Monseñor Pablo Galimberti, acaba de cumplir 80 años
Estamos frente a una Iglesia que se mira a sí misma y se dice: ¡cuántas cosas hay que poner sobre la mesa!».
El Obispo Emérito de Salto, Monseñor Pablo Galimberti, ha transcurrido una importante carrera dentro de la curia, que lo llevó a ser uno de los sacerdotes más jóvenes del Uruguay, en asumir una responsabilidad tan importante como la de dirigir una Diócesis.
Con 80 años de edad y casi 50 al servicio de la fe, dice sentirse afincado en Salto, resaltando el empuje de dicha ciudad y su gente, elementos que le tornan difícil su regreso al sur. De esta manera dialogó con EL PUEBLO.

A pocos días cumplirá 50 años de sacerdocio, teniendo en su trayectoria el honor de haber sido designado Obispo a una joven edad, cuéntenos sus inicios.
Sí, exactamente. El 29 de mayo del año 1971 por imposición de manos de Monseñor Carlos Parteli, entonces Arzobispo de Montevideo, me ordené sacerdote. En realidad, si seguimos la historia, ha habido Obispos más jóvenes todavía, entre los 35 y 40 años; yo tenía 43 cuando me designaron Obispo; no obstante parecía ser bastante joven. Le cuento la anécdota de cuando me encontré con el Papa Juan Pablo II en octubre de 1984: yo había sido ordenado Obispo el 19 de marzo de ese año, y cuando me ve, me dijo: «qué joven eh», a lo que le respondí: «Santo Padre, usted fue ordenado Obispo a los 37 y yo a los 43 años». Entonces, con su característica rapidez para las respuestas me contestó: «sí, pero usted parece más joven».
¿Cómo llegó a ser sacerdote?
Es una pregunta parecida a la que me hizo un sacerdote cuando yo estaba en cuarto año de la Escuela Militar y Naval –mi padre era Oficial de la Marina- el que me preguntó: ¿qué vas a hacer, lo pensaste?; y le contesté: «yo estoy por este camino», aunque no dije un sí rotundo, lo cual podría haber dicho al ser mi padre un hombre muy cristiano y cuya carrera era un ejemplo a seguir; sin embargo, me lo replanteé. El hecho es que pasaron algunos meses y manifesté que alguna vez también me había planteado la idea de ser sacerdote, la que dejé morir por un tiempo, pero que fue resurgiendo y bueno, aquí estoy. No tuve ninguna iluminación especial que me haya hecho tomar este camino, no; fue más bien una decisión producto de la cabeza y otro poco de los afectos, pero, que después tuve que trabajarla mucho, y aún hoy trabajo permanentemente, ya que son opciones que hay que mantenerlas, cultivarlas, desarrollarlas y potenciarlas.
La cosa es que pasó el tiempo y hoy en día estoy seguro de que Dios tenía sus planes; porque, en ese tiempo, mis compañeros del Liceo Militar y Naval, estaban atravesando crisis enormes de cuestionamientos hacia los militares, los cuales en cierta medida siguen hasta hoy en el camino de la carrera militar; y luego del protagonismo importante y a la vez tan cuestionado que tuvo en la historia reciente esa fuerza, creo que la providencia actuó de tal manera que mi destino fuera otro.
Por lo tanto, agradezco a Dios y a las dificultades, que también me han servido de mucho para madurar y crecer.
¿Cuál fue la primer Diócesis que tuvo bajo su cargo y cómo fue su arribo a Salto?
El Papa Juan Pablo II me designó Obispo el 12 de diciembre de 1983, de la Diócesis de San José de Mayo y Flores, la cual, en comparación con la superficie de Salto que abarca cuatro Departamentos (Artigas, Salto, Paysandú y Río Negro), es una Diócesis pequeña. Fui ordenado Obispo y tomé posesión de la Diócesis el 19 de marzo de 1984. El principal ordenante fue el Arzobispo Franco Brambilla (entonces Nuncio Apostólico en Uruguay) y los coordenantes: Mons. Carlos Parteli Keller (Arzobispo de Montevideo) y Mons. Raúl Horacio Scarrone Carrero (Obispo de Florida).
Luego, siendo Obispo, tuve varios encargos pastorales, siendo durante dos quinquenios (1988 – 1998) miembro de la Congregación del Clero, uno de los Organismos que colaboran con el Papa, entre otros. Hasta que el 16 de mayo de 2006, el Papa Benedicto XVI me confió la titularidad de la Diócesis de Salto.
Para mí el venir a Salto ha sido todo un descubrimiento en cuanto al potencial que tiene esta zona, su riqueza, las universidades, la Represa y todas las iniciativas que se gestan, lo que hacen que uno se vaya afincando y cueste mucho volverse al sur.
