A sus treinta años ha recorrido varios de los lugares más emblemáticos del mundo y reconoce ser un privilegiado en este sentido; por supuesto que ha sabido aprovechar y sacar partido de estas bondades, forjándose su propio estilo de vida en el que le da lugar a la avidez por el conocimiento y la experiencia de conocer de primera mano cada cultura de nuestro universo terrestre.
Ramiro Colinet Tellechea se formó en el terreno de la Arquitectura y el Diseño de Interiores y muy joven comenzó a trabajar en el área. Su mirada exótica y cotidiana se traduce inmediatamente en un diálogo que nos cautivó desde el principio a fin… ese cúmulo de experiencias que sólo puede transmitir el que puede cultivar la mirada a simple vista y la que observa desde su interior.
– ¿Cómo fueron sus comienzos profesionales?
– “Comencé primeramente a formarme en Negocios Internacionales… no fue una cuestión vocacional, simplemente

fue algo preestablecido. Luego entré en comunicación con una amiga – que había estudiado Diseño de Interiores – y ello me incentivó a incursionar en la especialidad. Me fui a la capital a estudiar y luego a Buenos Aires, complementando los estudios con Paisajismo, Escaparatismo.
Un buen día – cuatro años atrás – estaba trabajando en Buenos Aires en una empresa de diseño y de pronto me saturé… fue una sumatoria de hechos. Mi madre había tenido un accidente en el campo… todo me llevó a cuestionarme qué estaba haciendo en aquella ciudad y decidí volver. Dejé mi apartamento y me traje la gata.
– ¿Les comunicó a los dueños de la empresa que se venía?
-“No. Fue un acto irresponsable en el cual no medí consecuencias. Evidentemente después me llamaron y se tomaron bien mi decisión, pues mantenía una buena relación con mi jefa.
Siempre mantuve contacto con el campo y con el negocio familiar; en la actualidad trabajo con ella y estoy la mayor parte del tiempo en el campo y algunos días en Salto”.
“SIEMPRE ESTOY EN CONTACTO CON LA REALIDAD DEL DISEÑO A TRAVÉS DE MIS VIAJES”
– ¿Y cómo quedó su faceta vinculada a la profesión?
– “Al viajar siempre estoy en contacto con la actualidad del diseño a nivel internacional a través de mis viajes. Hoy por hoy elijo con quién trabajar porque siento que aquí en Salto no cuento con la suficiente libertad para trabajar a la hora de contratarme. Se condiciona mucho el trabajo. Pienso que si tengo un título y estudié una carrera, debo ejercerla con total libertad de acción”.
Vale decir que Ramiro y su madre se dedican a la cría de ganado Hereford y Corriedale.
Está embarcado en un proyecto fotográfico con un uruguayo que tiene una galería de arte en Nueva York y Miami.
– ¿A qué edad comenzó su emancipación?
– “Empecé a trabajar a los 22 años, cuando me encontraba en la mitad de la carrera de Diseño y comencé a trabajar en Zafira Design en la capital bonaerense. Es una empresa que cuenta con una sólida estructura laboral y sabe lo que es un trabajo y aprendí mucho de la buena jefa que tuve.
Luego incursioné en otras empresas”.
LOS VIAJES… PRIMER DESTINO: NUEVA YORK
-¿Cuándo llegó la etapa de los viajes?
-“Al terminar la carrera. El primer destino fue Nueva York… permanecí allí tres meses. Fue un viaje de diversión.
Hice cursos de Pintura e Historia del Arte en el MET (Metropolitan Museum). Esas oportunidades son increíbles… poder pagar 25 dólares por recibir una clase por ejemplo de Richard Prince que es uno de los artistas norteamericanos más prestigiosos.
También realicé un curso de Cromoterapia en la nueva sede de Parsons (catalogada como una de las mejores escuelas de diseño del mundo).
El objetivo ha sido siempre sumar conocimientos y experiencias a mi currículum.
– El hecho de residir un tiempo e internarse en la realidad neoyorkina. ¿Le hizo cambiar de mentalidad?
– “Muchas veces desde que nacemos somos bombardeados con ideas de que esas grandes metrópolis son íconos de estilos de vida deseados por todos. Entonces toda esa idealización se derrumba cuando se cae en la miseria de convivir

en espacios hiper pequeños. Estuve compartiendo con un australiano en Noho en un departamento que tenía que subir seis pisos por la escalera, dormía en un sofá, mi amigo en el dormitorio y pagaba 1.200 dólares por mes.
Veía a mi amigo trabajar intensamente y le costaba llegar a fin de mes con su economía, bombardeado por el consumo.
Uno quiere pertenecer a determinados grupos, consumir en restaurantes elegantes y adquirir la ropa linda que ve en los gráficos.
Para mí fue una experiencia que me hizo valorar ciertas cosas de otra forma, como la existencia en mi propia tierra. Vivimos muy alejados de lo que es la real dinámica cultural. Allí nos percatamos de la solvencia cultural que tienen otras personas más jóvenes que nosotros y que hablan más de cuatro idiomas y tienen extensos currículums”.