Ha pasado un año desde las elecciones nacionales y seis meses desde las departamentales. Con el tiempo suficiente para que cada agrupación política ordenara lo que dejó atrás, Salto aún exhibe en varias esquinas los carteles de campaña que nunca fueron retirados. Un ejemplo claro está en Avenida Harriague, desde Wilson Ferreira hasta Treinta y Tres, donde todavía quedan rastros de listas y candidaturas que ya son parte del pasado electoral, pero no del paisaje urbano.
Es importante ser justos: no todos hicieron lo mismo. Hubo sectores que retiraron su cartelería como correspondía. No se trata de aplaudirlos por cumplir una responsabilidad básica, sino de reconocer que lo hicieron y dejar claro quiénes no. Porque lo que hoy seguimos viendo en nuestras calles no es culpa del gobierno departamental, ni de cuadrillas municipales ni de inspectores. Esa obligación recaía exclusivamente en cada partido, en cada agrupación, en cada dirigente que decidió colocar un cartel para pedir respaldo ciudadano.
La lógica es simple: pongo, saco. No hay interpretación posible. Quien decide ocupar el espacio público para promocionarse debe hacerse cargo de revertirlo una vez terminada la campaña. Sin embargo, algunos eligieron mirar para otro lado. Y ese descuido habla más fuerte que cualquier discurso electoral.
La contaminación visual que permanece no es solo un tema estético: refleja la relación que ciertos dirigentes tienen con la ciudad. Porque si alguien no puede asumir la responsabilidad más básica —levantar su propia propaganda—, ¿qué mensaje envía acerca de su compromiso con las tareas más complejas de la gestión o de la vida pública?
Salto no merece verse como un depósito de carteles viejos. Es una ciudad que intentamos cuidar entre todos, y donde el respeto por el espacio público debería ser parte elemental del comportamiento político. Quienes cumplieron lo hicieron porque correspondía; quienes no, dejaron una huella de desidia que contradice sus promesas de compromiso y servicio.
No se trata de un ataque, sino de una invitación a reflexionar. Retirar un cartel no cambia la historia de una campaña, pero sí demuestra consideración por la comunidad. Aún están a tiempo. Y sería bueno que lo hagan antes de que la desidia termine diciéndonos más sobre sus prioridades que todas las palabras pronunciadas en busca de un voto.
Salto es de los salteños. Quien quiso gobernar, quien pidió confianza, también debe dar ejemplo. Y a veces el ejemplo empieza, simplemente, por hacerse cargo de lo que uno mismo colocó.





