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San Blas y la bendición de las gargantas

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El 3 de febrero se celebra la memoria del patrono de quienes padecen enfermedades de la garganta y de los laringólogos

Los relatos y tradiciones afirman que san Blas fue obispo de Sebaste, ciudad antiguamente perteneciente a Armenia y que actualmente pertenece a Turquía con el nombre de Sivas. El obispo fue martirizado sobre el año 316, durante la persecución del emperador Licinio, por mandato de Agrícola, gobernador de Capadocia y Asia Menor.

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Según una de las historias de San Blas, camino del suplicio una madre desesperada pidió por la vida de su hijo que se había atragantado con una espina. El obispo le salvó la vida y de allí surge la bendición de san Blas, el 3 de febrero día de la fiesta del santo. Esta bendición se administra colocando dos velas (al parecer en memoria de las que llevaron al santo en su calabozo) en posición de una cruz de san Andrés, en el cuello o sobre la cabeza del suplicante, pronunciándose estas palabras: “Per intercessionem Sancti Blasi Liberet te Deus a malo gutturis et a quovis alio malo” (por intercesión de san Blas te libere Dios de todo mal de la garganta y de todo otro mal).

A san Blas se lo venera como el santo patrono de los cardadores de lana y los animales salvajes y, en virtud de uno de sus prodigios, es el patrono de los enfermos de la garganta y de los laringólogos. La devoción a este santo se extiende por Alemania, Italia, Francia y España, principalmente. Además es el santo patrono de la República del Paraguay. Por su parte, también es el patrono de ciudad de Dubrovnik en Croacia. Allí la fiesta de San Blas se celebra desde antes del año 1190, y la UNESCO la incluyó en la lista del patrimonio inmaterial de la humanidad en el año 2009.

En Alemania, por su parte, se le honra como uno de los catorce «heilige Nothelfer» (santos auxiliadores en las necesidades).

La vida del santo

Según la tradición, Blas nació rico y de padres nobles, fue educado cristianamente y consagrado obispo de Sebaste cuando todavía era bastante joven. Al comienzo de la persecución de Licinio, el obispo se retiró a una cueva en el Monte Argeo (hoy Erciyes) y vivió como eremita. San Blas recibía únicamente la visita de las fieras salvajes, a quienes atendía y cuidaba cuando estaban enfermos o heridos. Se dice que los animales en el momento que el obispo oraba no lo molestaban.

También la tradición relata que unos soldados buscando atrapar fieras, para luchar en el circo, encontraron al santo rodeado por ellas. Repuestos de su asombro, los cazadores intentaron capturar a las bestias, pero san Blas las espantó y entonces le capturaron a él. Al saber que era cristiano, lo llevaron preso ante el gobernador Agrícola.

Cuentan los relatos que cuando le conducían a la ciudad encontraron a una mujer que gemía desesperada, porque un lobo acababa de llevarse a uno de sus lechones; entonces san Blas llamó a la fiera y el lobo apareció en ese mismo instante con el lechón en el hocico, y lo dejó intacto a los pies de la maravillada mujer.

A pesar del prodigio los soldados continuaron su camino arrastrando al preso consigo. En cuanto el gobernador se enteró de que el reo era un obispo cristiano, mandó que lo azotaran y después lo encerraran en un calabozo, privado de alimentos. San Blas soportó con paciencia el castigo y tuvo el consuelo de que la mujer, dueña del lechón que había salvado, se presentara en la oscura celda para ayudarle, llevándole provisiones y velas para alumbrarse. Pocos días más tarde, lo torturaron para que renegara de su fe, lo desgarraron con garfios, y como el santo se mantuvo firme se ordenó su decapitación.

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