OPINIÓN
Por Dr. Adrián Báez
El repentino fallecimiento de Jorge Larrañaga dejó un sabor amargo en el Uruguay. Creemos no equivocarnos al decir que, debe de ser una de las congojas más grandes vividas tras la desaparición física de un dirigente político.
En poco tiempo se fueron del escenario de la vida tres figuras de enorme relevancia en la política nacional, como lo fueron Jorge Batlle y Tabaré Vázquez, más allá de compartir o no sus visiones y posturas ideológicas; la última, la de “el Guapo”, quien ejerciendo un cargo de esencial relevancia como el Ministerio del Interior, hizo honor a su apodo, combatiendo de frente y sin miramientos a la delincuencia, desvelo que, quizás, fue desafortunadamente la causa de su deceso, dejó en alto el bagaje histórico de un Uruguay tolerante y de cepa política.
Una vez más el país demostró en su dirigencia el enorme respeto y culto democrático del que nuestro país siempre ha hecho gala. Podrá haber algún que otro trasnochado que, improperios por medio, demostrara su absoluta miseria, pero siempre son los menos, para no decir una insignificante cantidad.
El respeto se gana, no se impone. Y vaya si Larrañaga lo supo ganar. Lo confirma el saludo dolido de sus compañeros de partido, de sus adversarios y, lo no menos importante pero sí destacable, el de sus subalternos.
Se dice que en la vida uno cosecha lo que siembra; pues bien, el Dr. Jorge Larrañaga cosechó, como lo dijo el Presidente de la República en su sepelio, la mayor siembra, el abrazo de más de tres millones de uruguayos.
