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jueves, 02 de enero de 2025
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Llegó de Italia con 2 años, fue constructor y camionero. Añora “los bailongos” de su época

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Romeo Ambrosini y sus 86 abriles

6Cuando llegamos a su casa, tempranito a la mañana, nos esperaba en el patio a la sombra de un toldo. Durante la casi hora y media de charla y anécdotas varias, el calor comenzó a hacerse sentir, lo que también fue motivo de conversación. Romeo Ambrosini llegó a nuestro país hace casi 84 años, cuando aún no había cumplido sus primeros dos años de vida. Trabajó en la construcción desde los 12 porque no le gustaba estudiar, eran los tiempos del pantalón cortito y las rabonas en la escuela para ir con su mojarrero a pescar.

 

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– ¿Recuerda veranos tan calurosos como los que estamos viviendo hoy?

– Creo que no, este fue un verano pésimo, mire que yo he trabajado años al rayo del sol y me he aguantado lo más bien, pero ahora le disparo al sol, no salgo, paso sentado a la sombra leyendo diarios. Ahora no hago nada, tengo un problema de salud, la válvula del corazón me empezó a embromar hace poco que no puedo caminar tres cuadras y me fatigo, me empieza a arder el pecho. El doctor me dijo clarísimo, “usted tiene que caminar tres o cuatro cuadras, siéntese aunque sea en el cordón de la calle si no le puede dar como un desmayo y se puede desparramar”, así que mejor me quedo quieto en la casa, agarro los diarios y me entretengo entre una cosa y la otra, en el fondo limpio un poco, hago cosas livianas, fuerza no puedo hacer.

– ¿Le gusta leer?

– Me traen los diarios, tengo una pila y me paso el día leyendo.

– Lee diarios, ¿libros?

– Nunca agarré libros, yo de chiquito fui a la Escuela 9, la vieja escuela del Ceibal, pero no me gustaba estudiar, me hacía la rabona, había otro compañero que vive acá a la vuelta, un tal Farías, teníamos siempre el mojarrero medio escondido, agarrábamos y nos íbamos cerca de las termas caminando de tarde y despacito con la onda y el mojarrero a pescar. De repente un día, estábamos en casa y llega la directora, yo cuando sentí que venía repechando agarré y me pelé para el fondo, y le dice a papá, “¿qué pasa con Romeo chico que no va a la escuela?”, “¿Cómo que no va a la escuela si va todos los días?”, “No, no va”, le dice, pah, cuando sentí eso me pelé para el fondo, ahora el viejo me levanta en el chirlo, pensé, tenía un trenzado de cinco, fa, me daba cada chirlazo que me dejaba marcado…

– ¿Y qué pasó?

– No fui más a esa escuela, me puso en la escuela del Sagrada Familia, año 37 a fin de año, no quise ir más a la escuela, faltaba un mes para terminar, estaba en 4º y acá en el barrio Ceibal era hasta 4º. Después cuando me llevaron al Sagrada Familia me pasaron a 3º y no quise ir más. “Entonces tenés que trabajar”, me dijo el viejo, y me fui a trabajar con él que estaba en una obra en barrio Artigas. Pah, me daban cada baqueteada, me llenaban los baldes para ver si me arrepentía y me iba a estudiar, me daban como en bolsa para que renunciara.

– ¿Ahí cuántos años tenía?

– 12 años, a esa edad ya empecé, y después seguí nomás.

– ¿En la construcción con su padre?

– Sí, el viejo tenía empresa, ahí seguimos trabajando, después me pelée dos veces con el viejo, era muy duro, toda la tarea pesada me tocaba a mí, el viejo me daba como en bolsa. Yo le preguntaba cualquier cosa de la construcción, “ah, no se, arreglate como Dios te ayude, aprendé si no sabés”, ¿pero cómo voy a aprender así? Bueno, tuve que aprender a golpes con los capataces. Pero cuando me despionaba con el viejo, agarraba trabajo por mi cuenta.

– Quedé enganchado con lo de la rabona con su amigo Farías para ir a pescar, ¿dónde escondían el mojarrero?

– Lo escondíamos en el Ceibal nomás, ahí había unos matorrales, de noche se podía hacer de cuenta que era una selva. Cuando empecé en la construcción era el tiempo de Barbieri, que después fue intendente, yo siempre fui blanco pero Barbieri era un hombre bárbaro, como arquitecto no sé si habrá otro como él. En ese tiempo había salido la cuestión de planos, dibujos y esas cosas para ayudar a la construcción, un compañero que trabajaba en la empresa con el viejo me dijo, “bueno, vamos Romeo, vamos a estudiar un poco a ver si aprendemos algo y sabemos más para avanzar en la construcción”, “pero dejate de embromar, estudiá vos, yo no voy”. A mí me gustaban más los bailongos.

