El regreso al barrio

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    Todavía me acuerdo del olor a humo del mediotanque, de la cantina con pizzas y tortas, y de la gurisada que como yo, jugábamos todo el rato, parando solamente para mirar con atención y admiración a los conjuntos que desplegaban sobre el escenario toda su actuación colorida, esforzada, folclórica y romántica.
    Promediaba el año 87 y yo apenas llegaba a los 8 años, pero mi barrio de entonces se vestía de fiesta y yo me colaba como un niño más entre la muchedumbre, donde había muchos padres con hijos, muchos hijos solos y muchos abuelos y vecinos que llevaban la plegable para sentarse cerca de aquel escenario que se erigía como el lugar de convocatoria.
    Eran los primeros tablados que vivía Salto y cuento con orgullo que fui parte de esa eclosión que hoy pasó a ser historia. En Huracán, donde crecí con alegría y entre amigos que muchos aún siguen hasta hoy, estaba el tablado “No me Pinchen el Globo”, en referencia al club del barrio. Ese lugar donde estaba el precario escenario, hoy ya no existe porque hay casas construidas.
    Pero en aquel momento los tablones largos sobre tanques de 200 litros, una escenografía pintada a mano y las luces de colores prendidas todo el tiempo, con parlantes de caja cuadrada y tantos micrófonos como se pudieran colocar, quizás no los necesarios, vestían de gala aquel lugar que nos homenajeaba a todos los lugareños y nos comprometía a asistir, darle apoyo y acompañar el desarrollo de una fiesta vacanal, como las que ya no vienen.
    Hacía tanto calor como ahora, pero se disfrutaba más y se quejaba menos, capaz porque no teníamos tanto aire acondicionado, ya que los aparatos cuadrados con fuerte ruido a motor eran inaccesibles para la clase media media y media baja, como no lo son ahora los split, que con pocos pesos y a pura cuota, te alivian del calor.
    Mi madre estaba tranquila porque estábamos a media cuadra. Antes no era como ahora, que esa distancia podía significar muchas cosas para que un niño anduviera solo. Allí estaban todos los de siempre, a esos que veías a toda hora en el barrio haciendo los mandados y contando cómo se había vivido la fiesta en el tablado la noche anterior.
    Era carnaval y todos estábamos de fiesta, los vecinos de todas las clases sociales y posibilidades económicas. Los que tenían un buen pasar y los que la peleaban para llegar a fin de mes. La murga de pibes era infaltable, no me olvido más cuando mis amigos se subieron al escenario con unos sombreros a los que les colgaba un globito de color y justo ese nombre era el que había servido de denominación para el conjunto infantil que habían conformado, murga “El Globito”.
    El hecho de que ahora vuelvan los tablados a los barrios y que el carnaval esté buscando un retorno a las raíces, después de explorar mejorar los espectáculos y proponer tanto esteticismo que terminó alejando a los conjuntos de las esquinas, es algo positivo porque determina que lo que realmente importa, es el contacto con el público que quiere escuchar de las agrupaciones carnavalescas, el descontento o la desazón que sienten por distintos motivos y la alegría y el humor que tanto bien nos hace y nos hace ver las cosas de otra manera, pero sobre todo nos ayuda a reírnos de nosotros mismos.
    Todo esto, hace a la libertad y a la expresión de una cultura propia de nuestra sociedad, que rescata la identidad uruguaya en sus raíces más profundas. Esa mezcla artística de ritmos, letras y canciones, liberan la manera del sentir uruguayo y es ahí donde nos encontramos todos, donde despertamos nuestro gusto por las cosas que son bien de acá, por lo que nos identifica, lo que nos da lugar y espacio. Cantarle al barrio, reconocer a sus figuras y personalidades, destacar lo que todos lo días decimos entredientes, recitar nuestros males y evocar nuestras alegrías, cosas de todos los días que nos generan sensaciones únicas y propias.
    Por eso, es que uno siempre se acuerda cuál fue el primer tablado al que fue, cuáles eran los conjuntos que se veían arriba del escenario, incluso a qué le cantaban y por lo tanto, haciendo retrospectiva, acordándose de cuáles eran las necesidades de entonces, que hacía que los integrantes de la murga les recordaran las verdades a la cara.
    Cómo no acordarse de aquella Falta La Papa del año 87, con los sombreros que tenían un sol en la frente como renacer y volver a empezar, la Punto y Coma del Marciano y el Felipe que tanto bien nos hizo, La Sureña y su canto a los colores rojo y negro de su barrio Lazareto, Los Presidiarios con sus recuerdos de entonces, emulando la censura a la que muchos habían sido sometidos vistiéndose con aquel traje a rayas, la comparsa La Estrella que ya andaba sobre los escenarios, los cantores populares, las rifas de las pizzas y las tortas para poder juntar dinero y pagarle a los conjuntos, y cubrir los costos del tablado al que había que encenderlo casi en forma mágica cada noche, eran un montón de recuerdos juntos que generan romance, folclore, pasión e identidad.
    Entonces, con todo esto, cómo no pedirle a un gobierno que financie con todos los recursos a su alcance a estos bastiones de la cultura popular y de la identidad bien uruguaya, que calan hondo en los distintos barrios de Salto, como son los tablados.
    El otro día vimos cómo en Montevideo se juntó el gobierno, los manejadores de los espectáculos y otras yerbas como son los hermanos Espert, de los cuales no hablaremos específicamente ahora y el empresario del ómnibus, amigo del presidente y hermano masón de Vázquez, Juan Salgado, quien puso de sí lo que tenía.
    Acá se puede hacer lo mismo y la Intendencia, ASAC, la Comisión de Carnaval que para ser el primer año que se dispone a organizar esto por ahora tiene el apoyo de la gente, tienen el deber, la obligación moral y cultural de promover que el carnaval vuelva a los barrios, vuelva a la gente y a regrese a cada hogar.
    ¿Por qué? Porque un carnaval en un barrio junta, agrupa a los más distantes, reencuentra a los vecinos de todos los días y en cierta medida los ayuda a organizarse, a ver las cosas de otra forma y a sentir que todos juntos cinchando por el barrio, pueden lograr cualquier cosa, y el carnaval en forma de tablado, es una manera de hacerlo posible.

    HUGO LEMOS

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