar con distintos rubros hasta que dio con lo que funcionaba. “Vi que la gente se interesaba por revistas mayormente, y de ahí comencé a poner revistas, libros… Hacían cola, no existía casi la televisión”.

Con el tiempo, la llegada del televisor primero y del celular después redujo el interés por el canje y la lectura de revistas. “Es poca la venta y canje que actualmente se da”.

A pesar de eso, Julio innovó. “Yo empecé también haciendo avisos clasificados, el primer aviso clasificado en Salto lo puse yo. No existía en aquel momento. Lo hice con parlantes, uno en la puerta y otro en el techo, y un equipo móvil que recorría calle Uruguay y calle Artigas”.

Ropa usada, carpintería y peluquería

La búsqueda de sustento llevó a Julio por caminos insospechados. “Vendía ropa usada que no se vendía porque decían que era de finado. Después la gente pasaba y se vendía muy bien, después todo el mundo empezó a vender ropa usada”.

También incursionó en la carpintería, creando muebles exclusivos hasta que un accidente lo llevó a cambiar de rumbo: “Me corté el dedo en uno de esos trabajos y dije vamos a poner peluquería, que es menos peligroso”.

Así llegó otro servicio más a la Pirámide, siempre con una visión clara: “Esto está dedicado a gente humilde. Tanto los avisos, como la ropa usada, como la peluquería, todo con precios accesibles”.

Un archivo de papel que resiste

Julio intentó alguna vez contar la cantidad de revistas que guarda, pero desistió: “Me perdí, no sé la cantidad”. Aún así, se lamenta por la pérdida del hábito lector.

“La gente lee tartamudeando, escriben con horribles faltas de ortografía, y eso es el uso excesivo del celular”, sostiene. “Yo hice una publicidad con un colega tuyo que decía: ‘¿No te da vergüenza leer tartamudeando y escribir con horribles faltas? Dejá un poco el celular y leé revistas de La Pirámide’”.

Libros escolares, de literatura, de español y matemáticas aún se encuentran en las estanterías. Pero el futuro, para Julio, es incierto. “Sí, creo que esto se va a terminar, salvo que haya un renacimiento donde la gente se dé cuenta de que el uso excesivo del celular afecta la salud”.

A modo de despedida, deja una invitación: “Que vuelvan a vivir, que vuelvan a leer y que vengan por La Pirámide”.

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