Carlos Real de Azúa, el excéntrico que pensó el Uruguay

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    Valentín Trujillo presenta en breve -aunque ya está en librerías- el libro Carlos Real de Azúa, Una biografía intelectual. Obra que hacía falta, y de la cual publicamos un adelanto

    «Es posible –escribió Alberto Methol Ferré– que la conciencia histórica de las nuevas generaciones solo pueda constituirse críticamente por mediación de Carlos Real de Azúa’. Nací en 1979, dos años después de la muerte de Real, y hoy, cuatro décadas después, las sucesivas lecturas de este hombre indescifrable me hicieron entender grandes permanencias de la historia y la cultura nacional, claroscuros y trazos más sutiles de la realidad vernácula y, a su vez, en diálogo con el presente, plantaron enormes interrogantes y campos intelectuales abiertos, prontos para roturar».foto cultu
    Esta es la confesión de parte de Valentín Trujillo, autor de Carlos Real de Azúa, Una biografía intelectual (Ediciones B, 2017), que revela la preocupacion de un uruguayo de la nueva generación por entender a uno de los pensadores más notables y arriesgados que dio esta comarca y, a través de él, ingresar en el terreno incierto de lo que se considera la «identidad uruguaya», o más aún, su viabilidad como nación. Por eso importa, por el carácter «excéntrico» que le señaló Halperín Donghi a Real de Azúa, un fuera de centro que se permitió adhesiones ideológicas disímiles (de Primo de Rivera al Frente Amplio, pasando por Luis Alberto de Herrera) o arriesgadas aventuras intelectuales desentrañando a Rodó, a Herrera, a la clase alta, a los caudillos, los poetas, los partidos políticos, los guerrilleros, y la secreta conformación del poder.
    Va a continuación, como adelanto, un extracto del capítulo 6, «Marchas y contramarchas. 1944-1949»:
    «En 1946 Real de Azúa se recibió de abogado después de cursar diez años en la Facultad de Derecho. La demora en recibirse evidenció la voluntad de obtener el título por una “inclinación a no dejar las cosas por la mitad”. Se decía a sí mismo que tenía buena capacidad para el examen lógico de la prueba y el alegato del bien probado. Pero la década en Derecho también desnudó una mayor inclinación hacia la docencia y la reflexión intelectual fuera del estricto campo de las leyes.
    Una foto de ese año, tomada en el local de Prontofoto de la avenida 18 de julio, lo muestra levemente ojeroso, pero con la mirada lúcida. Era un hombre de 30 años con la elegancia punteada en cada detalle de su aspecto: peinado a la gomina, corbata de seda, saco a medida. Poseía el aspecto formal de un abogado que había perdido la inocencia política y religiosa, y que resguardaba su costado más íntimo subrayando una y otra vez, casi a modo de credo, el ensayo André Gide y la crisis del pensamiento moderno, de Klaus Mann, hijo de Thomas Mann y escritor homosexual en eterno conflicto vital, en el que reflexionaba sobre otro escritor homosexual. El libro de Mann estaba dedicado a Julien Green, por lo que el círculo de referencias era bastante explícito. “Se ha calificado a Gide de indeciso y voluble –escribió Mann– porque acepta y confiesa sus contradicciones y disparidades íntimas. (…) Gide es veraz y valiente (…) Su gracia y su gravedad, su integridad y su altivez, sus sutileza, su fervor moral, su espíritu aventurero, todo lo que él defiende está expuesto ahora a un mortal desafío”.
    Real repasó con lápices de diferentes colores, de forma casi obsesiva. Para Mann, Gide era un vagabundo que estaba siempre a punto de partir: “El radicarse, el permanecer en alguna parte, parece incompatible con su temperamento”. Real suscribió esas palabras: el movimiento no era geográfico, era interno.
    Las clases en varios liceos de Montevideo ya le daban una fama singular entre alumnos y colegas, habituados al trato informal con que se relacionaba y a su tartamudez, que por entonces lo orientaba a expresarse por la letra impresa, donde la dicción estaba ausente. El padecimiento de esa dificultad quedó patente en una reflexión posterior: [La tartamudez] Me pesó sobre la vida: me vedó el brillo oratorio, la militancia política activa y la carrera académica. Tal vez, me dirigió hacia la reflexión y la escritura”.
    Sus primeros trabajos en la prensa coincidieron ese año con las elecciones nacionales que dieron la victoria a la fórmula Tomás Berreta- Luis Batlle Berres, de paradójicas consecuencias. Los hijos de Batlle y Ordóñez le habían negado a su primo Luisito la candidatura a la intendencia de Montevideo, por miedo a que ganara y su figura tomara dimensión. Creyeron relegarlo a un pálido segundo puesto en la fórmula batllista, por la que Real no votó. Pero el 2 de agosto, a poco de comenzar el gobierno, las piezas se reacomodaron de forma imprevista: falleció Berreta y el temido y brillante primo de los Batlle Pacheco se convirtió en Presidente de la República, cuando el país gozaba todavía de abundante crédito en el extranjero y todavía capitalizaba los beneficios obtenidos durante la segunda guerra con la venta de materias primas. Pero los nubarrones estaban en el horizonte y desde el semanario Marcha se criticaba la endeblez del sistema uruguayo. “El país tiene que elegir –escribía Quijano en 1946– entre seguir viviendo en una euforia artificial que pueda tumbarlo en el futuro o disponerse desde ya, con todos los inconvenientes que ello provoque, a iniciar su cura. No nos hacemos ilusiones. Sabemos que sus gobernantes elegirán lo primero. Es más fácil. No exige autoridad ni reflexión. Elimina las responsabilidades, y hasta cabe la perspectiva de que los problemas no se agudicen, en los años del nuevo mandato”.
    Si bien Real de Azúa todavía era mala palabra en los círculos intelectuales favorables a la República Española, el respeto por su erudición y su voracidad lectora le abrieron un camino como crítico en la revista Escritura, que lo recibió, posiblemente gracias a la mediación de Martínez Moreno, que se desempeñaba como crítico teatral. Pero al resto de la plana de la revista la presencia de Real debió resultarle incómoda. Dirigida por Julio Bayce, Hugo Balzo y Carlos Maggi, tres notorios defensores de la República Española, Escritura incluía artículos sobre ensayo, crítica, poesía, novela y cuento, música, artes plásticas, teatro, cine, y una sección denominada “Por la paz”. El inicio de la guerra fría tenía el peligro nuclear en puerta, y el pacifismo ganaba adeptos en los sectores intelectuales. Otro de los fundadores de la revista fue el periodista y luego dirigente político batllista Manuel Flores Mora, que también frecuentaba la tertulia del bar Metro, centro de la bohemia nocturna de la ciudad ubicado sobre la plaza Cagancha.
    Carlos Real de Azúa, Una biografía intelectual, de Valentín Trujillo, es de Ediciones B, 2017. Trujillo (Maldonado, 1979) es profesor de Lengua y Literatura. Fue coeditor de revistas literarias, entre 2005 y 2015 trabajó como periodista en el diario El Observador de Montevideo, y colaboró en Quiroga (Uruguay). Ha publicado cuentos, ensayo, obtuvo el Premio Onetti en la categoría Narrativa por su novela ¡Cómanse la ropa! En 2017 fue seleccionado por el proyecto Bogotá39, como uno de los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años, en el marco del Hay Festival.
    (El País Cultural)

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