CONTINUACIÓN… seguimos delineando estos primeros apuntes que no son más que un borrador de una historia que venimos escribiendo cada lunes desde esta columna.
CATORCE. (Así terminábamos la semana pasada).
El policía bajó sus brazos y los puso juntos en su espalda, sintió las esposas cuando cerraron en sus muñecas. «Será una larga noche», volvió a pensar mientras era trasladado a la seccional para ser interrogado. Pese a todo, no tenía quejas, el policía que lo detuvo se comportó mucho mejor que el otro que lo detuvo hacía unos años en una circunstancia similar, cuando recibió golpes en las costillas.
- No entiendo por qué siguen viniendo a esta casa, pareciera que estuviera maldita –dijo el policía, que volvió a encender el sexto sentido del periodista.
- ¿Cómo que siguen volviendo?
Unos minutos en el futuro…
Pero ya no hubo más conversación. Llegaron a la Seccional de Policía y fue conducido sin mediar palabra a una pequeña celda con mucha humedad de dos por dos. Allí pasó la noche. Debió acurrucarse en un camastro con un colchón lleno de quemaduras de cigarrillos. «Mi reino por mi pipa eléctrica», pensó el periodista. La celda estaba muy fría, cerró su campera y se tiró sobre el colchón en posición fetal buscando darse calor. Intentó escuchar algo, pero entre el silencio que había y su poca audición sólo oyó una radio encendida pasando algo de música y murmullos entre los policías que estaban de guardia. Se ve que seguía siendo parte del protocolo amansar a los chorros que se metían en casas ajenas. «Si habré escrito este tipo de crónicas en mis comienzos», se rio por dentro pensando en quién escribiría al día siguiente su propia historia de algún «amigo de lo ajeno» que se había metido en una casa en el barrio residencial.
Báez tenía claro que por más que gritara llamando a algún agente para tratar de explicar su situación nadie vendría. Ya había pasado por eso. Era increíble que después de tantos años en el periodismo y de tanto roce con muchas personas de la sociedad, incluidos unos cuantos policías, nadie supiera, al menos en esa seccional, que él era periodista, por lo que su historia de meterse en una casa por estar realizando una investigación para su periódico debería eximirlo de pasar la noche en esa cama llena de pulgas o vaya uno a saber qué otra cosa había en ese colchón.
Pese a todo, logró dormirse. Estaba cansado y no lo había notado hasta que cayó en un profundo sueño, donde se cruzaron muchos pensamientos e hipótesis de lo que estaba pasando en una autopista de su inconsciente, las que se esfumaron sin dejar rastro ante el primer ruido de llaves de la puerta.
- Báez, puede irse.
- ¿Sabe quién soy?
- Sí, claro.
- Y si sabían, ¿por qué me hicieron pasar la noche en esta celda?
- ¿En serio? ¿No lo sabe?
(Hasta la semana que viene…)
Por: Leonardo Silva