Daniel Cattani: “Cuando fui a visitar a mi hermano por primera vez, fui como ese oxígeno diferente que ese día entró”
El 27 de junio se recordaron 50 años del último golpe de Estado en nuestro país que originó una dictadura de 12 años. En la misma hubo presos políticos, cuyos familiares iban a visitar todos los meses. Este domingo EL PUEBLO comparte con nuestros lectores dos testimonios, uno de Pablo Bonet, exedil del Partido Nacional y Daniel Cattani, expresidente de la Junta Departamental de Salto por el Frente Amplio.


PABLO BONET
– ¿Se crio con sus abuelos porque su madre estuvo presa durante la dictadura?
– Mi padre había fallecido y cuando tenía 3 años llevaron presa a mi madre por pertenecer al MLN. Siempre digo que mi vida consciente comenzó estando presa mi madre y la dictadura.
– ¿Era de ir a visitarla?
– Sí, claro. Primero estuvo tres años aquí en Salto, en calle Florencio Sánchez, a la vuelta de la Jefatura vieja, donde hay un murallón enorme ahora, frente al garaje De León, después estuvo como tres años y pico en Paso de los Toros, y luego unos meses en Punta Rieles, pero la travesía larga era a Paso de los Toros, verano e invierno eran tremendos.
– ¿Cuándo liberan a su madre?
– En 1978, yo era chico. Los presos políticos fueron siendo liberados paulatinamente, el grueso de las liberaciones fue en 1985 con la Ley de Amnistía.
– Supongo que habrá hablado con su madre sobre sus condiciones de reclusión.
– Sí, ella era lo que llamaban el equipo de apoyo, no fue una militante firme. Reconozco y me acuerdo muy bien con mucho aprecio y cariño, la comunidad que se había formado en Paso de los Toros donde era un apoyo permanente entre todas las mujeres que estaban presas, tanto allí como en la cárcel de aquí de Salto que fue en los lugares donde pude ingresar. A Punta Rieles me tocó ir una sola vez y fue en el patio. Pero el apoyo que había de esa comunidad que se había formado era muy importante, y eso sirvió para poder llevar adelante esos años de reclusión.
Con el paso de los años me imaginaba yo padre con un hijo preso o que se llevaran a un hijo y uno no supiera donde estaba, y me daba cuenta que uno la pasaría muy mal. Entonces, me imagino la situación de mis abuelos, la familia, son cosas que uno con el paso del tiempo y la perspectiva de como uno va cambiando, lo va observando de otra forma. En aquel momento, disfrutaba de ir a visitar a mi madre porque pasaba muy bien con todos ahí, jugábamos al voleibol en los recreos, comíamos todos juntos. Para mí, con tres, cuatro, cinco y seis años, era una situación muy particular, reconozco que era una fantasía que uno vivía por la edad que tenía.
– ¿Pudo preguntarle a su madre si fue torturada mientras estuvo presa?
– Tengo entendido que no lo fue. Si bien todos los capítulos de la dictadura fueron tristes, el de la tortura a los presos políticos es el capítulo más triste . Además, a veces uno discrepa con compañeros del propio partido que señalan “qué necesidad de andar agujereando cuarteles buscando, si todos sabemos que todos murieron”. Creo que hay que ponerse también en el cuerpo y en el sentimiento de quienes siguen teniendo, después de tantos años, un familiar desaparecido, muerto, donde quizás en el interior de ti sabés cuál es el destino que tuvieron, pero que le da a las personas una tranquilidad poder tener la respuesta final del destino de las personas. Entonces, me siento a gusto cada vez que aparece un cuerpo, cada vez que se sabe el destino de los niños que fueron secuestrados y sacados de sus padres, que por suerte aquí en Uruguay ya todos fueron ubicados.
– La última palabra es para usted.
– Los que estamos en los 50 y pico, pertenecemos a esa generación que nos criamos en dictadura pero con 15 o 16 años de edad vivimos la apertura democrática, aquel fervor de la democracia, en mi caso como periodista y como militante político, todo el proceso que se ha vivido, podemos identificar aquellas cosas que le hacen bien y las que no le hacen bien a la democracia. Entonces, cuando decimos nunca más, es nunca más terrorismo de Estado, pero nunca más tampoco aquellas cosas que pueden generar divisiones y grietas, porque si bien los enfrentamientos y las discusiones son sanas y buenas, todo tiene su límite, y Uruguay se ha caracterizado por ser un país donde la tolerancia política ha sido un factor importante.
En ese sentido, tenemos que aprender y enseñar a las nuevas generaciones que la democracia se cuida todos los días y que se debe fomentar y profundizar, con discrepancias y acuerdos, lo que llevara a que naturalmente la sociedad no permita que haya otra situación como se vivió en los años de la dictadura y que tampoco pase lo que estuvo antes de la dictadura. Puede haber crisis y situaciones extremas, puede haber gobernantes que nos gusten más o menos o que no nos gusten nada, pero todo en el marco de la democracia, que es la enseñanza que nos tiene que dejar estos días.

DANIEL CATTANI
– ¿Cómo recuerda el tiempo en que su hermano estuvo preso durante la dictadura?
