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sábado, noviembre 8, 2025
Columnas De Opinión
Dr. Ignacio Supparo
Dr. Ignacio Supparo
Ignacio Supparo Teixeira nace en Salto, URUGUAY, en 1979. Se graduó en la carrera de Ciencias Sociales y Derecho (abogado) en el año 2005 en la Universidad de la República. Sus experiencias personales y profesionales han influido profundamente en su obra, y esto se refleja en el análisis crítico de las cuestiones diarias, con un enfoque particular en el Estado y en el sistema político en general, como forma de tener una mejor sociedad.

Una reflexión sobre la pérdida de principios y el avance de un Estado que, bajo la apariencia de bienestar, ha convertido la libertad en obediencia.

Uruguay: el país de los anestesiados

“Nos domesticaron con migajas y nos convencieron de llamarlo bienestar.”

En una época, muy alejada de la actual, Uruguay fue una tierra de ciudadanos libres. Hoy es un país resignado, donde sobrevivir se volvió el único proyecto colectivo. Hemos cambiado la pasión por la rutina, la dignidad por la comodidad, la libertad por la obediencia mansa. 

Mientras el Estado crece, voraz e insaciable, nosotros nos encogemos. Ese enemigo no viste uniforme ni porta armas: se disfraza de bienestar, de ayuda, de protección. Pero su apetito es infinito. Quiere tus ingresos, tu tiempo, tu pensamiento, tu lenguaje y hasta tu vida. Y cuanto más dependas de él, más dócil te volverás.

Poco a poco, los inmorales —esos políticos que cambiaron la verdad por conveniencia— te han robado algo más valioso que tu dinero: te han robado los principios. Te alejaron de las verdades absolutas, de la ética, de la noción misma del bien y del mal. Te convencieron de que todo es relativo, que no hay verdad sino opiniones, que todo depende del sentimiento o la emoción del momento. Y bajo esa anestesia moral fuiste aceptando lo inaceptable. 

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Te dijeron que una madre puede asesinar a su hijo y lo llamaron derecho. 

Te dijeron que los sexos biológicos no existen y lo llamaron progreso. 

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Te dijeron que un médico puede matar a su paciente y lo llamaron dignidad. 

Y les creíste. 

Y te convenciste de lo que jamás hubieran aceptado tus padres o tus abuelos. Te resignaste y, en tu resignación, lo miraste pasar. Lo normalizaste. Hasta llegaste a defenderlo. Porque cuando te anestesian el alma, ya no ves monstruos: ves derechos.

Te convencieron de que está bien que entregues dócilmente el fruto de tu trabajo y que resignes tus propias necesidades, para enriquecer a los burócratas que comandan los hilos del poder. Te dijeron que era solidaridad, que el sacrificio del individuo debía alimentar la maquinaria del Estado. 

Y una vez más, les creíste… y te empobreciste.

Te hicieron creer que es mejor que el gobierno administre tus ahorros que vos mismo. Permitiste que te traten como un incapaz, como un infradotado que ni siquiera puede cuidar lo que gana con el sudor de su frente. Que no sos capaz de cuidar tu futuro, ni de gestionar tu propia jubilación. Que el Estado sabe más que vos lo que te conviene, cómo gastar tu dinero, cómo vivir tu vida. Te dejaste engañar por el reparto de la “solidaridad intergeneracional horizontal” vendida por el socialismo, y ahora de viejo te diste cuenta de que era mucho mejor conservar tus ahorros, administrar tu propio dinero, que aceptar la miseria de jubilación que recibís. Pero ya es tarde. El tiempo jugó su papel, y cuando de joven dejás de luchar por lo que te merecés y es justo, esa anestesia te convierte en espectador de tu propia rendición.

Pero le seguiste creyendo…..

El Estado no solo te robó el bolsillo: te robó la conciencia. Convirtió la educación en adoctrinamiento y la cultura en propaganda. Desde chico te enseñaron a no pensar, sino a repetir. A creer que la obediencia es virtud y que el mérito es opresión. Así criaron generaciones dóciles, agradecidas por su propio sometimiento. Y mientras te suben los impuestos, te bajan la conciencia. Te dan pantallas, series, fútbol y carnaval para que no mires hacia arriba. Cambiaron la verdad por entretenimiento, la cultura por consumo, la reflexión por ruido. El ciudadano informado desapareció, reemplazado por el consumidor distraído. 

Y volviste a creer….

Y en ese proceso también te robaron la familia. Convirtieron al padre en un ausente, a la madre en una asistida y al hijo en un proyecto del Estado. Lo que antes era deber ahora es trámite; lo que antes era amor ahora es subsidio. Destruyeron la comunidad natural para reemplazarla por dependencia institucional.

Y todo esto te pareció normal…

Hoy vivimos bajo el imperio del relativismo y del deseo, donde la verdad molesta, donde la virtud es sospechosa y donde quien defiende principios es acusado de intolerante. Es un mundo al revés, diseñado para que nadie crea en nada, porque quien no cree en nada obedece cualquier cosa. El ciudadano sin convicciones, que solo pide asistencia, es el súbdito perfecto. Y el Estado lo sabe.

Y dejaste que todo esto suceda, mirando desde la tribuna, pensado que no te iba a afectar.

Uruguay es un país resignado, donde sobrevivir se volvió el único proyecto colectivo. Hemos cambiado la pasión por la rutina, la dignidad por la comodidad, la libertad por la obediencia mansa.

Uruguay necesita despertar de su anestesia. Recuperar la capacidad de indignarse, de decir “no”, de volver a creer en verdades firmes, en principios que no se negocian. No se trata de política: se trata de moral, de dignidad, de civilización. Un país no muere cuando cae su economía. Muere cuando deja de distinguir entre el bien y el mal. Muere cuando sus ciudadanos entregan su libertad a cambio de comodidad. 

No te dejes morir en vida. Solo vos podés despertar de la anestesia que te impusiste. 

Nadie vendrá a salvarte. La libertad no se mendiga: se conquista.

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