– ¿Dónde iba a bailar?

– En aquellos tiempos estaba Salto Uruguay, Chaná, Universitario, Hindú, en todos esos lugares hacían bailes los sábados y domingos.

– ¿Con orquestas?

– Con orquestas, era una bicoca, ahora ya no se ve más nada, salieron con esa música que nadie entiende, lo lindo era la típica de antes.

– ¿Es de escuchar tango en la radio?

– Se escucha muy poco, se acabó todo eso, ahora estamos en lo moderno, no es como antes, la típica era cosa sensacional, me acuerdo cuando venían esas orquestas, cuando vino Raciatti a Salto Uruguay, aquello no se podía ni bailar de la gente que había, todos apilados dando vueltas, parecía un hormiguero.

– ¿Era de sacar a bailar a las chiquilinas?

– No, siempre llevaba pareja, ya en esos años andaba de novio con la patrona.

– Vio que ahora las chiquilinas van por su lado y los chiquilines van por el otro, todos en barra.

– Ah si, ahora se cambió todo, no es como antes, ahora es más aburrido (risas).

– Además de la pesca, ¿practicaba algún deporte? ¿Jugó al fútbol?

– Nunca me gustó el fútbol, yo era del ciclismo, tenía mi bicicleta que se la regalé al padre de mi nieta. En aquellos tiempos fui a correr la doble Paysandú, pero ya había abandonado antes porque siempre me hacían la contra, me tiraban al medio. Después me empecé a entrenar, estuve un mes, mi tío me acompañaba en una camioneta, pero hice tres salidas nomás. Después salí con Leglise que estaba en el Banco La Caja Obrera.

– ¿Leglise? ¿Qué es de Luis María?

– El padre, con él salíamos a entrenarnos, andaba lindo Leglise en los tiempos de él. Vas a aguantar me decía y yo justo me acalambré (risas), se me anudó toda la pantorrilla, tuvimos que parar, diga que mi tío nos acompañaba en la camioneta y ahí me trajo de vuelta. No pude largar la vuelta porque las piernas me dolían muchísimo, después abandoné del todo.

– ¿Usted llegó de Italia a nuestro país muy chiquito?

– No tenía dos años, nosotros llegamos en abril y yo cumplía mis dos años el 8 de mayo.

– ¿De qué parte de Italia vinieron?

– De Milán, aunque yo nací en Varese, vinimos en barco porque en aquellos años no había avión, fue en 1927.

– ¿Se acuerda de ese viaje cruzando el océano de continente a continente?

– No me acuerdo, mi hermana se acordaba algo pero yo no me acuerdo. Éramos tres hermanos, el que se quedó en Italia se volcó una olla de agua caliente, se quemó, contado por mamá.

– ¿Por qué se vinieron de Italia?

– El viejo se vino luego de la guerra y después vinimos nosotros en el 27, el viejo ya estaba acá.

– ¿Su padre vino directo a Uruguay?

– No, estuvo en Buenos Aires también, estuvo un buen tiempo, después nos contaba lo que era, yo nunca fui, a lo sumo he ido a Concordia muy pocas veces. El viejo dijo que Buenos Aires era una ciudad formidable, con muchos adelantos y grande, no es como acá que es un poroto (risas).

– ¿Y por qué se vino luego a Uruguay?

– Y se vino nomás, estuvo ocho años en Artigas, hizo el Banco República de allá y no me acuerdo qué otra obra, tenía su casa allá, el asunto es que entre una cosa y otra nunca pude ir, pero el que lo conocía bien porque trabajó junto a él fue un tal Murillo, que tiene una emisora allá en Artigas. Me acuerdo una vez que apareció el matrimonio con los hijos acá en un Chevrolet a visitarlo a papá, era peón de él en aquellos tiempos, compró una tira de billete y le ofreció ir a medias, “pero vos sos loco, yo no quiero”, le dijo, no va y sale ese billete a la grande (risas), en aquellos años eran cien mil pesos, un platal, no hay caso, cuando no es para uno…

– ¿Se quiso morir su padre?

– Nunca le dio demasiada importancia.

– ¿Cómo es la historia de la construcción de la catedral y del Palacio de oficinas públicas? ¿Usted estuvo ahí?

– No, ahí fue en tiempos de papá. Cuando lo de la catedral yo tenía doce años, yo salía de la escuela del Sagrada Familia, me iba y subía por los andamios, había un tal Julio Moreira que trabajaba en el frente de la catedral, me agarraba y amagaba que me iba a tirar para abajo, ja, yo pegaba los tales gritos (risas). Ahí trabajaba papá, el finado Antonio Mentasti, un tío mío, Francisco Malnati que vino con nosotros cuando vinimos de Italia, estaba además Julio Moreira, un tal Domingo Raciopi, empezaron en el 36 y terminaron en el 37. Ahí en la entrada había solo los escalones, nada más, después se le hizo todo.

