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sábado, 12 de abril de 2025
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Rodolfo Godoy: el salteño que convirtió los panchos en una forma de vida

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¿Quién no ha comido un pancho del Rodolfo?

Yo amo Salto, me encanta y amo a la gente. Todo lo que tengo es gracias a ellos

Rodolfo
Diario EL PUEBLO digital

Rodolfo Godoy es uno de esos personajes entrañables que forman parte del alma de Salto. Su historia, como él mismo la cuenta, comienza en la UTU, donde estudió tornería, pero su destino estaba en las calles, entre frutas, motores, bocinas y el perfume inconfundible de los panchos recién hechos.

“Cuando terminé el curso tenía que ir a Montevideo, pero no me gustaba, me gustaba Salto. Me quedé y no fui nada a vivir allá” —dice con esa firmeza sencilla que lo caracteriza.

Su primer trabajo fue junto a su padre, el querido y recordado “Coco” Godoy, un chofer muy respetado. Con él aprendió a manejar y a cargar el camión con 30 mil kilos de mercadería rumbo al Mercado Modelo. Allí también aprendió a tratar con la gente, a ganarse su cariño y respeto.

“Mi padre me dijo un día: ‘acá se termina todo, si querés seguir conmigo, seguí, pero vas a ser siempre chofer. Buscate otra cosa, vos estás pronto para trabajar en cualquier empresa’”.

Tras un tiempo vendiendo frutas con una camioneta, la salud de su padre lo llevó a retomar los viajes a Montevideo. Pero el negocio comenzó a caer y ahí apareció una idea inesperada: vender panchos.

El comienzo del carro

La raíz que yo tengo no la va a tener nadie en Salto, porque me porté bien con todo el mundo. Esa raíz la hice de cero.

Fue un amigo, Zunini, quien le sugirió la idea y hasta le ayudó a construir el carro. Con la ayuda de otro amigo, Lombardo, lo terminó y así nació el carrito que lo acompañaría por más de 20 años. Empezó vendiendo apenas un pancho por noche, pero nunca bajó los brazos.

“Nunca más apagué el chivetero. Subo arriba del carro y prendo los fogoneros”, recuerda.

Y de a poco, lo que era una venta tímida se transformó en un éxito rotundo: 20, 50, 150, 300, hasta llegar a vender 700 y 800 panchos por día.

Calidad y humildad

“¿Sabés cuál es la calidad? Hacerlo con ganas y no pensar en la plata”, dice Rodolfo, que lleva 32 años en esto, sin cambiar su esencia.

No importa si el cliente es rico o pobre: todos son tratados con el mismo respeto y cariño. Y eso se nota. Su clientela viene de todos lados, incluso del exterior.

“Vino un muchacho de Manhattan a comer mis panchos. Me dijo que se los habían recomendado”. —“Viene gente de Montevideo también, y yo les digo: ‘no sé, vos probalos’”.

Hoy se lo puede encontrar en la esquina de 8 de Octubre y Blandengues, donde sigue atendiendo con la misma pasión de siempre.

“Yo amo Salto, me encanta y amo a la gente. Todo lo que tengo es gracias a ellos”, afirma con emoción.

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