En capítulos anteriores vimos como el tiempo y las exigencias económicas condicionan decisiones vitales para los jóvenes y la conformación de una familia como lo es el hecho de tener hijos. Hoy nos toca mirar hacia adelante, dándole un cierre a esta tercera parte de este análisis y viendo cual puede ser la variable que incentive a la juventud a apostar por la vida sin renunciar a sus proyectos o sueños.
Entonces, más allá de lo poco alentadoras que resultan ser las estadísticas de natalidad en Uruguay. Debemos tener en cuenta que en la juventud latente de hoy, hay deseos de vivir, de criar, de acompañar y de ser acompañados. Y allí es donde nos surge la interrogante, ¿Cómo equilibrar las aspiraciones individuales con la necesidad de repoblar nuestro país asegurando un futuro con más mano de obra, más crecimiento y desarrollo?
Y la respuesta no parece ser otra que declarar políticas de estado que fomenten e incentiven a la juventud a apostar por el camino de la familia, de la mirada colectiva y no tan individual. En primer lugar brindando respaldo a aquellos jóvenes que apuestan por la vida, brindándoles un entorno agradable y que no se sientan solos ni a la deriva. En conclusión, la decisión de este desafío ya no es solo personal. Sino que también redunda en lo político, en lo social y en lo cultural.
Donde sí queremos revertir la tendencia, necesitamos políticas que acompañen. Que el trabajo y criar un niño no sean caminos opuestos. Que estudiar y ser padre o madre no se vuelva imposible.
Por eso necesitaríamos guarderías accesibles en centros educativos o laborales, así como horarios flexibles y beneficios reales para quienes apuestan por la familia. En el mundo individualista en el que vivimos hoy, la idea de procrear se asemeja más a un acto patriótico que a un proyecto solo familiar.
El hecho de revalorizar a la familia, no desde la obligación, sino desde el deseo pareciera el gran desafío que tenemos por delante. En donde se debe recuperar el orgullo de criar, de enseñar valores y de construir un hogar.
Para eso se debe cambiar la mirada, en donde los jóvenes no deberían verlo como un lujo ni una carga. Y comenzar a verlo desde una posibilidad real. Una elección libre y esperanzadora. Y si lo pensamos bien, este tema va más allá de la natalidad, es muchísimo más profundo. Porque hablar de estos temas es hablar de futuro. Es hablar de fe, de comunidad, de volver a creer en nosotros mismos como sociedad.
Uruguay necesita eso, volver a creer. Para eso hace falta pensar en un futuro lleno de vida, lleno de niños. Donde también nazca la esperanza. Porque si hay algo que nos ha caracterizado como nación es eso. Es la fuerza de salir adelante incluso cuando todo parece cuesta arriba. Sino, basta con preguntarle a nuestros abuelos y que nos enseñen y nos hablen de resiliencia.
Y quizá sí, sean ellos los que en verdad puedan darnos el rayo de luz esperanzador que hoy necesitamos para volver a creer en que si se puede. Se puede tener un hijo y apostar por el amor, y se puede pensar en un hogar sin preocuparnos tanto por el futuro que les dejaremos como País. Ya que al final del día, una nueva vida es futuro, y como todo lo importante, comienza en casa.
Hasta la próxima semana.
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