“Shakespeare borombombón”: un cuento de Juan Carlos Albarado

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Nacido en Salto el 6 de setiembre de 1980, Juan Carlos Albarado Scarrone reside en Montevideo desde el año 2006.

Egresado del Centro Regional de Profesores del Litoral (Salto), es Profesor en Educación Secundaria y Profesor de Literatura Uruguaya en el Instituto de Profesores Artigas (IPA, Montevideo).

Magíster en Literatura Latinoamericana por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

Liliana Castro Automóviles

Publicó tres libros: Complicidad lunar (2008), La guerra de los animales (2015) y La ciudad de cartón (2022). En 2023 publicó tres relatos en Hispamérica, la revista de más extensa tradición crítica en América, dirigida por Saúl Sosnowski.

Shakespeare borombombón

(A Carolina Dos Santos, que hace años me regaló esta historia)

Fue en la segunda hora. La clase de literatura se hacía interminable. Yo estaba sentada un poco de costado, contra una pared y de vez en cuando echaba una suplicante ojeada a mis compañeros que parecían derretirse en los bancos. Noviembre no es fácil para ningún estudiante. El profesor apenas se movía mientras hablaba. Realmente no volaba una mosca, no por la rigidez de la clase sino porque las pobres no tendrían ánimo ni para zumbar.

De repente empecé a escuchar un leve golpeteo que venía del fondo. Alguien usaba su lápiz para marcar el monótono ritmo del discurso. El profesor no pareció oírlo, así que se sumó otro. Por lo menos había dos que no se aburrían tanto y se hacían cómplices en un mínimo gesto que hacía menos tedioso lo insoportablemente aburrido. Logré distraerme por un momento. Mi mente había viajado lejos, imaginando alguna cosa imposible. Para cuando volvió a la clase ya eran tres los lápices que sonaban contra el banco, incluso marcaban un ritmo. Observé al profesor, pero evidentemente este no los escuchaba. Giré un poco para mirar mejor hacia el fondo del salón solo para descubrir que todos los de atrás golpeaban el banco y dos hacían palmas. El volumen iba creciendo gradualmente, era imposible que el profesor no escuchara. Cuando miré hacia delante casi todos mis compañeros golpeaban algo y algunos silbaban con una sincronía asombrosa. Ya nadie escuchaba al profesor, pero esto no pareció molestarle porque movía la cabeza al ritmo que marcaba al grupo y, supongo que quien hubiera visto mis ojos se habría asustado de lo grandes que estaban, ahora bailaba y hacía palmas. La clase era un caos. Entonces la vi. Por el pasillo venía la directora, seria e impecable como siempre. No atiné a nada, el corazón se me salía de puro nervio. Se paró en la puerta, miró al profesor bailando, a mis compañeros compenetrados con el ritmo y entró danzando con los brazos en alto como la reina más feliz del carnaval carioca. Ya no podía creer lo que estaba pasando. Ni siquiera me di cuenta en qué momento la directora se había subido a la mesa para bailar como en una verdadera escola do samba.

De pronto el ritmo empezó a decaer. Bajó el volumen del golpeteo y cesaron los silbidos. La directora se bajó de la mesa ayudada por el profesor. Le dijo unas palabras en voz muy baja y se fue no sin antes echar una rápida ojeada al salón de clases que ya estaba otra vez en completo silencio, adormecido casi en la calurosa tarde de noviembre.

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