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Con la conmovedora historia del Dr. Erick Martínez, EL PUEBLO recuerda hoy el Día del Migrante

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Cuando una puerta se cierra, las personas abrirán una ventana. Si la ventana se cierra, las personas excavarán un túnel. Si hay una necesidad básica de sobrevivir, una necesidad básica de protección, las personas se moverán, sin importar los obstáculos que encuentren en su camino y estos obstáculos solo harán sus viajes más dramáticos» António Guterres, ex-Secretario General de las Naciones Unidas
18 de diciembre; hoy Uruguay celebra el Día del Migrante, fecha que busca concientizar sobre los derechos de toda persona que llega a un país que no es el suyo de origen. Hay coincidencia casi total en que los extranjeros son las personas más vulnerables en sus derechos, cualquiera sea el país en que estén. Esa vulnerabilidad va desde los problemas más cotidianos que en muchos casos ocasiona el ser indocumentados, hasta casos de explotación de todo tipo, laboral, sexual, etc.


Unión de Inmigrantes: En Salto, como es sabido, funciona desde hace años la Unión de Inmigrantes, con el propósito de mostrar y revalorizar todo lo que ha llegado desde otros países a enriquecer nuestra cultura. En diálogo con EL PUEBLO, la actual Presidente, Alice Juanicotenea, dijo que este 2020 «fue un año muy atípico en el que no pudimos hacer absolutamente nada», y se lamentó porque «nos quedamos con muchas ganas, con ganas del monumento al inmigrante, del desembarco en el puerto, la muestra en el Mercado, los desfiles tradicionales…». Aclaró que «el Día del Inmigrante es el 4 de setiembre, en realidad nosotros tenemos ya marcado hace años la Semana del Inmigrante en noviembre, aunque por cuestiones de organización la hemos hecho en octubre, porque se superpone con otras fiestas». En el monumento que se construirá en el Muelle Negro «será donde más nos aboquemos el próximo año, como el mejor reconocimiento a nuestros antecesores que forjaron el Uruguay, vinieron con una valija casi vacía pero llena de ilusiones, buscando un mejor porvenir…Hicieron de este un gran país, acá tenían tranquilidad y el Uruguay los acogió muy bien. Este país siempre brinda afecto y hasta apoyo económico. Desde ese monumento se les dirá eternamente gracias. Y qué mejor legado que ese muelle construido también por inmigrantes, donde dejaremos las palabras: respeto, gratitud y amistad».
Dr. Erick Martínez: la increíble aventura de un venezolano en Salto
Si pensamos en Salto y en el presente, sin dudas que son varias las personas extranjeras con interesantísimas historias de vida que han llegado para radicarse aquí. Hoy destacamos la de Erick Martínez, joven médico venezolano nacido en la ciudad de San Cristóbal. Si bien es cirujano, esta especialidad no ha podido aún desarrollarla en Salto. Actualmente se dedica sobre todo al dictado de conferencias on line para Universidades, CTM, etc. No fue fácil para él, ni el trámite puntual de revalidar su título ni la odisea en general que debió atravesar desde que salió de su país hasta que se instaló en Salto.


