En el tercer domingo de Adviento, conocido en la liturgia como Domingo Gaudete, la Iglesia renueva una invitación central para la vida cristiana: “Alégrense siempre en el Señor; vuelvo a insistir, alégrense, porque el Señor está cerca”. No se trata de una alegría superficial ni ajena a las dificultades cotidianas, sino de una esperanza profunda que nace de la certeza de que Dios camina con su pueblo.
Al encenderse la tercera vela de la corona de Adviento, signo de constancia en la oración y fidelidad en la espera, la comunidad se reconoce llamada a ser testigo de la luz, como lo fue Juan el Bautista. La oración de este tiempo expresa ese deseo: no permitir que se apague en el interior el fuego del Espíritu, permanecer ardientes hasta la llegada del Reino y vivir de tal manera que la vida de cada creyente sea reflejo de Cristo, que amó y se entregó por todos.
La semana estuvo marcada por una intensa vida pastoral. El viernes se celebró la confirmación de más de ochenta personas en la Iglesia Catedral, pertenecientes al Movimiento de la Palabra, en una ceremonia vivida con profunda emoción. El sábado tuvo lugar la reunión de la Escuela Diaconal junto a las esposas, una instancia de formación y encuentro fraterno, mientras que por la tarde se realizaron confirmaciones en el Colegio Sagrada Familia. El domingo se acompañó la ordenación diaconal de Carlos Santos en la parroquia Nuestra Señora del Pilar, en Fray Bentos, junto al cuerpo diaconal y a toda la comunidad.
El lunes, con la celebración de la Inmaculada Concepción, tan querida por los pueblos, se vivió la fiesta patronal en Tambores, junto a la comunidad y las Madres de Jesús Verbo y Víctima. En esa ocasión, cuatro adultos recibieron el sacramento de la confirmación. Días después, en Salto, se realizó el encuentro final del presbiterio diocesano, que incluyó cambios pastorales y la despedida del padre Daniel, de los Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey, quien inicia una nueva misión.
El doce de diciembre se celebró también la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América Latina. Una jornada marcada por la ternura del mensaje mariano: “¿Por qué tienes miedo? ¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”. María aparece como guía en este tiempo, ayudando a preparar el corazón como un pesebre donde Cristo pueda nacer.
En ese camino se propusieron tres actitudes concretas: el pesebre, no solo como signo visible en los hogares, sino como disposición interior; la Palabra, para ser meditada y saboreada, especialmente los textos que narran el nacimiento de Jesús; y el perdón, como testimonio necesario en un mundo fragmentado, donde los cristianos están llamados a reflejar la alegría del Evangelio.
El Evangelio de este domingo presenta la pregunta de Juan el Bautista desde la cárcel: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”. Una pregunta que atraviesa la historia y también el corazón humano. La respuesta de Jesús no es teórica, sino concreta: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los pobres reciben la buena noticia. Allí se revela el rostro del Mesías.
Este Adviento invita a renovar la mirada, a reconocer que no somos el Mesías, pero sí estamos llamados a preparar su camino. La verdadera alegría cristiana no nace de la ausencia de problemas, sino del sentido nuevo que Cristo da a la vida y a la historia. Cuando nace la Alegría, no puede haber tristeza definitiva.
En la etapa final del Adviento, la Iglesia se prepara para recibir a Aquel que trae la paz, la luz y la esperanza. Junto a María y a Juan el Bautista, la comunidad vuelve a mirar al Señor que viene y renueva su confianza: el Espíritu del Señor es fuente de alegría. Porque el Señor está cerca.
