Dicen que todo artista llega a un punto en el que debe enfrentarse a su destino: o sigue tocando sin hacer dinero o se anota en AGADU y comienza a generar una salario.
“Hasta que el pueblo las canta / las coplas, coplas no son / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe su autor”; Antonio Machado, una de las coplas más célebres de Campos de Castilla (1912), perteneciente a la serie “Proverbios y cantares”
Yo, que soy de los que creen que “las canciones son del viento”, decidí que era hora de dar el paso formal para capitalizar tanta energía eólica. Porque el desafío —y así lo nombro— es entender de una vez por todas cómo funciona ese misterioso mundo donde las obras se registran, se protegen y generan derechos económicos sin perder su vocación de que las cante el pueblo.
Voy a realizar todo el proceso de asociarme y registrar una canción que va a ver la luz en el programa “Marcando la Diferencia” de Romina Buzzo. En esta columna, junto con ella y otros comunicadores, arranca esta cobertura en vivo de un proceso que a muchos artistas del interior les resulta tan inaccesible como un viaje a la luna: asociarse a AGADU, registrar una obra propia y cobrar.

Primera estación: el desafío
Cuando uno se acerca a AGADU, descubre que la inspiración tiene formularios. Y que cada melodía necesita su versión en PDF. Pero más allá de la broma, lo interesante es el ejercicio de entender qué implica ser autor e intérprete.
En Salto —como en tantos rincones de la Banda Oriental— abundan los artistas que crean, pero no se reconocen como tales en términos legales. Tocamos, escribimos, arreglamos, versionamos, cantamos y al final el derecho queda flotando en el aire, como una nota que no encuentra partitura.
LA ASAMBLEA DEL DESAFÍO
Este desafío es un aprendizaje colectivo, para mí y para les compas, el último libra a todes, una mano lava la otra y las dos lavan la cara, la unión hace la fuerza, todes para une y une para todes, quien comparte multiplica, codo a codo somos mucho más que dos.
Por eso, quiero documentar todo el proceso: desde la inscripción, las idas y vueltas con los formularios, hasta los encuentros con otros músicos que están en la misma. Mostrar que el registro es un acto artístico, una forma de afirmarnos como creadores.
Segunda estación: el conocimiento como resistencia
No es secreto que muchos artistas de La Banda Oriental sentimos que AGADU queda tan lejos como la República de Montevideo y a veces parece que los derechos de autor no tienen GPS.
Pero no se trata de tirarle piedras al edificio de Fernández Crespo, sino de acercar distancias. Si no entendemos las reglas, las reglas no funcionan para nosotros.
Así que, en vez de quejarme, prefiero entender, porque si algo tenemos los artistas del litoral, en general, es la capacidad de buscar conocimientos en todo momento, incluso mientras empujamos el auto para que arranque.
Tercera estación: la música como documento
El tema que voy a lanzar es, en el fondo, una excusa para hablar de algo más grande: la propiedad, la identidad, el acceso y el derecho a ser escuchado.
Registrar una canción es también reconocer que existimos en el mapa cultural del país, con nuestras letras, nuestros acentos y nuestras realidades. Es una forma de decir: “esto también es Uruguay, también tiene autor y merece salario”.
Epílogo (por ahora)
Este es un comienzo. En las próximas semanas voy a ir compartiendo cada paso del proceso —errores, logros y descubrimientos— hasta llegar al momento en que la canción suene en la radio con su registro en regla.
Quizás no cambie el mundo, pero capaz que le sacamos la corbata al formulario y lo hacemos cantar un poco. Lo más importante es que escuchen la canción y la compartan.
Seguiremos informando. ¡Viva el ARTE! ¡Salario digno para las y los ARTISTAS!









