Por lo menos pasarán tres meses desde que baje el agua de la creciente y las casas que están sumergidas vuelvan a ver la luz del sol y entonces los damnificados por esta situación que son los habitantes de esas viviendas, puedan regresar a sus hogares. Pero las secuelas de las crecidas en las familias inundadas van mucho más allá que esto. Es difícil el trauma que deja este drama en quienes de la noche a la mañana se ven desplazados por el agua y ven como sus viviendas son anegadas, paredes impregnadas, basura, barro podrido y mugre impregnan al punto que a veces ni con finas espátulas se pueden sacar hasta varios meses después y muchos sol encima.
DESPUES DE
LA CRECIENTE
Es que la creciente trae efectos que van mucho más allá del tener que abandonar el hogar en forma repentina y perder objetos materiales, teniendo que refugiarse en algún espacio alternativo, muchas veces cedido por el Estado como ocurre en este caso. Sino que trae aparejado consecuencias sociales y económicas mucho más drásticas que no se ven porque el impacto del fenómeno climático, lo tapa.
El día después, es el que menos se ve y en el que por ahora nadie piensa, al menos mientras el tremendo efecto de esta catástrofe de la naturaleza esté presente, sobre todo en el ojo de los medios de comunicación.
Pero ¿qué pasará después que el nivel del agua vuelva a su cauce normal? ¿Cuál es la situación a la que se enfrentan los damnificados que hoy son un número más en el registro de evacuados?. ¿Cuáles son las pérdidas reales que padecen por vivir en un lugar donde un fenómeno natural tan recurrente como es la creciente del río Uruguay, los alcanza?. ¿Cómo recuperan lo perdido?. ¿Reciben ayuda del Estado para poder reponerse de esta dramática circunstancia? Esto y más en el presente informe de EL PUEBLO.
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Esperando el día después
Juan vive en la zona portuaria y fue uno de los primeros afectados por estas inundaciones. Tiene 29 años de edad y se tuvo que ir a vivir con su familia a otra vivienda, también de su propiedad, la que está ubicada en un barrio del extremo noreste de la ciudad.
Trabaja en un comercio local y junto a su padre que vive en esa zona hace más de 50 años, ya han sorteado otras crecientes similares. Aunque su progenitor vivió en carne propia la experiencia de la famosa creciente del 59, de la que todos hablan y usan para comparar las que vinieron posteriormente, incluso la actual.
Es un denominador común escuchar que la creciente del 59 hizo esto y aquello, pero es mucho más impactante ver con nuestros propios ojos el drama y la desesperación que centenares de familias salteñas están viviendo hoy en con la actual situación.
Sobre esto se tejen muchas hipótesis, que si Salto Grande hubiera hecho así o “asá” se habría evitado tal o cual cosa, y Juan, que de crecientes ha escuchado mucho y de tener que dejar todo para salir con lo puesto sabe un poco más, dio su opinión sobre lo que le está tocando vivir.
“Nosotros sabíamos que el agua nos iba a llegar porque ya hemos vivido otras experiencias y a esta la veíamos venir. Y cuando preguntamos a las autoridades para saber a qué atenernos, nos decían que el río no iba a superar los 12 metros, nos decían que a 12,70 iba a llegar pero que a más de eso no. Y mi padre, que algo de esto sabe, me dijo: ‘vamos a tener que prepararnos porque se viene’ y eso hicimos, pero siempre pensando que podía afectarnos un poco nomás, aunque nunca tanto”, comentó.
Por esta razón, Juan y su familia aprontaron un entrepiso que tienen en su vivienda, la que está emplazada en la zona más baja de la ciudad, a pocas cuadras del puerto, y allí guardaron un ropero y otros muebles importantes que suponían que iban a quedar a buen resguardo.
“Porque como lo previmos, el río siguió subiendo, de repente vinieron los de la Intendencia y nos alertaron que teníamos que irnos y allí empezamos a juntar nuestras pertenencias y a salir. Pero tuvimos un momento de mucha bronca y fue que la noche en la que nos estábamos yendo, porque el agua estaba a pocos metros de casa, llamamos a la Intendencia y el encargado nos dijo que teníamos que esperar a que nos entrara el agua en la casa para sacar los muebles. Yo me enojé porque le contesté si ‘estaba loco’ y que no íbamos a esperar a eso. Que nos ayudaran ya, porque nos íbamos”, comentó.
“Y lo bien que hicimos, porque al día siguiente cuando nos mandaron los camiones, el agua nos empezó a llegar y sacamos las cosas apurados, rompimos unas cuantas, pero no teníamos tiempo para lamentarnos. Teníamos que irnos y listo”, narró.
Días tras día, Juan y su familia hicieron un seguimiento de la situación, ya que habían dejado algunos muebles guardados en un entrepiso, debido a que confiaron en las previsiones que les brindaron las autoridades. “Pero se equivocaron de acá a Concordia, porque el río siguió subiendo y tapó nuestra casa. Entonces perdimos todo lo que dejamos que eran los muebles más grandes”.
