“Él se acordaba del quincho”, dijo una vez Malaquina a este diario luego de visitarlo en el Vaticano en 1997
Era un niño de apenas 9 años de edad cuando vi pasar por el fondo de mi casa un gigantezco avión de la empresa Pluna, de esos que nunca surcaban el cielo salteño y cuyo ruido estremecedor hizo vibrar las ventanas de mi casa. Yo vivía a unos 3 kilómetros del aeropuerto de Nueva Hespérides, que había sido totalmente acondicionado para esa ocasión.
Es que se trataba de la llegada a Salto de una figura mundial, el Papa Juan Pablo II, que arribó en el marco de una gira que realizaba por segunda vez al Uruguay en dos años, y que en esta oportunidad, además de Montevideo había decidido visitar las ciudades de Salto, Melo y Florida.
Al llegar al entonces Parque Matos Neto, una zona actualmente densamente poblada por construcciones de alto nivel, lo esperaban más de 10 mil personas que habían llegado desde distintos puntos de la región, además de cientos de salteños que decidieron reunirse alrededor de un enorme quincho, construido en la oportunidad por una empresa local, que fue símbolo de la visita del Pontífice a nuestro suelo durante años, hasta que fuera vandalizado e incendiado.
Hoy su recuerdo, se erige desde una cruz de mármol en una plazuela que lleva su nombre y en la calle que también recuerda con su denominación al Papa peregrino, que llegó a Salto, siendo el Obispo de la Diócesis local, Marcelo Mendiharat, un sacerdote francés que vivió y falleció en el Uruguay en el 2007. Ícono de la defensa de los pobres y de la lucha por la libertad.
A partir de los años 70 la crisis política que vivía el país hizo que las condiciones en que se desarrollaba su labor pastoral fueran cada vez más difíciles y peligrosas.
Marcelo Mendiharat se contó entre los pastores que, en palabras de Ana María Bidegain, denunciaron «las raíces de la injusticia y la violación de los derechos humanos». De visita en Roma a comienzos de 1973, no volvió a Uruguay por consejo de Paulo VI y se exilió en Argentina
Mendiharat mantenía una importante afinidad con Juan Pablo II y hubo voces de la Iglesia Católica que le atribuyeron a que como él ostentaba la titularidad del Obispado en Salto, el sumo pontífice había decidido venir a Salto.
Hace algunos años, cuando pudimos entrevistar al tres veces intendente de Salto, Eduardo Malaquina, le recordamos su viaje al Vaticano en el año 1997, donde junto al entonces presidente Julio María Sanguinetti participó como integrante de la comitiva oficial que acompañaba al primer mandatario uruguayo.
Al llegar el momento de los saludos protocolares, Sanguinetti le recordó a Juan Pablo II que al hombre que estaba saludando ya lo había conocido, cuando Malaquina lo recibió en Nueva Hespérides en el momento que él visitó Salto.
“Y entonces él elevó las manos hacia arriba y me decía ‘el quincho’, solo eso decía, pero se acordaba bien de Salto y de su visita a nuestra ciudad, fue un momento muy emotivo”, recordó Malaquina.
Mañana algunos referentes de la comunidad católica de Salto recordarán 30 años de la única visita oficial que llevara a cabo una figura mundial como es un Papa, a nuestra ciudad. Una buena oportunidad para recuperar el espacio donde se erige el monumento que lo recuerda y también para situar a Salto en el mapa de las visitas oficiales de un santo padre.
Hugo Lemos