Por Jorge Pignataro
En la edición del pasado domingo presentábamos el último libro de Leonardo Garet, un libro de crónicas, historias, recuerdos y valoraciones personales de lugares, instituciones, personas, siempre con Salto como escenario y titulado «Salto en mi carpeta». Hoy EL PUEBLO comparte con sus lectores una de sus páginas. Una página en la que, de alguna manera, se pinta la identidad salteña:

SOMOS

Somos los que levantaron aquel rancho como hospital de campaña, somos los hombres reuniendo dinero para edificar el teatro «Larrañaga», el que apedrea una columna de luz porque no tiene otra forma de sentirse pleno, la monja que cabecea a la cabecera de un enfermo de quien acaba de conocer su nombre, somos el que le brilla en los ojos el número de cabezas de ganado que puede comprar o vender, el parque Harriague repleto porque cantan Rafaela Carrá, Palito Ortega y Los Parchis, somos el incendio del río cuando se oculta el sol, el que vende droga en la puerta del liceo, Federico entrando a Montevideo en la última etapa de una carrera, Andrade Ambrosoni y mi padre conversando en la vereda, los dos de riguroso traje gris, el doctor Carlos Bortagaray escapándose de un cumpleaños para operar de apendicitis a un niño, somos el hombre que fue ese niño recordando a Carlos Bortagaray, el telón insuperable del «Sarandí Cine», la costanera convertida en un eje de dos hileras de autos que mutuamente se miran, Quiroga ajustando la cadena de la bicicleta con la que pretende llegar a Paysandú, un grupo de funcionarios mirando al compañero que golpea el hormigón con un pico, el parque en suspenso porque un coro entona El Mesías de Haendel, el muchacho que acelera la moto porque cobra por la cantidad de pedidos que entrega, el mascarito que cosía su propio disfraz, Marosa diciendo lo que opina sobre la cultura de Salto, Quique Cesio preparando la trasmisión de la misa de Juan Pablo II, los obreros levantando el quinchado donde oficiaría la misa y somos el que le prendió fuego al quinchado, el mozo del hotel Concordia sirviendo su segundo whisky a Carlos Gardel, la esposa del chacrero trayendo en un carro la cosecha de naranjas, un niño pidiendo en una esquina mientras el semáforo está en rojo, Baltasar Brum recibiendo su diploma de bachiller, los jacarandás encendidos, la imantada esquina del Sorocabana y La Cosechera, el lustrabotas de saco y corbata pintado en esa vereda, Don Ramón en su silla de ruedas encabezando una caminata política, una señora chiquita vendiendo una golosina cuya fórmula nadie anotó, Victor Lima mirando el último naranjal, somos el que confiesa su impotencia ensuciando un muro, una lancha de Sancristóbal alejándose del muelle, el ómnibus en el que iba al liceo colgado de la puerta, la esquina irrepetible de Rodó y Paraguay hace más de medio siglo, un hombre llamado Celestino Morales arando la tierra que daría naranjas primero y el barrio Calafi después, somos las cascadas que cantaban sintiéndose invencibles.