Estimados lectores. El próximo 20 de octubre, se recuerda un año más del fallecimiento de don José Batlle y Ordóñez, sucedido en 1929. Preferimos recordarlo no con los ya conocidos hechos de su vida política, sino, con el juicio que el mismo mereció, de uno de sus más notables adversarios, nos referimos al Dr. Emilio Frugoni.
«Nos parecería traicionar su destino personal; volver la espalda al ademán enérgico con que su vida trazó el rasgo de su trayectoria en el panorama histórico del país, si hiciésemos de estas conmemoraciones solamente evocaciones melancólicas de su figura prócer, y no fuésemos capaces de levantar esa figura por encima de nuestras cabezas, por encima de las cabezas un tanto abatidas de nuestro pueblo, como un estandarte, bajo cuyos pliegues se congregue no una multitud de devotos para reanimar, de rodillas, la llama de su recuerdo y la serenidad litúrgica de un rito religioso, sino una multitud de ciudadanos que recojan de pie, en su mente y en su corazón, incitación de las enseñanzas de su vida para recuperar fuerzas en la lucha constante contra todo lo que tenemos que combatir y en pro de todo… (los aplausos impiden oír el final de la frase).
Por otra parte, ¿qué mayor homenaje para un hombre que el reconocimiento de sus méritos por quienes lo combatieron en vida y fueron combatidos por él? Y no porque estos reconozcan tardíamente haberse equivocado, sino porque así como antes estaban dispuestos a colaborar con él desde terrenos distintos, en todo lo que les pareciera plausible, ahora, hecho el balance definitivo, no tienen inconveniente en proclamar la altura de sus propósitos, la pujanza de sus ideas y la magnitud de su acción histórica en nuestro medio civil para ejemplo de todo el continente.
Pero su gran característica sintética, el rasgo de su personalidad que envuelve y encierra todas las fases de su figura moral, y la concreta en una definición, que como todas las definiciones limita al par que expresa, es su vocación política y su consagración absoluta, de todos las horas, de todos los momentos, al problema político.
La vocación política, cuando va a acompañada de un fervoroso anhelo del bien público, es siempre una fuerza moral respetable y hasta admirable; y cuando, como en el caso de Batlle, llega a la devoción abnegada que impulsa a consagrarle toda una vida, a desafiar el peligro, a luchar a brazo partido, esgrimiendo las propias ideas como un hacha, sin temor a recibir hachazos en la refriega, esta vocación se vuelve esforzada actitud espiritual y penetra en la zona del verdadero heroísmo civil; que es una de las formas más altas y puras del heroísmo humano.
Y eso es, precisamente, lo que más resalta en la caudalosa actividad de ese fuerte caudillo civil, de este poderoso conductor de multitudes, de este constructivo hombre de Estado, que abre rumbos nuevos en varias direcciones de la teoría y la práctica de gobernar.
Pero lo que más debe interesarnos en la ocasión presente es referirnos a su amor nunca desmentido por la libertad, y a lo que él mismo llamara su fanatismo por la legalidad.
Y bien; su fervor por el liberalismo político, y su preocupación de reforzarlo y garantirlo, ampliarlo en el contenido, el volumen de la idea de libertad en un derrotero que su mano señala a todos los partidos populares en esta hora de trágicas y tremendas claudicaciones.
Ese fanatismo por la legalidad y por la ley, por la legítima y verdadera que surge de la auténtica soberanía nacional, no la impuesta por la fuerza y por la traición de los cuartelazos; ese fanatismo saludable y honrado, formula y postula un criterio de conducta moral que ha de servirnos para condenar como delitos abominables los motines y los atentados contra la democracia -tanto en España como en el Uruguay- (¡Muy bien! Grandes aplausos). Y para alentarnos en la batalla cotidiana que debemos lidiar hasta vencerlos como los que en nuestra República atropellaron el derecho para implantar el imperio afrentoso de la fuerza armada y del fraude legalizador».
Por: Dr. Adrián Báez
