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viernes, noviembre 28, 2025

Yanely De Vecchi: 2 historias de la Redota

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Diario EL PUEBLO digital

Yanely De Vecchi: 2 historias de la Redota

“Durante 26 años, junto a Ofelia Piegas y un equipo apasionado, tuvimos el privilegio de recrear en Salto uno de los momentos más significativos de nuestra historia: la Redota

El desafío fue sacar la historia del libro, de la hoja, y llevarla a la vida. Que dejara de ser una lección escrita para convertirse en una experiencia que la gente pudiera ver, sentir y entender.

A través de los campamentos artiguistas, escribimos e imaginamos cómo podía sentirse Artigas en cada uno de esos momentos: observando a la gente que lo acompañaba, que lo impulsaba a seguir hasta llegar a este Salto Oriental.

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Ese fue siempre el sentido profundo de nuestro trabajo: mostrar a Artigas como un ser humano, bajarlo del bronce, hacerlo cercano, con la enorme responsabilidad —y la misma vulnerabilidad— de quien guía a un pueblo que sueña con liberar su tierra.

Duerme el campamento de orientales. Dura y larga fue la jornada siguiendo al General.

Dulce y amargo el camino hacia la libertad; la convicción, la esperanza, el anhelo presente, el futuro incierto, rara mezcla de sentimientos anidados en las almas de los seguidores de José Gervasio Artigas.

Salto Grande es energía, talento y desarrollo

Vienen desde muy lejos, con el sabor amargo aún, de la traición efectivizada en la comisura de los labios y en el torrente del corazón. Duele más la ingratitud que el abandono de bienes y familiares en algunos casos o solo sus casas y sus posesiones en otros.

Cuando se supo que todo el esfuerzo, la sangre derramada, los heridos ganados no habían sido suficiente  para evitar el levantamiento del Sitio de Montevideo por el armisticio de octubre de 1811 entre el virrey Elío y el Triunvirato de Buenos Aires, el General había tomado su decisión y rearmando a sus tropas, emprendió su derrotero hacia el norte… 

Y como fueguitos en el camino, los orientales surgieron detrás de él hasta transformarse en una hoguera incontenible, depositando en su Jefe, la tea encendida desde su rebeldía para alumbrar el recorrido hacia la libertad. Debía quedarles claro a los traidores, que la sumisión no estaba dentro del ánimo de los orientales.

Y llevaban ya más de 500 kilómetros recorridos, la fatiga se hacía sentir no solo en los cuerpos de los andantes, sino también en su ánimo, sin embargo, la caravana no cejaría su decisión primigenia y alcanzaría, junto al general, el sitio decidido por él para finalmente, detenerse y descansar.

El de ese momento, solo era un alto en el camino. La noche cerrada y oscura, alardea del silencio apenas quebrado por algún ronquido reparador o el crepitar de los leños en las fogatas familiares.

Los mira el General, camina lentamente, casi sin hacer ruido, tal como aprendiera de sus charrúas, recorriendo el perímetro de acampada. Les preocupa su bienestar, sus vidas y casi como un padre a quien los desvelos por sus hijos le condicionan, recorre familia por familia, grupo por grupo, sueño por sueño, cerciorándose de que todo esté en orden, que nada falte o que nada sobre.

Duerme poco José Artigas, apenas como para descansar el cuerpo y la mente. Lo abruma la responsabilidad, lo abruman las esperanzas puestas en él y lo encienden las ansias de bienestar, de justicia, de igualdad, de libertad; lo elevan sus sueños de grandeza para un pueblo que lo ha dado todo por su suelo.

Ahí va José Artigas, los brazos caídos contra el cuerpo, chaqueta militar desprendida, botas gastadas por tiempos de luchas y amores furtivos.

Ahí marcha el Jefe de los Orientales preguntándose cómo proteger a ese pueblo, su pueblo, una pregunta que lo envuelve desde la partida hacia ese norte que tanto conoce y ama, una preocupación que lo reinventa día a día, lo lanza hacia la bravura, hacia los confines de un tiempo donde lo esperan, lo sabe, decisiones para gobernar.

Amanece sobre tierra oriental

En el horizonte, apenas perceptible, una luz reaviva los colores oscurecidos por la noche. En ese rincón de la Banda Oriental, sentado sobre un tronco, frente a una pequeña fogata, mate en mano y mirada aguda, José Artigas, espera y piensa.

Espera la plenitud del amanecer y sabe que esa luz llevará orden y claridad a los pensamientos que lo ocupan. Mira ese campamento que apenas comienza a despertar del sueño reparador.

Poco a poco, con el primer albor, sus oídos reconocen los sonidos familiares, el trajinar del hombre que enciende el fuego para calentar el agua de ese mate que será el primer desayuno mientras se asa la carne que alimentará a la familia.

El llanto trémulo de un bebé en busca del pecho de su madre, el vigía que regresa a reponer fuerzas luego de una noche en vela, el murmullo apagado al principio, pero que cobrará fuerza a medida que avance la mañana y el día…

Y, en tanto, observa al campamento sacudirse el letargo de la noche dejada atrás, el General gira entre sus manos las preocupaciones mientras rota el mate como intentado ensamblar sus pensamientos y sus deseos.

Sabe que nada podrá hacer por su pueblo sin sentar las bases de políticas que tiendan a proporcionarle el sustento que le asegure un porvenir duradero, fértil, y tranquilizador más allá de su persona o su liderazgo. 

Mal conductor de esas almas sería si dejara que dependieran solo de su mandato y sus órdenes. Quiere, para cada oriental, la oportunidad del pensamiento y la decisión propios y eso se logrará solo con armas que no disparen muerte, sino ideas y para ello necesita, fundamentalmente, dos cosas: educación y salud y ambas van unidas, sin prioridades, de la mano.

Que sus orientales sean tan ilustrados como valientes, pero tan sanos como inteligentes, porque no habrá futuro sin hombres y mujeres educados ni cabezas abiertas sin salud.

Maestros y médicos necesita el General; un ejército diferente y necesario capaz de combatir la oscuridad de la ignorancia y la arremetida de la enfermedad.

Y decide que debe empezar por la salud para que los más jóvenes tengan oportunidad de avanzar hacia el mañana y tender puentes, valientemente, a las nuevas e ilustradas generaciones.

Y, en ese amanecer, el General sabe que con el nuevo día, el sol encendió la lumbre que heredará su pueblo.

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