Desmitificando las “vacas sagradas” del canon literario vernácula – Primera nota
En torno a Carlos Liscano, muy laureado cultor de la pluma que vino surfeando desde los años 90 hasta su muerte en una ola de prestigio y consagración literaria que pocos se atrevieron a cuestionar, son varios los malentendidos. Pero antes de fundamentar nuestra –para muchos quizá temeraria afirmación- vayamos a la peculiar peripecia vital que colaboró a transformarlo en un indiscutido “santón” del provinciano ambiente literario uruguayo, e incluso más allá.
Luego de muchos años de cárcel en tiempos de la Dictadura; duros años –los de él, y los de todos en esa condición- salió libre con la vuelta a la Democracia. En esa larga reclusión, el joven integrante de las Fuerzas Armadas que se hizo tupamaro se fue transformando en escritor (como bien se encargó él mismo de describirlo al detalle en sus escritos más confesionales). Lo curioso fue que, a diferencia de la mayoría de presas y presos políticos, que se integraron con entusiasmo a la vida de un país que vivía su tiempo de fronda y esperanza democrática luego de tanta opresión y oscurantismo, lo curioso fue que Liscano decidió auto exilarse en Suecia por varios años. En ese país nórdico, tan generoso con los perseguidos por las Dictaduras del Cono Sur, seguían viviendo muchos uruguayos –ellos sí, refugiados allí en tiempos de peligro y persecución en el país-, y ya había exilados de otras latitudes, por lo que no le costó lograr un estatus de “refugiado” y usufructuar los beneficios correspondientes.
Carlos Liscano retornó al país en los primeros años noventa, ya nimbado con el doble halo de preso político y de exilado (más allá que hubiera sido un “auto exilio”, detalle en que casi nadie reparó), y ya seguro de sus capacidades como escritor, con varios manuscritos en sus valijas. Un sector de la “intelligentsia” vernácula de izquierda vinculada al entonces muy influyente semanario Brecha, lo recibió con los brazos abiertos. De ahí en más se publicaron sus cuentos y primeras novelas, se le hicieron estratégicos reportajes y bien ubicadas notas de prensa proponiéndolo como el escritor que había sufrido doblemente –cárcel y exilio-, y presentándolo como la “revelación” literaria del momento.
Por el conocido “efecto contagio”, y más en un medio como el nuestro donde era y es común la inercia intelectual que lleva a aceptar lo que algunos popes de la crítica decretan sin analizarlo, las obras de Carlos Liscano resultaron magníficas para todo escriba o plumífero que se preciara en diarios y semanarios de aquellos tiempos.
Ahora, a la distancia, con una mirada más serena, muchos se han dado cuenta que sus cuentos y novelas, correctamente escritas por cierto, son textos densos, con personajes acartonados, contaminados por exceso de elucubraciones intelectuales de dudoso atractivo (salvo para el propio autor…). Poco se salva de su narrativa, y a esta altura escasean los lectores para esos verdaderos “mamotretos”.
Como ensayista, y en su faz de memorialista de su propia vida, se lo puede rescatar. Sus textos testimoniales sobre la cárcel, algunas reflexiones sobre el trabajo del escritor, son correctos y valederos.
Sobre el poeta y el artista plástico, que también quiso ser, más bien guardemos silencio… Curiosamente fue aplaudido en este último avatar, y pudo exponer sus garabatos en ámbitos de prestigio donde genuinos artistas no accedieron.
Y nos queda el género al que dedicó, ya famoso y establecido cómodamente en el cánon literario, sus mayores empeños y ambiciones: la dramaturgia. Por sus obras teatrales fue laureado en Francia, donde le estrenaron y cantaron loas y ditirambos. No las vi en escena, pero leí algunas, y me parecieron textos irrepresentables, con diálogos imposibles, carentes de estructura dramática. Y era opinión coincidente entre los mejores dramaturgos uruguayos de su generación que no era bueno como autor de teatro.
En fin. Lo escrito es simplemente un acicate para revisar la obra de este escritor, bajarlo del pedestal, atreverse a cuestionarlo en lo literario. Seguramente habrá polémica, y bienvenida sea. El objetivo es desmitificar a Carlos Liscano como una suerte de “genio indiscutible”, intocable. Hay que releerlo, analizarlo y someter sus obras a una verdadera mirada crítica, para ubicarlo en el modesto lugar que realmente le corresponde en la historia literaria del Uruguay de fines del Siglo XX y comienzos de éste.
Imagen: Wikipedia