Dicen que vivir es una aventura continua llena de fortalezas y debilidades, dificultades, sobresaltos, risas y carcajadas, de aciertos y errores, y sobre todo, experiencias por descubrir, vivir y disfrutar. También dicen que la vida comienza a cada rato, que la vida es un vaivén, que siempre hay que vivir la vida con una ilusión, y que sin amor, no es vida.
Y si digo que estos avatares del pensamiento ocurrieron en un martes de carnaval, cuando apenas rayaba el alba, no faltará el libidinoso que me recuerde que el martes de carnaval es el último día de excesos antes del inicio de la Cuaresma, período de cuarenta días de ayuno y penitencia. Este día se anima a las personas a disfrutar de la comida y la juerga y luego ser absueltas (ser confesadas) de su comportamiento después de confesar sus pecados a un sacerdote. El martes de carnaval simboliza el último día de indulgencia antes de la reflexión y la abstinencia, y es un recordatorio de la importancia de vivir el presente y disfrutar de la vida con alegría y camaradería.
El martes de carnaval 2025, me confesé, no sé si de mis pecados, si de mis excesos porque no debo comer harina, y menos de tortas fritas, tortas dulce caseras, asado hecho a lo bandido y del vino que algunas veces tuve que darle la espalda a sus tentadores deseos de brindis.
Me confesé en ese amanecer junto al río Uruguay, allá donde se hace más ancho, con un aparejo en la mano, entre el silencio del lugar, las viboritas que asemejaban olas y los pájaros que apenas si se desperezaban.
Y en una de las tantas en que el hilo ganó altura, voló como si supiera, y la plomada al final se zambulló en forma olímpica con un ruidoso y seco «chapp», el carnaval de la vida desfiló en recuerdos, en imágenes, en personas, en voces que se quedaron habitar en mi, de amigos, familiares, vecinos, de tantos compañeros de aventuras
Me acordé del Vasco Roux, aquella figura imponente que se recortaba sobre la chalana que recorría los espineles, que celebraba con su gancho infalible los frutos del río que quedaban atrapados en sus grandes anzuelos, el de las sartas de bagre, el de las historias en los campamentos, el cocinero sin par de cada jornada. Las viejas carpas de encerados.
Recordé aquellas juveniles aventuras, con Ramón, el Rulo, el Pato, los parientes Álvarez, el Perro Felli o cachete, como también le decían.
Íbamos a “la chacra de Barbieri”, donde el sordo Orlando, el tio de Ramón, nos hacia lugar en un rancho, nos prestaba su heladera, que todos los días se la llenábamos de bagres y bicudos, algún patí chicuelo, algún dorado, pero, siempre llena la heladera.
El Rulo fritaba y fritaba, comíamos pescados a cada rato. Aquella semana se hizo muy larga, nos empachó de tantos pescados y comenzamos al trueque con los ranchos del lugar, que en su mayoría eran de empleados, en esos momentos, de Barbieri y Leggire, años setenta, para ubicarnos.
Así fue que nos fuimos haciendo de pollos, de pedazos de asado, de ravioles, “lo calientan y ta, gurises”. El pescador Zappaccini, enterado de nuestra enorme fortuna bagrera, nos pidió que le diéramos algunos para sus espineles, lo hicimos, porque eso si, no dejábamos de pescar. Los pescados y la guitarra de Ramón nos abrían puertas en los ranchos, comíamos y tomábamos alegremente.
El premio mayor llegó con Zappaccini cuando un sábado a la mañana nos dio un enorme surubí para que lo disfrutáramos. Como estábamos sin aceite, aprovechamos un tiraje, vinimos hasta la ciudad, le conté al Vasco y a Pepe Lanzieri que teníamos ese enorme bicho en la heladera y que el sordo bramaba de malo porque cómo íbamos a tener semejante cosa en tan delicado lugar…
“No toquen nada, dijo Pepe. Decile a mi hermano (Orlando) que espere hasta mañana que vamos con el Vasquito y hacemos un chupín.
Y así fue. El espectáculo para nosotros fue superior a lo que hoy sería un programa de Master Chef. Porque los dos, ceremoniosos, felices de tener un público tan joven, y atento, a sus movimientos, con una habilidad de cirujanos, fueron seccionando las partes, encendiendo el fuego y dándole vida a una gran olla negra.
Los cocineros se motivaban, con sus acciones, con sus cuentos, parecían profesores de biología, como explicaban, y al final repetían…”valió el trago”, y se mandaban a bodega un poco de vino casero que tenía el sordo, para ocasiones especiales.
De las comidas que disfruté junto al río, ese chupín de pescado no tuvo parangón. Ese sabor inigualable, volvió a mi, en recuerdos, este de carnaval 2025, al alba, apenas traje a cuento esta historia.
