CONTINUACIÓN… seguimos delineando estos primeros apuntes que no son más que un borrador de una historia que venimos escribiendo cada lunes desde esta columna.
TRECE. (Así terminábamos la semana pasada).
Quizás la mejor pista que andaba buscando y que hasta el momento no había encontrado en la casa, acababa de entrar en la casa detrás de él. ¿Lo estaban siguiendo o algún vecino había llamado al 911 denunciando que había visto a una persona en actitud sospechosa entre las sombras en medio de la noche? Ya le parecía que estaba comenzando a quedar medio paranoico. Después de todo, era como tirar la moneda al aire y ver qué pasaba, las probabilidades eran 50-50, así que decidió jugársela.
- ¿QUIÉN ANDA AHÍ? –gritó al asomarse a la puerta del altillo de la casa, justo cuando la luz de una linterna le enfocó a la cara desde el comienzo de la escalera y ya no pudo ver.
Unos minutos en el futuro…
- ¡SUELTE EL ARMA! –gritó quien lo iluminaba al rostro con una potente linterna.
- ¡¡No estoy armado!! Es mi celular –respondió rápidamente el periodista.
- QUE SUELTE EL ARMA, ¡¡¡NO LO VOY A VOLVER A REPETIR!!! -El periodista optó sabiamente por soltar el celular.
- Soy periodista. ¡Identifíquese usted!
- Soy policía. Usted ha invadido una propiedad privada, fue denunciado por unos vecinos que llamaron al 911.
- Bien, puedo explicarlo todo. ¿Podría dejar de apuntarme con la linterna y con su arma?
El policía se comunicaba con su radio informando que había detenido al intruso dentro de la casa. Le ordenó que bajara lentamente por las escaleras desde el altillo con las manos arriba y bien visibles. Una vez que estuvieron uno al lado del otro, el policía empujó al periodista contra la pared extendiendo sus manos y abriendo sus piernas revisándolo buscando cualquier cosa parecida a un arma.
- Ya le dije que soy periodista y que puedo explicarlo todo –atinó a decir Báez.
- La última persona que me dijo eso dijo ser el Papa y que podía explicar todo cuando lo agarré con un televisor bajo el brazo. Todavía está en la cárcel cumpliendo condena por pelotudo.
«Es entendible, ¡estoy regalado!», pensó Báez. El policía bajó sus brazos y los puso juntos en su espalda, sintió las esposas cuando cerraron en sus muñecas. «Será una larga noche», volvió a pensar mientras era trasladado a la seccional para ser interrogado. Pese a todo, no tenía quejas, el policía que lo detuvo se comportó mucho mejor que el otro que lo detuvo hacía unos años en una circunstancia similar, cuando recibió golpes en las costillas.
- No entiendo por qué siguen viniendo a esta casa, pareciera que estuviera maldita –dijo el policía, que volvió a encender el sexto sentido del periodista.
- ¿Cómo que siguen volviendo?
(Hasta la semana que viene…)
Por: Leonardo Silva