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Siempre que puede, como en cada ocasión que conversó con EL PUEBLO (como cuando fue consultado sobre enfermedades propias del invierno o cuando se incluyeron poemas suyos en la sección Cultura, ya que también es poeta), Erick menciona a sus padres: Aureliano de Jesús Martínez Oliva y Marina Hernández de Martínez, que han quedado en San Cristóbal. La ayuda hacia ellos de este hijo aventurero es permanente. «Mi gran preocupación era asegurarles la vejez a ellos», insiste.
¿Por qué lo de «aventurero»? Porque ese tránsito de Venezuela a Salto parece más propio de un libro de aventuras, de ficción, que de la realidad. Para salir de su país, debió trasladarse a otra ciudad para sellar el pasaporte, dieciocho días antes del viaje, lo que le significó por ejemplo hasta dormir en la calle. Cuenta que «sellé el pasaporte, crucé la frontera y sellé como que había entrado a Colombia y como es una frontera similar a la de Rivera y Livramento me volví otra vez a San Cristóbal. Tuve que hacer esa gestión para no retrasarme el día de salida, pues me arriesgaba a perder el vuelo».
Consultado por el motivo de su salida de Venezuela, dice que fue pensando en su superación personal, pero también como un medio para apoyar a su familia. Cuando habla de las dificultades que debió vivir en Venezuela, habla por ejemplo de escasez de alimentos, lo que lo llevó a que en otras ocasiones en que salió de su ciudad, al poco tiempo debiera volver junto a sus padres. En cuanto a lo que era su trabajo, cuenta que tenía su consultorio, pero se trasladaba permanentemente hacia distintos lugares a atender pacientes. Era «un trabajo muy arduo y ganaba cuatro dólares al mes».
«Cuando me preguntaron donde quería hacer mi tesis dije Cuba, pues consideré que era el país donde más se violaban los derechos humanos en Latinoamérica. Allí conocí a delegaciones de más de setenta países. Y tuve muy buena liga con la gente de Uruguay, mis mejores amistades son de este país. La situación se puso tan difícil en mi país que finalmente tomé la decisión de venir a Uruguay».
Está en Salto desde setiembre de 2017. Una amiga le prestó dinero para el pasaje, juntó dos morrales llenos de dinero (unos 3.000 bolívares) y partió. Pero las aventuras no cesaron. Debió ocultar su título universitario en la manga de una chaqueta, pues corría el riesgo que se lo confiscaran. En el camino hacia la Aduana Internacional había una cuarentena de soldados y él corría riesgo que le descubrieran el título y se lo destruyeran por el simple hecho de coartar su salida del país.

«Cuando apenas crucé la línea sentí como si me quitaran quilos de cemento de encima», sostiene. Del bruxismo (apretar fuerte la mandíbula durante el sueño) que experimentó durante todos esos días de estrés, se arrancó partes de la lengua. Una vez en Salto, se dedicó a vender panes en la calle y a dictar clases en un gimnasio. Por casualidad se acercó a comprarle pan un salteño que residió años en Venezuela y agradecido por lo que le brindara aquel país, le dio una mano. Consiguió entonces su primer trabajo formal en una casa de electrónica de nuestra ciudad.
LA PANDEMIA Y UNA NAVIDAD
TRISTE
Erick reside hoy en nuestra ciudad junto a su pareja, también venezolana. «Después de muchas peripecias, por fin logré tener algo de estabilidad, hasta que llegó el coronavirus -comenta-, que me vino a complicar bastante porque tenía planificado viajar a Venezuela en febrero o marzo, ya que mi mamá se complicó y había que realizar una operación. Esa operación quería que la hiciera un médico de mi confianza, de mis maestros, pero la mayoría se ha ido o ha fallecido, no había quién la operara. Yo estaba decidido a irme y operarla yo mismo, pero en marzo empezó la pandemia y con todas las limitaciones que existen no me ha sido posible llegar a Venezuela. Además, tendría que llegar primero a Caracas, y de ahí a mi Estado cuesta lo que cuesta un pasaje en avión desde aquí, una cosa absurda. Mi mamá gracias a Dios fue operada por un doctor que me recomendaron. La operación principal se pudo resolver, no otras que quedaron pendientes. Ella quiere que la opere yo, pero ¿cómo hago? Además tengo que juntar dinero…Acá estamos viviendo a capa y espada, aunque estables en comparación con gente de otros países. Y estoy esperando moverme a Venezuela apenas pueda. La idea es ver qué posibilidades se abren, porque quiero ver a mi familia. Pasar Navidad lejos de ellos es triste. Tengo más de 8 años sin compartir una Navidad, porque ante de venirme yo vivía en las islas del Caribe y mi familia en Los Andes, era difícil concertar fiestas navideñas juntos. Tengo muchas fiestas sin compartir con ellos, pero lo bueno es que tienen salud en medio de este desastre que hay en Venezuela, de las grandes restricciones y la gran afección que tienen allá con el coronavirus, que realmente está muy feo…No hay insumos, no hay medicamentos, ni agua, ni luz, ni gas para cocinar».

JORGE PIGNATARO

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