El país se detiene. Uruguay será sede de la Feria Internacional del Alfajor. Y no cualquier feria. Una feria de verdad. Con stands, jurados, influencers que hablan como si masticaran dulce de leche, y una cantidad de azúcar por centímetro cuadrado que haría llorar de emoción a un nutricionista.
Ahora bien, muchos dirán que esto es una celebración de la industria, del trabajo, de la cultura pastelera nacional. Para mí, es una oportunidad de oro para hacer lo que mejor sé: comer gratis.
Pero no me malinterpreten. No es que no valore la feria, al contrario. Me parece fundamental que como país sepamos unirnos detrás de causas nobles, como la búsqueda del alfajor perfecto. Uruguay necesita identidad, y si no la encontramos en el fútbol, la encontraremos en una tapa rellena. Y si hay chocolate, o dulce de leche, mejor.
Eso sí: yo voy, pero sólo si hay degustación gratuita. Porque seamos sinceros, no hay tradición más uruguaya que hacerse el interesado en un producto para recibir una mini porción, asentir con falsa sabiduría y seguir caminando hasta el siguiente stand. Es un arte, todos fingimos que va a haber una compra, pero ambos sabemos que lo único que quiero es la muestra del alfajor relleno de dulce de leche con mousse de chocolate.
Y aquí es donde hago un paralelismo que me retuerce el alma: los supermercados. Ah, esos templos del capitalismo y consumismo moderno donde, si uno tiene paciencia y la dignidad suficientemente baja, puede recorrer varios locales probando pedacitos de queso, mini vasitos de jugo, cereales, pizza, cuadraditos de salame y terminar con un estómago semi lleno y la billetera intacta. Eso sí, requiere planificación, ubicación y una sonrisa falsa que diga: “Mmm qué rico, ¿esto está en promoción?”
Volviendo a la feria, mi esperanza es clara: que podamos recuperar esa noble práctica del degustador ambulante. Que el visitante promedio no tenga que pagar $300 para entrar a mirar cómo otros comen. Que se respete el espíritu del “¿quiere probar?” como patrimonio intangible de la humanidad. Que uno pueda salir con la boca empalagada y el corazón lleno.
Así que ahí estaré, paseando entre los stands, comentando con falsa autoridad sobre la textura de la cobertura o el equilibrio del relleno, mientras en realidad solo pienso: ¿cuántos puedo comer antes de que me miren mal?
Uruguay, dulce país. Nos une el mate, el asado… y ahora, el alfajor. Pero que quede claro: si no hay degustación, no me esperen. Porque la patria puede ser dulce, pero nunca debe ser amarga… ni mucho menos paga.
Nos vemos entre el 13 y 15 de junio….¡¡agenden!!