No hay dudas que la riqueza de nuestro idioma brinda posibilidades infinitas y, entre ellas, lo vuelve particularmente favorable para los juegos de palabras. Quién no se ha divertido con estas cosas:
“Diamantes que fueron antes/ de amantes de su mujer” (del Conde de Villamediana, poeta barroco español, 1582-1622) o “Di, Ana, ¿eres Diana?” (de Baltasar Gracián, escritor español, 1601-1658) o este otro: “apenas llega cuando llega a penas”.
Suele pasar que estos juegos se vuelven verdaderos vicios entre escritores, poetas o meros intelectuales. Y no faltan aquellos que suponen que cuanto más juegos de palabas incluyan en sus producciones verbales, serán considerados más ingeniosos y trascenderán más y no desperdician entonces oportunidad de mostrar sus dotes en este plano.
La historia no es nueva y también involucra a los grandes genios de la literatura. “Shakespeare aterra con sus juegos de palabras a los traductores (su merecido, por traidores), quienes no tienen más remedio que recurrir a las notas a pie de página para explicar que tal cosa significa también otra y que ahí estaba el chiste…”, comenta el escritor hondureño nacionalizado guatemalteco Augusto Monterroso (1921-2003) en su libro “Movimiento perpetuo”, de 1972.
Veamos este ejemplo del escritor mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950):
Y mi voz que madura
Y mi bosque madura
Y mi voz quemadura
Y mi voz quema dura.
Vengámonos ahora al Uruguay. El poeta Hebert Benítez Pezzolano (1960), escribe en su libro “Matrero”, de 2004:
Al monte, montaraz.
Al monte montaraz.
Al monte montarás.
PALÍNDROMAS O PALÍNDROMOS:
Entre los giros lúdicos que permite el idioma, un lugar destacado ocupa el palíndromo. Esta figura lingüística es definida por la Real Academia Española como “palabra o frase que puede leerse igual de izquierda a derecha o de derecha a izquierda”.
¿Ejemplos? Estos: “Anilina”, “Dábale arroz a la zorra el abad”, “Anita lava la tina”, etcétera. O el exitoso título del salteño Sergio López Suárez: “Anina Yatay Salas”. La creatividad de Carlos Illescas (escritor guatemalteco, 1918-1998) también inventó: “Aman a Panamá”, “Amo la paloma”, “Damas, oíd: a Dios amad”, “Si no da amor alas, sal a Roma, Adonis”, “¿No me ve, o es ido Odiseo, Evemón?”, “Onís es asesino” y “Somos laicos, Adán; nada social somos”. Uno más: “Adela, Dionisio: no tal Platón, o si no, id a Leda”.
Si hablamos de juegos con el idioma no podemos dejar de pensar -y homenajear- a uno de los escritores que con mayor maestría los logró: el belga-argentino Julio Cortázar (1914-1984). Hizo de la literatura un profundo y serio juego, basta pensar en las connotaciones lúdicas de algunos de sus títulos: “Rayuela”, “Final de juego” o “62, modelo para armar”.
En su cuento “Lejana”, del libro “Bestiario”, de 1951, Cortázar nos deslumbra con estas joyas:
“Salta Lenin el atlas”
“Amigo, no gima”
“Átale, demoniaco Caín, o me delata”
“Anás usó tu auto, Susana”.
El irlandés James Joyce (1882-1941) alguna vez escribió:
“Madam, I’m Adam”
Y hay más ejemplos en lengua inglesa:
“A man, a plan, a canal: Panama”.
Años después, el poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño (1923-2013) escribió:
“Odio la luz azul al oído”.
INTELIGENCIA Y HUMOR
La reflexión acerca del lenguaje es uno de los ejercicios más eficaces para el desarrollo de la mente y, por ende, de las potencialidades del ser humano como tal. Quienes se han ocupado de horadar en estas cuestiones, como los escritores que en la presente nota hemos citado y tantos más (escritores o meros seres pensantes), lo han hecho sin dudas con el afán de explorar hasta qué límites alcanza la conjunción de lenguaje y pensamiento. Y seguramente también con el afán de crear un fino humor, que no es otra cosa, en definitiva, que una variante en la inteligencia. El mismo Augusto Monterroso lo escribió: “El humor es una máscara y la timidez otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo”.