¿Le preocupa la persecución que padecen los católicos en algunos países del mundo, especialmente en Medio Oriente y África?
Persecuciones siempre han habido, en forma abierta o en forma solapada; de forma abierta, se han dado estos ataques que hemos visto últimamente, y que antiguamente sucedieron, por eso tenemos un calendario donde recordamos a los mártires, de quienes se ha dicho que su sangre es semilla de nuevos cristianos. De modo que, el testimonio siempre genera contradicciones, por eso muchas veces se mata y otras tantas se cuestiona con preguntas, confrontación, lo que coloca a la Iglesia en situación de jaque, lo cual es bueno, le hace bien, para que haya un sentimiento de reconocimiento y se vea qué lugar ocupa la fe.
¿Ha disminuido la fe?
Creo que esa es una de las necesarias preguntas que tiene la vida de uno; cómo vivo yo mi fe cristiana, no solamente en lo íntimo de la conciencia, sino que también al momento de expresarla, tanto cuando hablamos, cuando participamos, cuando entramos a una institución católica, cuando interactuamos con los demás, etc.
¿Cuáles son los desafíos actuales de la Iglesia?
Muchos. Estamos frente a una Iglesia que se mira a sí misma y se dice: ¡cuántas cosas hay que poner sobre la mesa, temas que no alcanzan con que se los hable en secreto u ocultarlos! El gran desafío es la credibilidad, el cual es esencial, pues si no soy creíble…
Tenemos el desafío de luchar contra la abundancia de ofertas religiosas, parecidas, o no.
Que nos pone en la disyuntiva de conocer y entender al Jesucristo salvador, lo cual es el eje, porque Jesús es el salvador, es el hijo de Dios, pero, ¿el salvador de qué? Nos salva devolviéndonos la salud física, o lo hace al devolvernos la paz, la seguridad en uno mismo, la firmeza para sostener a la familia y educar a los hijos, en fin. Donde se habla de expulsar ciertos demonios, sí, pero el o los demonios pueden ser mis mentiras, el modo en el que hablo, me expreso, asumo las coordenadas de este mundo, etc.
La Iglesia se enfrenta a los retos de los nuevos tiempos y debe acompañar a esos tiempos sin dejar de lado sus valores y creencias, pero, con tolerancia y fraternidad. También está la otra dificultad que siempre surge, el cómo entendemos e interpretamos, por ejemplo, las aspiraciones de los jóvenes -varón o chica-, el que se va a casar; el que no; el que quiere optar por una concepción de su sexualidad a pesar de la condición de su cuerpo; en fin, procesos que tocan la condición humana; por otra parte y al mismo tiempo, tenemos los enormes desafíos que han significado los abusos cometidos y que han hecho mucho daño.
El ser hoy representante de la Iglesia obliga a jugar en toda la cancha y dialogar con todos y responder todas las preguntas que están por allí flotando, y que siempre nos están interpelando.
¿Por qué creer que a la Iglesia Católica no se le perdona o tolera, ciertos modus operandi, que si son aceptados y valorados en otros cultos?
Porque la Iglesia Católica tiene una visibilidad histórica que no tienen las otras Iglesias; si se venden indulgencias en una creencia tal, se toma de una manera, pero, si lo hiciera la Iglesia, se toma de otra distinta. La institucionalidad que tiene el Papa, con una representatividad especial por su calidad de Jefe de Estado del Vaticano -Estado que es más simbólico que real, por su escaso territorio, o poder, pero que le permite hablar, por tal condición, ante las Naciones Unidas- la coloca en una situación, repito, de visibilidad importante, aparte de su rica tradición entre la fe y la razón, la razón y la fe, después de haber cometido en la historia muchos errores.
Con 80 años de edad, ¿le quedan deudas pendientes a Pablo Galimberti hombre?
A veces se me cruzan algunas ideas pero, ya las considero en este momento, podría decir que absurdas. Por ejemplo, me traje, tengo un órgano pequeño y siempre he dicho, bueno, cuando me quede tiempo, cuando me jubile, cuando pueda, me voy a dedicar en las noches a hacer un poquito de ensayo, de cultivo. O sea, digo una de las cosas. Otra que ya la descarté, era al comienzo, hacer un doctorado, pero eso me exigía continuar mis estudios y esa etapa ya la cumplí en Roma, y entonces, mis estudios afuera fue otra de las cosas a las que fui renunciando, pero eso que dejo por el camino no me quedan como deudas, lo integro, y me digo, eso no es para mí, cuando implican dejar otras cosas que tengo entre manos.