back to top
23.3 C
Salto
sábado, noviembre 29, 2025

Trasnochados espineles encarnados con pati

- espacio publicitario -
Diario EL PUEBLO digital

En el Uruguay, donde las ideas suelen remojarse en el mate y las utopías se discuten entre dos bizcochos y una duda, el calificativo de “trasnochado” es una forma elegante de bajarle el copete a quien se atreve a soñar más de lo permitido.

Pero ¿qué nos dice esa palabra sobre nosotros mismos, sobre la relación que tenemos con la esperanza, con la imaginación y con el riesgo de pensar distinto?

Es bastante común que a una persona —ya sea un intelectual, un político o un simple ciudadano con ínfulas de iluminado— se le tache de “trasnochado”. La palabra suena liviana, casi simpática, pero en el fondo encierra una condena: “andá a dormir, que estás diciendo pavadas”. Es la forma oriental de ponerle freno al delirio ajeno sin levantar la voz. Un modo uruguayo de decir que no hay que pasarse de la raya entre lo posible y lo imposible, entre lo que se sueña y lo que se puede tramitar en ventanilla.

- espacio publicitario -SOL - Calidez en compañía

PENSANDO SIEMPRE EN DÍAS MEJORES

El “trasnochado”, por definición, es el que se queda despierto cuando los demás duermen. Es el que, mientras el barrio apaga las luces, se queda pensando en cómo podría ser otro mundo, otra manera, otra justicia, otro país. Y claro, en un país de horarios regulares, de rutina sin sobresaltos, el que no se acuesta a tiempo corre el riesgo de volverse sospechoso.

Ser “trasnochado” es un delito menor, pero reiterado: pensar cuando ya no da para más. Antes uno se trasnochaba una copa en el boliche del barrio cada noche, algunas más si estaba con amigos o con parroquianos afines a soltar la lengua con cierta filosofía y experiencia de vida o con ciertos fanatismos deportivos, políticos, culturales, y entre medio de los silencios de una guitarra, un cantor, una partida de truco.

Salto Grande es energía, talento y desarrollo

Eran en esos días en que el bolichero soltaba como al descuido, “está lindo para comer un asado el viernes”, o “me trajeron un dorado enorme, no sé si hacerlo a las brasas o un chupín…hay voluntarios para comer?”…

– Patrón cuente conmigo, pero eso si, saque la libreta y meta lápiz porque hasta fin de mes voy andar medio corto, para una copa me da, pero no puedo dejar sin la leche a los gurises, esa plata es sagrada”.

Como varios estaban en el mismo trillo, pero todos siempre fueron muy buenos pagadores, y fieles al boliche, consecuentes parroquianos de años, con un poco de dolor en su bolsillo, pero con un estoicismo greco-romano de aquellos, respondía, seco y firme: “Pero, qué problema va a ver?, al pescado hay que comerlo”.

Un día también se sumo el televisór, primero, en blanco y negro, luego en color, de 20 pulgadas rey y señor, que se agrandó a 32 cuando se hizo plasma, y se coronó como el templo del fútbol, de aquí, de allá, de todas partes, y los trasnoches de boxeo, con unos morochos que se daban “como bacalao en Semana Santa”, y uno se iba, irremediablemente, a parar “al país de los sueños” cuando el reparto era grande, y el otro quedaba también medio “aboyado”, como para no ser menos.

DESDE ARTIGAS HASTA HOY

Lo curioso es que, en Uruguay, el trasnochado tiene una larga tradición. Desde Artigas, que imaginó la “libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable” —y vaya si eso era una utopía en 1815— hasta los poetas de barrio que siguen jurando que la patria cabe en una guitarra. Cada época tuvo su porción de “trasnochados espineles encarnados con pati”·, (haciendo carne en la canción de Don Anibal Sampayo) y sus soñadores que mezclaron poesía con tierra, y que creyeron que la realidad, por dura que sea, puede ablandarse con un poco de fe o de humor.

A VECES CUANDO PENSAR DISTINTO VALE LA PENA

Pero nuestra cultura —y esto también nos pinta— es más amiga del escepticismo que del entusiasmo. Nos defendemos de la decepción con una especie de ironía preventiva: “yo ya sé que no va a funcionar, pero igual escucho”. Tenemos una especie de radar para el disparate ajeno, y un talento natural para ridiculizar lo que no entendemos. En ese sentido, el “trasnochado” es el espejo que no queremos mirar, el que todavía cree que pensar distinto vale la pena, aunque el resto ya haya apagado la luz del alma.

Hay algo profundamente uruguayo en esa mezcla de burla y respeto hacia el que se anima a soñar. Nos reímos del que propone un país sin pobreza, pero después le pedimos que nos explique cómo lo haría. Nos parece absurdo que alguien hable de justicia ambiental o de economía solidaria, pero después nos conmueve una historia de vecinos que se ayudan. Oscilamos entre la chacota y la esperanza, como quien duda entre cebar otro mate o salir a cambiar el mundo.

MIRAR LO QUE NO SE QUIERE VER

Quizás el problema no sea tanto el trasnochado, sino el miedo colectivo a despertar. Porque en definitiva, el trasnochado no está dormido: está mirando lo que los demás prefieren no ver. Y en un país que se precia de sensato, de prudente, de medido, el que rompe el molde resulta incómodo.

No porque esté equivocado, sino porque nos recuerda que la sensatez a veces es apenas una forma de resignación elegante.

RENDIRSE NO ESTÁ EN MIS PLANES

El “trasnochado” uruguayo es, entonces, una figura necesaria. Es el que sigue pensando cuando el resto ya se rindió al bostezo. Es el que se anima a juntar el espinel y el pati —esa mezcla imposible de poesía y pesca, de lo cotidiano y lo sublime— y arroja la línea al río de las ideas, por si acaso pica algo. Y aunque la mayoría se ría de su ocurrencia, siempre hay alguno que se queda mirando cómo la boya se hunde despacito, como si todavía quedara esperanza en el anzuelo.

Al final del día, quizá lo que nos define no sea el rechazo al trasnochado, sino la secreta admiración que le tenemos. Porque todos, en algún momento, fuimos uno, por ejemplo, cuando creímos en un amor improbable, en un país mejor, en un proyecto que nunca se concretó.

Lo “trasnochado”, visto con otros ojos, no es tanto una locura como una forma de resistencia. Una insistencia en seguir soñando, aun sabiendo que el sueño se despierta cada mañana en la misma realidad.

UN PAÍS DONDE LOS SUEÑOS BROTAN A CADA RATO

Y si de trasnochados hablamos, Uruguay ha sido —y sigue siendo— un país de soñadores cansados, pero no vencidos.

De tipos que, aunque sepan que la caña está floja y el río bajo, siguen encarnando con fe, mirando el agua quieta, esperando que alguna idea muerda.

Porque si algo nos sostiene, entre el desencanto y la costumbre, es esa terquedad oriental de seguir creyendo, aun a sabiendas de que nos van a decir —una vez más— que estamos trasnochados, y nosotros les respondemos con un tangazo del otro lado para que vean que también somos orgullosamente rioplatenses…”No soy el José de la Quimera, sino el Marcial, que aún cree y espera…”.

Enlace para compartir: https://elpueblodigital.uy/4qmf
- espacio publicitario -Bloom