DAYMÁN, LAS VIUDAS, ARENITAS BLANCAS, CORRALITOS Y MARTÍN JOSÉ
Aquella barra que conversaba largamente cada noche en La Plazoleta San Martín, la de 1º de Mayo y 8 de Octubre, era muy de tomar decisiones del momento, “vamos a pescar,”, y juntábamos pocas cosas, menos que Rambo, sacábamos lombrices en plena noche, teníamos lugares especiales en mi casa y en la de Ramón y al rato ya estábamos caminando o en el carro del Rulo al lugar elegido ese día. Apenas si avisábamos, nos tenían confianza, pero eso sí, aparecía un aguacero fuerte, una tormenta, alguna creciente rápida, allá estaban ellos en algún vehículo para traernos porque una cosa es ir a pescar y otra, correr peligro.
Quiero arrancar para otro lado en los recuerdos y las olas que se hacen un poco más intensas me traen el rostro del Vasco Roux, de sus cuentos, nos sentábamos todos a su alrededor y abría el libro de sus historias, no sólo de pesca, de caza, de comidas, de lugares por donde anduvo, de los sacrificados trabajos que hizo, de enseñanzas de la vida.
Pepe Lanzieri en su casa, también nos daba charlas de vida, historias, no se sacaba el moñito rojo ni para dormir, pero también tenía un poder de atrapar a la audiencia, y a nosotros nos gustaban sus historias, sus consejos, y por allá aparecía Tita, su señora, con ricas tortas, y la vida se hacia dulce, por esos días….
LOS PARIENTES, LA SOBRINADA
Cuando aclaró, se empezó a estabilizar el día, recordé las ida de pesca con mis parientes, mi gente del barrio Lazareto, fueron muchas menos, pero fueron. El Lilo Cattani, pescador de costa y chalana, el rey del bagre, moqueteaba a lo loco, cantaba, inventaba canciones “para atraer a los peces”. Mis primos, reyes de las historias, de los cuentos, las fantasías, de lo increíble, se sacaban chispas, con sus narraciones.
Era tan lindo reír con ganas, tan simple, tan hermoso, sin esfuerzos, por gusto nada más. Mis hermanos eran más recatados, pero disfrutaban mucho esos momentos, y otros momentos de la vida que tuvimos la suerte de compartir.
Después vinieron los sobrinos, tocó enseñarle a Poti y Goio a pescar. Eran escolares, muy inquietos, muy curiosos, muy inteligentes. Una mañana temprano salimos rumbo al río, cerca del Club de Pesca. El refresco, las buenas milanesas al pan que había preparado la abuela de los infantes, los petates de pesca, y a la aventura.
Tiraban, enredaban, volvían a tirar, volvían a enredar, cuando le solucionaba el problema a uno, el otro estaba sin carnada o enredado, o sin plomada, o sin anzuelos. Hasta que sabiamente uno de ellos, a las diez de la mañana sugirió comer las milanesas, tomar el refresco y descansar, “total, los peces ni se van a enterar, y se van a quedar en el mismo lugar, más tarde los atrapamos”.
EN FAMILIA
En este viaje de carnaval,, ya la primera noche que llegamos, mi señora quiso encender un fogón en la arena, como los que recordaba cuando era niña e iba al río con su familia. Nuestros hijos, los dos varones y la mujer, ensayaron sus tiros de pesca, alimentaron el fogón, llevaron música, por momento se impregnaron del silencio nocturno, de la bóveda celeste, algunos pájaros de acero que cruzaban, rumbo a Buenos Aires y al Paraguay, o a Brasil, jugábamos a acertar hacia donde irían.
En este peregrinar por los recuerdos, volví al martes de carnaval, a la mañana ya plena, como pasó el tiempo recordando tantas cosas.
Me puse a reflexionar sobre la vida, sobre los momentos, sobre el amor, el cariño, las amistades, tanta cosas vividas, simples, sencillas, de cada día, que a cualquiera le pasan pero que están vivas en mi. Que grande que están mis hijos, ojalá la vida los lleve siempre por buenos caminos, porque son como su madre, gente buena, muy buena….
Logré traer en un momento, tantas cosas queridas, tantas aventuras hermosas, a tantos amigos, a tantos parientes y a tantos seres entrañables, y a otros que no mencioné, pero que siempre están en mi, como Marice, Mariana, la tita, el Facu, el Williams, la Negra, Daniel, El Cono, Cocol, cada uno con su familia, los que ya no están en este plano, como Enrique, Jorge, Coco, Yorel, José. Recojo el aparejo, me voy de la playa, y simplemente me acuerdo de Neruda, y digo como él…
– Confieso que he vivido.