«Qué difícil es hacer que la gente respete», nos decía preocupado un guardia de seguridad que trabajaba ayer en una sala de espera. Se refería a que a pesar que están indicadas las sillas que se pueden usar y las que no (para respetar la distancia), «hay mucha gente que hace lo que quiere, hay que estar de continuo llamándoles la atención», decía.
Similar fue la queja que escuchamos respecto al cine. Está todo muy bien dispuesto para que se cumpla el distanciamiento, pero nunca faltan los que hasta rompen las cintas que señalan las filas que pueden utilizarse y las que no. En definitiva, cuando a veces tanto se exigen protocolos en las instituciones de todo tipo, es bueno que los mismos usuarios también nos cuestionemos a nosotros mismos, cuál es nuestra actitud.
El reciente terremoto en Haití, más las guerras y otro tipo de problemas en distintas partes del mundo que a cada momento se ve en los medios de prensa, hace que le asista razón al cuidacoches de Artigas y Lavalleja, que ayer leía el diario y comentaba: «acá los uruguayos nos quejamos de todo, pero vivimos en un paraíso».
La fabricación artesanal de tapabocas, que venía siendo buen negocio para muchos, ya no da tanto resultado. Es lo que nos comentaba una costurera que hasta hace un tiempo vendía muy bien, pero ahora, según ella, «el tema es que los descartables bajaron mucho de precio y la gente los prefiere».