Quien dice que Salto es tranquilo jamás intentó cruzar el centro un lunes a las 11. Con 874 heridos cada cien mil habitantes en 2024, según la UNASEV, nuestra ciudad se convirtió en un deporte extremo. Y ni siquiera olímpico. Salto tiene 17 fallecidos, 88 heridos graves y más de mil heridos leves solo el año pasado.
Pero ojo, ¡somos el cuarto con menor mortalidad del país! Un logro, si se considera que esquivar motos sin luces, autos estacionados en esquinas y semáforos que parecen jugar al “stop” es nuestro pan de cada día.
Circular por el centro es una experiencia espiritual: entre pedirle a Dios que nadie te cruce sin señaleros y rogar por un milagro para encontrar estacionamiento, uno sale renovado… o roto. Mientras tanto, nuestros inspectores vigilan con rigor si pagaste la Zona Azul. ¿El cinturón? ¿El celular en la mano? ¿Las balizas? Eso ya sería pedirle peras al olmo…
Y los semáforos. Ah, los semáforos. Con excepción de calle Artigas (ritmo constante: 42 km/h), el resto parecen haber sido programados por un gato caminando sobre un teclado. Dicen que fue a propósito, que así la gente no corre. Pero el resultado es el opuesto: si acelerás lo suficiente, el sistema te premia. Como un Mario Kart con premio a la imprudencia.
Y los reductores de velocidad… ¿reductores? ¡Pero si son cordilleras! La suspensión de los vehículos tiene más sufrimiento acumulado que una novela turca.
Entre quienes manejan como si fueran los únicos en la calle, las motos rebasando por donde pueden y la mirada fija en WhatsApp, queda claro que en Salto no se maneja: se sobrevive.
¿Soluciones? Bien, gracias. Parece que las guardaron en la misma carpeta donde descansan los proyectos de sincronización semafórica y fiscalización vial.