No hay peor ciego que el que no quiere ver. Esa frase nunca estuvo tan atinada en los tiempos que corren, donde después de haber visto como el país había mejorado mucho en todos los niveles, en los sectores de actividad, en la economía, en los distintos sectores sociales, las cosas ya no son tan buenas, los niveles dejaron de ser tan óptimos, el crecimiento se estancó y los índices negativos empezaron a aflorar.
Aunque de esto ya llevamos algunos años, donde de la desaceleración de la economía pasamos a un estancamiento, un disparo de la inflación, una volatilidad del dólar que superó barreras impensadas, una inflación que dejó atrás las recuperaciones salariales y comenzaron a verse cada más acentuados los problemas sociales, los que a esta altura empiezan a ser por lo menos acuciantes, los vemos a diario con solo salir a la calle y son síntomas que ya deberían empezar a preocuparnos a todos.
No podemos negar que el país tuvo un despegue entre finales del primer gobierno de Tabaré Vázquez y los primeros años de la administración Mujica, pero ya al final de la misma las cosas empezaron a cambiar. Por lo menos se pararon y tuvieron una meseta que daba señales de alerta. De decir, bueno, hasta acá llegamos, no sigamos tirando manteca al techo porque la quedamos. Y en parte así fue.
Uruguay es un país pequeño, con un crecimiento que puede llegar a un techo, pero que no va a llegar a ser mucho más que esto, más de lo que ha crecido y de la prosperidad que le dio a su gente hasta hace algunos años atrás, reconociendo incluso que lo hizo empujado también por un contexto de crisis global tanto en el primer mundo, que después contagió a los países emergentes y finalmente podían sacudir a los que somos considerados en “vías de desarrollo” y que participamos del G 70, como es nuestro caso, aumentando el precio de las materias primas de la cual nuestro país es exportador, lo que generó ingresos y divisas por niveles históricos, superando los 9 mil millones de dólares, dando lugar a un desarrollo del Producto Interno Bruto que trepó a los más de 50 mil millones de dólares y empujó a que la renta per cápita fuera de unos 17 mil dólares anuales.
Eso ha generado que incluso el país generara confianza en el mercado internacional por ser un lugar con estabilidad política, seguridad jurídica, ofreciera reglas de juego claras y dispusiera tranquilidad a los inversores en un contexto regional no tan calmo. Pero con el tiempo también se permitieron ciertas cosas y empezaron a jugar otros factores, como una presión tributaria que se hace casi desmedida y con un costo de la mano de obra bastante alta.
Por tal motivo, muchas inversiones que se hicieron en su momento por parte de grandes empresas decidieron no quedarse ya que empezaron a ver que el mercado interno ya no cuenta con la misma posibilidad de consumo que hace algunos años, debido a que hay endeudamiento interno, se enlenteció a pasos agigantados el consumo por la pérdida del poder de compra, lo que viene aparejado de la falta de aumentos salariales de parte de las empresas que sufren el embate de vender poco, recaudar menos y no querer dar nada, sino lo mínimo legal como para no tener problemas, con el fin de no perder plata.
El gobierno insiste en que no estamos en crisis, y en eso estamos claros. No la hay. Crisis fue la del 2002, donde quien esto escribe perdió su trabajo y vio como en la fila que le tocó hacer en el BPS en aquella drástica oportunidad había decenas de personas y la misma daba vuelta a la esquina. Donde se veía a mucha gente con caras largas y otros aprontando las valijas. Después de eso, muchos de los que aprontaron las valijas, con el correr de los años y con un país más pujante, decidieron retornar y hoy están pensando en volver a la misma odisea que la que hicieron hace 15 años atrás, pero ya sin pasaje de retorno.
Ellos también son el termómetro de esa movilidad económica que se generó en su momento y que determinó que haya un crecimiento sostenido durante mucho tiempo, niveles históricos que posicionaron al país como un referente en la región y que regaló durante algunos años prosperidad para su pueblo.
Pero hoy las cosas cambiaron y no podemos negar la realidad. Hay una pobreza creciente y la vemos todos los días en la calle, cuando se nota a familias enteras revolver contenedores de basura y abrir cualquier bolsa que uno deja en la calle como residuo domiciliario. Antes eran los perros, los que causaban ese desastre en la calle, hoy son personas, seres humanos que ante la nada misma, se nutren de lo que uno tira a la calle y ese problema se llama indigencia o pobreza extrema. Esta situación está impactando cada vez más en familias a las que las llaman en contexto vulnerables, pero que si bien están clasificadas y catalogadas, tarde les llegan las soluciones.
En el caso de Salto casi 15 años después empieza a vislumbrarse de manera tangible la solución para uno de los 23 asentamientos que reconoce el gobierno que existen en nuestro medio. En este caso, el mayor problema de exposición de pobreza está en la zona sur de la ciudad, pero también en el barrio Artigas donde a la vera del final de la avenida Manuel Oribe, la pobreza duele. Ahora el gobierno les va a dar una solución, largamente esperada por estas personas. Pero todavía falta y mucho.
El Estado, que ya cuenta con un déficit fiscal tremendo, dice que mantendrá los planes sociales, pero el tema es que los mismos aún no son suficientes, no digo solo en cantidad sino también en calidad, porque la pobreza aumenta al mismo ritmo que la desocupación y la incertidumbre por mantener la fuente de empleo. Entonces hay que tomarse en serio los problemas sociales, y no hablar tanto de que los indicadores económicos son favorables, porque de lo contrario no estamos viendo el problema de fondo.
El otro día la ministra de Industria, Carolina Cosse, me dijo en la UTU que el país no estaba en crisis ni en recesión y que estaba aumentando, no al mismo ritmo que otros años pero que lo estaba haciendo. A mi ya no me interesa lo que me digan de positivo, sino que quiero ver primero que reconozcan lo que está mal y segundo que se hagan cargo.
Porque en un país de apenas 3 millones de personas y que es productor de alimentos, con 12 millones de vacas y otro tanto igual de ovejas, no puede haber uruguayos revolviendo la basura para sacar un hueso.
HUGO LEMOS