Se cumplen este mes 140 años del nacimiento de uno de los mayores poetas uruguayos: Julio Herrera y Reissig.
También en 1875 nacían otros dos compañeros de generación: Florencio Sánchez (a quien hicimos referencia en ediciones pasadas) y María Eugenia Vaz Ferreira. Herrera y Reissig nació en Montevideo el 9 de enero de 1875 y murió a los 35 años (también como Florencio Sánchez), el 18 de marzo de 1910. Sus primeros versos son de 1898 (Miraje), año en que publica su extenso Canto a Lamartine.
En 1889 fundó La Revista, de vida efímera, y sobre fin de año pronunció un discurso político (única intervención suya en ese terreno), oponiéndose a la unidad del Partido Colorado, tal como la propiciaba el Presidente de la República Juan Lindolfo Cuestas.
En 1902 su familia se instala en una casa de la ciudad vieja, cuyo altillo será sede de la celebrada y modernista Torre de los Panoramas, frecuentada por Paul Minelli, César Miranda, Ylla Moreno, Lerena Juanicó, Picón Olaondo y Medina Bentancort. Durante la guerra civil de 1904 se trasladó a Buenos Aires, desempeñándose como funcionario estatal y regresó a Montevideo al firmarse la paz. Por entonces adquirió auge la vida cultural de la Torre. Colabora con La Democracia y en las principales revistas literarias del Río de la Plata aparecen textos suyos. En 1907 fundó la segunda revista, La Nueva Atlántida, que alcanza sólo dos números. En esa época comienza el lento ordenamiento de su poesía, con intención de publicarla, de la que consolida sólo un titulo: Los peregrinos de piedra (1909). Personalidad impar, distante de todo ejemplo posible, crecido en el tiempo, preciosista, evasivo, fantasioso, audaz, pastoril, descriptivo, sugerente, ecléctico, neólogo, hermético, gran renovador de la metáfora, tentado por exotismos varios, es el hispanoamericano de radicalizada poética dentro del modernismo literario, – “La parte más importante de la labor poética de Herrera y Reissig se inicia con Los éxtasis de la montaña, que comprende dos series de sonetos alejandrinos. La primera data de 1904; la segunda es posterior y se completa en 1907.
El breve poema “Ciles alucinada” (1903) es, por su inspiración pastoril y eglógica, algo así como un amplio pórtico a ese conjunto de sonetos.
Difícil sería encontrar quien pueda igualar a Herrera y Reissig en la expresión del sentimiento de la vida rural que atesoran esos sonetos, donde, pintor insuperable del paisaje, lo es, sobre todo, del ambiente…” (de Max Henríquez Ureña).
La vuelta de los campos
La tarde paga en oro divino las faenas…
Se ven limpias mujeres vestidas de percales,
trenzando su cabellos con tilos y azucenas
o haciendo sus labores de aguja en los umbrales.
Zapatos claveteados y báculos y chales…
Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas.
Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas.
Un suspiro de Arcadia peina los matorrales…
Cae un silencio austero… Del charco que se nimba
estalla una gangosa balada de marimba.
Los lagos se amortiguan con espectrales lampos,
Las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas…
Y humean a lo lejos las rutas polvorosas
por donde los labriegos regresan de los campos.
Amor sádico
Ya no te amaba, sin dejar por eso
de amar la sombra de tu amor distante.
Ya no te amaba, y sin embargo, el beso
de la repulsión nos unió un instante…
Agrio placer y bárbaro embeleso
crispó mi faz, me demudó el semblante,
ya no te amaba, y me turbé, no obstante,
como una virgen en un bosque espeso.
Y ya perdida para siempre, al verte
anochecer en el eterno luto,
mudo el amor, el corazón inerte,
huraño, atroz, inexorable, hirsuto,
jamás viví como en aquella muerte,
nunca te amé como en aquel minuto!
