Marcos Velásquez, cantor de oficio, poeta de raíz terruñera, un grande del folclore uruguayo
Cantautor y poeta uruguayo de profunda raíz popular, Marcos Velásquez dejó una obra musical y literaria que sigue latiendo en la memoria cultural del país. Su estrecha relación con Salto, el premio obtenido en el Parque Harriague y su entrañable amistad con el salteño Américo Gaudín trazan el mapa humano de un artista que hizo de la sencillez una forma de verdad.
Marcos Velásquez —no Velázquez, aunque un antiguo error en el registro civil generó confusiones durante años— nació en Montevideo el 3 de junio de 1939 y se convirtió en una de las voces más singulares del folclore uruguayo del siglo XX. Cantautor y poeta, su obra se nutrió de ritmos tradicionales como la milonga, la polca y la chamarrita, y de una mirada sensible sobre la vida cotidiana, los oficios humildes y la identidad popular.
Lejos del artificio, Velásquez eligió siempre el camino de la palabra justa y la melodía austera. Sus canciones dicen mucho con poco, como si buscaran no deslumbrar sino acompañar. “El río Uruguay / es un camino de agua”, escribió alguna vez, condensando en versos simples una poética profundamente arraigada al territorio y a la experiencia colectiva.
SALTO, CONSAGRACIÓN Y PERTENENCIA
Aunque montevideano de nacimiento, Marcos Velásquez mantuvo un vínculo estrecho y duradero con Salto. Vivió temporadas en el departamento, recorrió escenarios, peñas y encuentros populares, y encontró, aquí, entre nosotros, un público atento y fiel. En 1965 obtuvo el primer premio en el Festival Nacional de Folklore de Salto, realizado en el Parque Harriague, con su tema “La rastrojera”, una canción que ya anticipaba su sensibilidad social y su compromiso con la tierra y el trabajo rural. La Rastrojera se hizo famosa, todo el mundo la cantaba, y su autor le agregaba versos, algunos punzantes, otros cargados de humor. En todos lados se escuchaba “que venga el trigo/ que venga el maiz/que venga el choclo/ pa deschalar”
Salto también quedó inscripto en su cancionero a través de “Aquilino y su acordeón”, un homenaje al gran acordeonista de la ciudad. La canción, convertida con los años en un clásico, demuestra la capacidad de Velásquez para transformar historias locales en símbolos universales, donde la música funciona como archivo emocional de un pueblo.
AMÉRICO GAUDÍN Y LA TRANSMISIÓN DEL CANTO

En Salto, Velásquez forjó una amistad profunda con el cantautor salteño Américo Gaudín, vínculo que trascendió lo artístico. Uno de los hijos de Gaudín fue ahijado de Velásquez, gesto que revela una relación fraterna, de esas que se construyen desde la confianza y el afecto. Gaudín fue además uno de los grandes difusores de la obra de Velásquez, manteniendo vivas sus canciones en radio, escenarios, actos culturales y espacios comunitarios.
Esa tarea de difusión habla de una concepción del arte como herencia compartida, donde el canto no se acumula ni se encierra, sino que se transmite de generación en generación, como parte de un patrimonio común.
CANCIÓN, POESÍA Y LIBROS
Además de su obra musical, Marcos Velásquez desarrolló una faceta literaria menos difundida pero igualmente significativa. Publicó libros donde confluyen poemas, canciones y textos pensados para niños y adultos, reafirmando su interés por la palabra escrita como extensión natural del canto. En esos trabajos, atravesados por la infancia, la naturaleza y la identidad uruguaya, se percibe la misma economía expresiva y la misma hondura que en sus composiciones musicales.
Su escritura, al igual que su música, evita el exceso retórico y apuesta por una lírica clara, cercana, donde lo cotidiano adquiere densidad simbólica.
EXILIO, REGRESO Y VIGENCIA
Como tantos artistas de su generación, Marcos Velásquez debió exiliarse durante el gobierno de facto. Vivió en Europa, especialmente en Francia, donde continuó componiendo y cantando, en contacto con otros artistas latinoamericanos. El exilio dejó huellas en su obra, nostalgia, desarraigo y una reflexión más profunda sobre la pertenencia.

Regresó a Uruguay en 1987 y retomó su actividad artística, actuando en teatros y medios de comunicación. Canciones como “La polca infantil”, “El sapo y la comadreja” o “La rastrojera” siguieron circulando, especialmente en ámbitos educativos y familiares, confirmando que su obra había echado raíces profundas.
Marcos Velásquez fue un cantor esencial, de esos que no necesitan estridencias para perdurar. Su relación con Salto, su amistad con Américo Gaudín y la vigencia silenciosa de sus canciones y textos recuerdan que la cultura se construye desde abajo, con memoria, afecto y honestidad.
TERO/TERO
Compañeros tero tero/Tero somos del bañao
Y los del bañao entero/ Tero nos hemos juntao.
Es cosa importante tero/ Tero mantenerse unidos
Gritar tero en una parte/Y tener en otra el nido.
Tero tero tero tero/Tero tero tero
AQUILINO Y SU ACORDEÓN
Si va a Salto le aconsejo/ Ya que lleva la intención
De escuchar folclor en serio/ A Aquilino y su acordeón
Le será fácil hallarlo/ Porque en Salto es tradición
Encontrar en todas partes/ A Aquilino y su acordeón
Se va a ir Aquilino pa Constitución/ Se va a ir Aquilino pa Constitución
Catica que sí, catica que no Se va a ir Aquilino pa Constitución
NUESTRO CAMINO
¿Te acordás cuando por el Prado/Con el pretexto de estudiar
Íbamos juntos a aburrir nuestros cuadernos/Tirados en el trebolar?
Y ¿te acordás? de tanto andar/ Camino siempre del mismo lugar
Ya habíamos hecho un caminito de nosotros/ Que terminaba en el pinar
Vos le llamabas «nuestro camino»/ Y te enojabas con el guardián
Y se reían los benteveos/ Que nos gritaban desde el sauzal
LETRAS VIVAS DE UN ARTISTA POPULAR
Con estas estrofas de diferentes canciones quisimos traer al presente algunas de las canciones que viven en el alma de la gente, de los que aman la música y las tradiciones nuestras.
Volver a su obra es volver a una forma de decir el país con música y palabras que todavía nos nombran.