Juan estima que después que baje el nivel del río, tendrán que pasar al menos tres meses para que piensen en volver a establecerse en su hogar, ya que hay “una serie de etapas” que deben cumplirse para que la casa quede en condiciones de volver a ser habitada”, dijo.
“Hay que esperar que baje, para esto como viene la mano, va a pasar al menos un mes más. Ahí hay que esperar a que seque todo y mientras tanto vamos a ir desinfectando y lavando el lugar. Después tenemos que picar las paredes para sacar toda la instalación eléctrica y poder cambiarla, y también para poder cambiar las cañerías porque esos caños quedan totalmente arruinados y no podemos usarlos más”, expresó.
Sin embargo, todos estos costos deben asumirlos los mismos damnificados ya que no existe un fondo para emergencias que pueda auxiliarlos al menos en parte, para poder solventar los gastos.
“La Intendencia no nos da nada, no nos ayuda a hacer todo el trabajo de regresar a la casa. Nos traslada los muebles que pudimos salvar desde el lugar donde estén, eso es lo único. Pero el costo para acondicionar la casa, nadie te lo paga. No existe en el Estado un fondo de recursos para este tipo de situaciones. Es más, nunca existió. Pero bueno, nos las arreglaremos de alguna forma como siempre ha sucedido”, comentó.
Juan no recibe canasta, ni plan social alguno por ser evacuado. Estos son para la gente que está en los refugios o desamparada, aunque ellos son la otra cara de los inundados, los que se van en silencio ya que al parecer, nadie los ve.
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Preparándose para empezar de nuevo
o es fácil pero es lo que tenemos por ahora y debemos hacer un esfuerzo hasta poder volver a casa”, dijo una mujer que superaba los cincuenta y pico largo de edad. Estaba sentada afuera de uno de los refugios, en una silla plegable junto a otras personas más que padecen su misma condición y con un importante número de niños alrededor, los que sin saber porqué fueron mudados de su barrio, se peleaban por los juguetes que tenían para repartir.
Se encuentran alojados en el Club Saladero, al llegar allí lo primero que se ve es un cartel que reza una frase alentadora puesto por ellos mismos: “la única lucha que se pierde, es la que se abandona”. Ellos dicen estar “bien atendidos”. Pero saben que cuando el río baje les tocará una ardua tarea, la de acondicionar su casa con los que les queda. “Yo dejé un montón de cosas que tenía en mi casa, porque no te da el tiempo de llevarte todas tus pertenencias. Todo fue tan rápido que no pude ponerme a sacar cosa por cosa. Y bueno, ya está. Siempre se pierde algo, por lo menos la casita está ahí, por ahora intacta, tapada por el agua pero está. Cuando volvamos tendremos mucho trabajo par ponerla en orden. Al menos un mes para dejarla habitable y después te puede llevar años que vuelva a su estado normal. Las humedades te rompen todas las paredes, pero yo no me voy a ir, porque el alquiler que pago es bajo y hace años que vivo en esa zona, ya me conocen todos los vecinos y me siento una más del barrio”, dijo la mujer que vive a tres cuadras de la Plaza de los Recuerdos.
Vivir en un refugio con gente que nunca vio en su vida no es del todo malo. Se ha hecho nuevas amistades y empieza a valorar más el hecho de cultivar valores como la solidaridad.
Esta es la experiencia que viven por ejemplo, los vecinos del barrio Baltasar Brum, en el Cerro, los que decidieron quedarse allí para no alejarse tanto de su realidad y cuidar lo que pudieron salvar tras la creciente.
Allí la solidaridad y la unión entre los lugareños es moneda corriente y quedó de manifiesto en una situación como la que viven en este momento, donde lejos de hacer rancho aparte, todos formaron carpas a pocos metros de sus casas y comparten sus pertenencias para que a nadie le falte nada.
“Volver a casa va a ser otra experiencia muy grande, porque tener que ponernos a arreglar todo para poder entrar, nos va a llevar mucho tiempo y nos va a suponer costos importantes”, dijo uno de los responsables de preparar la olla popular que alimenta a unas cien personas afectadas por la creciente, dos veces al día.
Pero esbozando una sonrisa junto al grupo de vecinos que instaló su carpa sobre la calle Chiazzaro al 800, dijo convencido “lo que no sé, es de donde va a salir la plata, pero de alguna forma lo vamos a tener que hacer sino no no podremos entrar”.
Aseguró que dejar la casa en las mismas condiciones previas a la creciente “va a ser muy difícil y nos va a llevar mucho tiempo, años quizás, porque mi casa quedó totalmente bajo agua. Y muchas cosas se perdieron, así que después que pasemos por esto, volver, va a ser otra aventura”.
Hoy, centenares de salteños que debieron abandonar sus hogares en las últimas semanas fruto de las inundaciones, piensan en sobrevivir cada día en los distintos lugares adonde debieron trasladarse junto a sus familias.
Mientras tanto, ya saben que cuando la naturaleza permita que el río baje y el agua vuelva a su cauce normal, les espera mucho trabajo por quien sabe cuánto tiempo. Pero lo importante será poder regresar y empezar de nuevo, mirando las cosas desde otro punto de vista y quizás, valorarlo el doble.









