CONTINUACIÓN… seguimos delineando estos primeros apuntes que no son más que un borrador de una historia que venimos escribiendo cada lunes desde esta columna.
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DIECISIETE. (Así terminábamos la semana pasada).
Tomó el teléfono y se comunicó con su amigo, el doctor G., quien lo había puesto sobre la pista de esta nueva cepa mortal. “¿Qué me podés decir del doctor Juan José Requena?”
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Unos minutos en el futuro…
La llamada sorprendió al médico, jamás pensó cómo la trama de una nueva cepa del COVID-33 pudiese tener semejante derivación. De la sorpresa pasó al escepticismo, “¿habré hecho bien en confiar esta información a este periodista?”, se preguntó, “pero bueno, ya estamos en el baile… veremos a dónde nos lleva. Total, cualquier cosa, si esto se desmadra nada me vincula a Báez”.
El doctor G. le hizo un breve resumen de la vida de Requena, con quien estaba casado, cuántos hijos tenía, que trabajaba tanto en la salud privada como pública con extensas horas en el CTI de ambos, rotando para que las guardias no quedaran acéfalas. Y esas largas jornadas de guardia había terminado afectando a la familia, como les había pasado a casi todos, tras años de lucha contra un virus que simplemente se resistía a desaparecer. No había nada raro allí, todo normal.
El periodista lo escuchó atentamente. Notó que el médico estaba algo distante, como que no entendía por dónde venía la cosa. Decidió explicarle lo que había estado pensando y cómo había llegado a la conclusión que algo fuera de lo normal había podido ocurrir en ese siniestro de tránsito donde Requena había perdido la vida. Pero seguía sin tener nada. Entonces cambió la pregunta.
– Además del caso de Taramasco y su esposa, ¿es posible que hubiesen existido en esos días otros casos similares?
Tendría que fijarse en los partes médicos. G. recordó que tuvo contacto con el caso Taramasco porque él mismo lo había recibido durante su guardia y pudo notar los nuevos síntomas que no había visto en otros pacientes y que la casualidad también llevó a tener acceso al informe del laboratorio donde marcaba la existencia de esa nueva cepa C, como se la bautizó.
G. miraba atentamente la pantalla de la computadora de entrada del hospital y empezó a ver algo que hasta ese momento no había notado. En los días que Taramasco y su esposa habían ingresado, también lo había hecho otras quince personas, llegando al mismo fin, todas habían muerto a las pocas horas de su ingreso al CTI, y sin más detalles, todas decían coincidentemente infarto del miocardio. Eso le pareció muy extraño y se lo dijo.
– ¿Cabe la posibilidad que las fechas coincidan con el siniestro de Requena y que esos pacientes hayan estado esa misma noche todos juntos observando lo que había pasado y que se hayan contagiado ahí? – llegó a preguntar Báez cuando alcanzó a escuchar unos extraños ruidos en la línea. Alguien más estaba escuchando la conversación.
(Hasta la semana que viene…)