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Armonía

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(A Raúl “Gringo” Banfi)

Esperé que el entrenador indicara a los muchachos un nuevo ejercicio y cuando todos se alejaron trotando, me acerqué y le supliqué que leyera mi manuscrito.

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Tan concentrado en la lectura quedó aquel hombre de gorro de visera y silbato colgado al cuello, en medio de la Plaza, que los deportistas (cansados de hablarle y que él los ignorara) se marcharon.

-Escribí esto hace dos tardes atrás, recostado en ese portón de la esquina, mientras lo observaba a usted dictar la clase.

-Esto es para la risa…es divertido, pero no me va a decir que es cierto.

-No pretendo que me crea, sólo quería que uno de los personajes de mi cuento lo leyera, tómelo así, como un cuento. Desde ese día, el hombre no pudo sacarse de la cabeza los párrafos que había leído y, entre curioso y preocupado, reflexionaba sobre la rareza del tipo que le dio a leer aquello, pero también pensaba que a las personas así, raras y extravagantes, a veces se le ocurren cosas extrañas y que pueden suceder realmente. Se propuso entonces estar atento, aunque temía encontrarse con que fuera cierto y no saber qué hacer.

Después de varias jornadas de trabajo en la Plaza, el entrenador se decidió, mejor dicho se animó a mirar las copas de los árboles mientras indicaba ejercicios de gimnasia. Le llamó la atención el alboroto de los pájaros, los movimientos insólitos que hacían con las alas y con las patas, pero nunca pudo comprobar si realmente lo hacían después de cada orden suya.

Jorge Pignataro

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