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miércoles, 5 de marzo de 2025
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Si alimentamos la panza y nos olvidamos de alimentar nuestro espíritu, entonces no vamos a ningún lado”

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Padre Juan Andrés “Gordo” Verde

Conocido popularmente desde siempre y como a él mismo le gusta llamarse, EL PUEBLO conversó con el Gordo Verde, es decir, con el Padre Juan Andrés Verde, quien ha dedicado gran parte de su vida para comunicarse con los jóvenes para aconsejarles y dar siempre un mensaje de optimismo y de fe. Hoy se encuentra en la Capilla Santa Eugenia en Montevideo.

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– Pasada la pandemia, ¿cómo quedamos las personas?

– Lo que he notado fuertemente en la gurisada es como que a un potrillo lo tuvieran encerrado, de pronto sale y se larga a retozar, y lo que he visto han sido cosas que quizás en generaciones anteriores no las había percibido, que tiene que ver con la sociabilidad. Lo percibí concretamente en la primera misión que hicimos en Casupá después de la pandemia. La diferencia en un grupo de 300 gurises con la misión anterior que había sido antes de la pandemia y esta otra, fue abismal. El punto es cómo enfrentamos el desafío de aprender y de no tener una memoria selectiva sino de aprender las enseñanzas que nos dejó ese tiempo de pandemia y no volver a nuestras actitudes de antes o empeorarlas, porque si hay algo que nos enseñó este bichito que vino y de la nada, de un día para el otro nos distanció de algo tan simple como un abrazo o como un mate, lo tuvimos que dejar de hacer. Un bichito que de alguna manera nos vino a recordar que no somos todopoderosos, que no nos llevamos el mundo por delante. En criollo, también a recordarnos un poco la palabra humildad. A veces nos creemos los dueños de todo y no es así. Entonces, el desafío hoy está en no tener una memoria selectiva hacia atrás, al contrario, tratar de verdad de pasar raya y decir que todo lo que hoy soy y tengo, si no lo cuido, si no lo potencio, si no lo trabajo, lo puedo perder. Así que tenemos que poner lo mejor de uno.

– ¿Cómo quedaron las relaciones humanas? Pregunto porque esta pandemia nos llevó a convivir intensamente a nivel familiar, entonces, las relaciones entre padre e hijos, ¿se distanciaron o se fortalecieron? ¿Qué fue lo que nos quedó?

– No quiero entrar en la casuística, pero mucho habrá dependido de las familias en sí. En algunos casos, los encierros prolongados en lugares pequeños terminaron siendo para mí más perjudiciales por los tratos, por lo que genera eso de un día para el otro de no estar nunca a estar todo el tiempo. Y en otros casos, al revés. Por ejemplo, en la cuestión de los feligreses hay gente que le ha costado volver a la presencialidad. Y no solo a los feligreses, en todo. A cuántos de nosotros nos ha costado retomar la presencialidad, y ahí hay un gran riesgo porque corremos en el borde de la cornisa de encerrarnos también en los aparatos, en la de tener una reunión por zoom, tengo una misa por internet, tengo una charla por whatsapp. Una cosa es cuando estás lejos a la distancia, pero otra cosa es cuando estamos relativamente cerca. La pandemia ha dejado muchas cosas buenas, entre otras el uso de la tecnología como la teníamos de alguna manera sub usada, por decir.

El riesgo está en que no todo es tecnología. A veces podés tener el celular y en vez de ayudarte a comunicarte te aísla. Estás en tu casa sentado a la mesa con tus padres, y de pronto estás con ellos y no estás. Hace poco un padre de familia me decía que se habían ido a veranear a la playa y en todo el verano no compartió nada con sus hijos porque cada uno estaba por acá, por allá y al final de cuentas decía, “me hubiese gustado llevármelos al campo o a un campamento, un lugar donde podamos acampar, estar todos juntos y compartir más tiempo, a de pronto ir a un lugar bonito donde hay mucha gente”. Entonces, es real que hay veces que desaprovechamos las posibilidades que tenemos porque no somos conscientes. ¿A quién no le ha pasado estar con su familia, no verse hace tiempo con alguno y estar distraído con el celular? Pero de pronto hoy también el celular nos permite estar unidos a seres queridos que tenemos a la distancia, y casi de manera instantánea y viéndolo a la cara, algo que parecía una locura hace pocos años. Como cuando la radio te avisaba en campaña que te iban a llamar y no sé qué. Con la misa pasa lo mismo, hay gente, especialmente mayores, que les ha costado volver. Ahí está el desafío de levantarse.

– Y ese meterse adentro de su casa puede tomarse metafóricamente, porque la gente también aprovechó para meterse adentro de uno mismo para ver qué había, y de pronto comenzaron a aparecer preguntas. ¿Qué preguntas surgieron en los más jóvenes?

– Hay varias preguntas que siempre están ahí, que son el por qué, el para qué estoy, cuál es mi misión, hacia dónde voy. Es muy difícil cuando uno se encuentra con los límites no hacerse estas preguntas, ¿cuál es el sentido de mi vida? A veces creemos que porque tenemos muchas cosas o porque tenemos muchas experiencias o porque probamos esto y aquello, entonces vamos a ser más felices, o a veces porque nos llenamos de cosas materiales creemos vamos a estar más llenos, y en el fondo a veces uno se encuentra muy vacío, o teniendo y haciendo mucho, se encuentra más vacío que otras personas que tienen mucho menos pero que saben disfrutar y aprovechar lo que tienen.