– Cuando la represión se hace fuerte y empiezan a aparecer los presos y presas políticas en nuestro país, no fue una vida sencilla. A veces en la propia interna de la familia teníamos dificultades, no todos estaban de acuerdo y no todos aceptaban tener un familiar que haya sido sindicalista, que se haya integrado a una guerrilla, para mí propagandística porque no fue más que eso, la del MLN y de otros sectores, pero eso generó mucho problema. Entonces, hubo parte de la familia que jugó un papel importantísimo, no solo en no dejar solo al familiar preso. Mi hermano también terminó siendo un compañero para mí, cuando lo empiezo a visitar, iba un mes yo y el otro mi madre a verlo.
Yo trabaja en diario EL PUEBLO, manejaba mucha información, no era periodista pero trabajaba en los talleres, en ese momento tenía 18 años. La primera vez que fui a visitarlo fue en navidad porque ahí permitían que los familiares estuviéramos juntos, si no, era de a uno y vidrio por medio con teléfono. Mi madre y mi hermana decidieron que la primera vez que fuera a visitarlo sea en navidad porque nos ponían en una especie de plaza que había y un banco donde podíamos estar en contacto directo con él.
Cuando mi hermano cae la primera vez yo iba a la escuela, fue en la Toma de Pando. Yo me acordaba de él, pero él no se acordaba de mí porque yo era un niño cuando él se fue a Montevideo. Estábamos sentados en un banco de esos como cualquiera de la plaza de acá, estábamos abrazados mi hermana, mi madre y yo con él, y en todo momento, en esa más de media hora que fue lo que duró la visita, él estaba con sus manos refregándose en las piernas y solo me habló a mí. Yo era como ese oxígeno diferente que ese día entró y eso me quedó, por eso asumí la responsabilidad de tratar de ir todos los meses o mes por medio a visitarlo. Pero un día me enfermo y recién voy al mes siguiente, y me recrimina, “¿pero cómo no viniste? Vos tenés que venir igual porque así tenemos noticias de Salto e intercambiamos, porque cada familia trae información, y yo no la tuve”, es cuando te das cuenta lo que valían nuestras visitas.
Yo era muy desprolijo de joven para andar vestido, de pelo largo y de barba, era jugador de fútbol y me gustaba andar así. Pero para ir a visitarlo tuve que cambiar, tenía que afeitarme y cortarme el pelo. Un día mi madre se enferma y salgo corriendo a último momento, pero antes me fui a afeitar con una de esas hojas que se usaba en una especie de maquinita y la cuestión es que me corté toda la cara. Cuando llego, lo primero que me dice, vidrio mediante, es “¿qué te pasó? ¿Qué te hiciste en la cara?” Entonces le cuento, y me dice, “¿vos te dejás la barba?”, le dije que sí y que además solo me cortaba el pelo para ir a verlo, y me responde “de ahora en adelante, viviré soñando el día que te vea de barba”, porque ese día sería cuando fuera liberado.
Cuando sale de la cárcel esa noche me fui para Montevideo y no me afeité porque justo coincidió que había ido mi madre y yo estaba esperando al otro mes para ir. Tomo el ómnibus, iba a parar a la casa del padre de Virginia Cardozo, la compañera que ahora está de Directora de Salud de la Intendencia de Montevideo, con quien trabajaba en el diario EL PUEBLO. Me pone en un ómnibus y me dice en la esquina en la que me tenía que bajar. Cuando me bajo lo veo que está con uno de Paysandú, su compañero de celda. Entonces me acerco y abrazo a mi hermano, y me dice “pará, pará, en la calle efusividades no”, eso me quedó grabado. Claro, estuvo 14 años en cana. Y lo primero que hace es ponerme las manos en la cara, en los cachetes y me acaricia, “¿sabés cuánto soñé con verte de barba?”, y le respondo, “mirala bien porque ahora me voy a afeitar y nunca más me vas a ver de barba”, “no, al contrario, mucho soñé con verte de barba, no te afeites nunca”, y no me afeité más.
– ¿Qué recuerda del día que su hermano fue liberado?
– Mi primer trabajo fue en diario EL PUEBLO, tenía 14 o 15 años cuando ingresé, incluso se tuvo que pedir un permiso a mi padre para permitirme trabajar. Y cuando comencé a ir a visitar a mi hermano, había muchos compañeros con ideas parecidas a la izquierda en el diario, por lo que siempre me preguntaban por él cuando iba y volvía. Cuando se acercó la fecha de que empezaron a abrirse las cárceles, me acuerdo que estaba la Red Informativa que iba de 22 a 22.30 en canal 8, que era lo que había acá en aquel momento, y cada vez que empezaban a pasar imágenes de compañeros o compañeras que eran liberadas, los compañeros de redacción que tenían un televisor, me llamaban porque muchos esperaban también ver la salida de mi hermano.
Un día, Alberto Rodríguez me dice que iban a pasar imágenes porque habían salido unos cuantos del Penal de Libertad, ya era jefe de redacción en aquel tiempo, era muy joven. Fui a mirar y ahí lo vi salir a mi hermano, iba con una guitarra que se la había dejado un compañero español que había estado con él en la celda y que tocaba la guitarra, y cuando lo trasladaron se la dejó a mi hermano. Mi hermano se enteró que yo estaba aprendiendo guitarra, entonces me dijo que tenía una guitarra para mí. Y él salió con la guitarra al hombro, hay imágenes en la televisión y una foto que él aparece con la guitarra. “Ese es mi hermano”, dije, y la gente del taller me dijo que consiguieron entre todos plata para el pasaje para que fuera, y esa noche me fui para Montevideo. Alberto me dijo que no había problema, que me fuera nomás porque ese día me dejaron libre. De ahí esa vinculación tan fuerte que tengo con el diario.