En Uruguay persiste la idea de que los grandes hackeos ocurren en otros países. Esa confianza ingenua, casi folklórica, de pensar “¿a quién le va a interesar lo nuestro?”, se repite una y otra vez. Pero el reciente ataque a la plataforma GURI de la ANEP demuestra que no solo existimos, sino que somos vulnerables.
El hecho fue noticia por unas horas. Los medios titularon, se habló de “hackeo” y “restauración del servicio”, y luego el tema desapareció. Sin embargo, lo que pudo quedar expuesto no fue un sistema cualquiera, sino una base que almacena información de prácticamente todos los menores del país: nombres, padres, centros educativos e incluso datos médicos.
El problema no es el hackeo en sí, sino la falta de previsión. Plataformas obligatorias como GURI deberían tener auditorías, pruebas de seguridad y protocolos claros. En lugar de eso, se construyen bajo el paraguas de la confianza ciega y la improvisación.
El “uruguayismo digital” de creer que nadie se interesará por nuestros datos es una falsa tranquilidad. En el mundo de la información, los datos valen por lo que son, no por de dónde vienen. Las vulnerabilidades se explotan, sin importar el tamaño del país.
Lo preocupante no es solo lo técnico, sino lo cultural. Como sociedad, no entendemos el valor de nuestros datos. Los entregamos sin cuestionar, como si no tuvieran consecuencias. La pregunta debería ser otra: ¿Son importantes mis datos para mí? Si la respuesta es sí —y lo es, sobre todo tratándose de niños—, el Estado debe cuidarlos con rigor y responsabilidad.
Porque en la era digital, la indiferencia también se paga.