Me pasó hace poco algo que compartí en las redes, que salía de acá del barrio y me encontré con una parejita muy curiosa, cuarentones los dos, venían caminando por la calle con un carrito con una sonrisa de oreja a oreja. Frené el auto, me bajé, les pregunté por qué estaban tan felices, y él me responde, “porque nos tenemos a nosotros. Encontré a esta extranjera”. Él había estado peleando todo el año con un cáncer y ella es una sudafricana que había salido de la cárcel por cuestiones de droga, cumplió su condena, pero claro, acá en Uruguay, sin familia, sin nadie, terminó acá en el barrio, y los dos muy contentos iban a clasificar para poder compartir, y era navidad. De pronto había gente con la que yo había estado en esos días que tenía mucho más y estaban enredados en problemas o no valorándose. A veces es eso, creemos que la felicidad está en tener más o en hacer más cosas o en tener más ocasiones de placer. En el fondo eso es lo que nos habla el mundo de hoy, eso que decía el Papa Francisco, que uno termina probando todo eso pero no experimenta la alegría espiritual. Uno puede encontrar y descubrir esa alegría cuando profundiza en el corazón, y se encuentra con las razones más vitales de su vida, eso de para qué estoy, por qué, de dónde vengo, a dónde voy, y dónde entra dios en todo esto. A mí dios me ha cambiado la vida, me ha dado un por qué y un para qué. Hoy en día la juventud muchas veces no encuentra ese por qué y ese para qué, vive una vida sin sentido donde nada te llena, donde nada te plenifica, donde tengo que ir probando y probando de esto y aquello, ver si logro sentir esto o aquello, y al final de cuentas terminan siendo como experiencias vacías.

Y también hay un riesgo ahí, porque vivimos en un país que tiene uno de los mayores índices de suicidio a nivel mundial, y esto nos tiene que llamar la atención. Encima, la parte más alta está entre jóvenes menores de 29 años, y estos son los datos que tenemos hoy al 2023. Esto es una pandemia silenciosa porque está pasando y se habla poco. Alejandro de Barbieri, que es un psicólogo reconocido, está haciendo una campaña muy importante de esto, una persona que yo respeto muchísimo. Me parece fundamental que aquí le demos espacio no solamente a la parte de salud mental sino a lo espiritual, porque nosotros somos seres espirituales. Si alimentamos la carrocería, vamos a decir la panza, y nos olvidamos del motor, nos olvidamos de alimentar nuestro espíritu, entonces no vamos a ningún lado.

– Pasada la navidad y el año nuevo, ¿qué mensaje o expresión de deseo le gustaría compartir con nuestros lectores?

– Una de las cosas que me llamó la atención cuando llegué aquí al barrio Santa Eugenia es que me encontré con gente muy humilde que su proyección máxima que tenía era de acá a la semana que viene, ya decir el mes que viene era como hablar de un abismo, o sea, es el hoy y el mañana. Eso porque la complejidad del día a día de muchas personas les impide ver más allá, y creo que nos puede pasar a todos el hecho de tener una mirada con un horizonte muy bajo en nuestra vida, y eso es lo peor que nos puede pasar. No tener horizontes en nuestra vida, es solo pensar en el hoy y en el mañana y ya está, no tener siquiera capacidad de proyectarnos.

Esta semana me han tocado situaciones muy fuertes, he tenido que decirles a dos niñas de 7 y 11 años que su papá y su mamá iban a estar juntos en el cielo, que por un buen tiempo no los iban a poder ver. Imagínate, yo también tengo fe, todos tenemos fe, pero hay momentos que dejá quieto. Y sin embargo, la fe le da herramientas a cualquiera para vivir la vida con esperanza, y eso es un regalo muy grande. El dolor sin esperanza termina siendo amargura, decía un Obispo. Hasta el dolor con esperanza se lleva de otra manera. Entonces, si será importante la fe de saber que no estamos solos, que no todo termina de un día para el otro.

Así que solo me queda transmitirle al pueblo salteño que la vida es un gran regalo, que vale la pena vivirla, que no estamos solos, que aunque estemos viviendo algún momento de dificultad o de sinsabor, los invito a levantar la mirada, a levantar los ojos al cielo y a ponerse en manos de aquel que de verdad sabe por dónde pasa nuestra felicidad, y como alguna vez escuché, los momentos de aridez prepara los momentos de abundancia, así que a prepararse para lo que se viene.

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PERFIL DE JUAN ANDRÉS VERDE

Es del signo de Géminis.

De chiquito quería ser peón rural.

Es hincha de Nacional.

¿Una asignatura pendiente? Aprender más magia.

¿Una comida? El asado.

¿Un libro? Biografía de Don Bosco.

¿Una película? Gladiador.

¿Un hobby? Camperear.

¿Qué música escucha? Folklore.

¿Un día de la semana? Me gustan todos.

¿Qué le gusta de la gente? La autenticidad.

¿Qué no le gusta de la gente? El falluteo.

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