– Usted que está siempre leyendo los diarios, habrá notado que se informa sobre permanentes accidentes en la construcción, en los años que usted trabajaba, ¿habían tantos accidentes o se cuidaban un poco más?

– No, en aquellos años las casas no eran como ahora que son edificios altos, eso cambia mucho, ahora no me animo a subir mucho en los apartamentos esos, antes se subía pero ahora ni hablar. No habían accidentes, solo de casualidad podía haber alguno.

– ¿Le hubiera gustado volver a Italia?

– Me gustaría conocer pero, ¿sabe lo que cuesta un viaje? Mi nieta fue hasta allá y vi fotos.

– Me parece que le tiene miedo a los aviones…

– No, yo a un avión no subo (risas). Una vuelta me llama don Salvador Mattos, el dueño de la estancia Bayucuá, que es fallecido, y me dice “quedate pronto que vamos en avión para la estancia que va un comprador de ganado”, “no, yo en avión no voy”, largó la risa, “antes me voy en cualquier cosa, espero cuando vaya la camioneta para allá”, y así fue, me fueron a buscar en la camioneta.

– Usted no trabajó solo en la construcción.

– En el 73 fue cuando se vendió esa casa (muestra una foto de la casa en donde nació que era de su familia en Varese, Italia), yo agarré esa plata y me dio por comprar un camión Mercedes con un conocido, y yo con esa plata compré al contado. Le iba a hacer una carrocería para hacer algún viaje y seguir en la construcción, pero unos amigos me dijeron que le pusiera una jaula que me daba el doble de carga. Trabajé un año con eso, me fue malísimo, ocho gomas buenas reventé…

– ¿Por qué motivo? ¿Por los caminos?

– No, porque yo no sabía. Yo veía que todos salían y antes golpeaban las gomas, yo hacía lo mismo, estaban bien infladas, pero levantaban presión y reventaban, estaban muy infladas y con el calor del verano levantaban más la presión, nunca me dijeron nada, ni una palabra ellos que estaban al tanto. Me acuerdo que salió un remate grande, era del finado “Chino” Beriau en Colonia Palma y le pedí al “Chino” que lo conocía bien a ver si me conseguía algún viaje y me fui para allá, me consiguió un viaje para Rivera, cargué y cuando salimos del empalme que agarramos para la 30, enseguida en el repecho me tapó de humo, había reventado una biela, me hizo flor de boquete en el motor. Me trajo Machiavelo y Finozzi me preguntó qué iba a hacer con el camión, ¿y qué iba a hacer? No podía arreglar el motor y pensaba vender el camión de a pedazos si era posible, “no, dejá, yo te voy a dar una mano y vamos a arreglarlo”. Me lo arregló Finozzi, me quedaban solo $ 500 en el bolsillo, “dame esos 500 que yo le voy a meter mano, lo vamos a arreglar y así seguís trabajando con nosotros”.

– ¿Esa fue su etapa de camionero?

– Había dejado la construcción para hacer viajes de ganado. Le dije a Finozzi que no quería saber más del camión, que lo iba a vender. Se lo termino vendiendo a Lagreca, de acá cerca. Un día estaba trabajando en la construcción en la estancia Bayucuá y me dicen que tenía que hablar con el Esc. Vergara, lo llamé, “le voy a dar una mala noticia, Lagreca fundió el camión y le armó pleito”, pah, ¿y ahora? Había roto un caño de goma y el radiador quedó seco, iba con 19 mil kilos de girasol y lo fundió, y me armó pleito a mí. Gracias a Dios lo gané pero siete años me costó.

– ¿Por qué quiso cambiar de rubro si había estado toda su vida en la construcción?

– Me calentaron un poco la cabeza, me decían que el ser camionero me rendía el doble, que yo con la cuchara no iba a ganar mucho y con cada viaje iba a ver los pesos… pero al final, el camión era más gasto.

– ¿Y ahí volvió a la construcción luego de esa etapa de camionero?

– Volví a la construcción.

– Usted llegó a nuestro país con casi dos años de edad, es decir, hace casi 84 años. En ese tiempo echó sus raíces, comenzó a trabajar de muy chico porque no quería estudiar, formó su familia… ¿cómo fueron estos años para usted?

– He trabajado y castigado mi cuerpo, ahora no hago nada porque el esqueleto no me da, me fatigo y no puedo hacer ni fuerza tampoco.

– ¿Y si no fuera por el “esqueleto” seguiría trabajando a esta edad?

– Seguiría… el otro día armé un canterito en el patio para plantar avena, pero lo armaba de a pedazos, el cuerpo de uno ya no aguanta tanto. Uno siente el cansancio.

– ¿Está contento con la vida que ha hecho?

– Yo gracias a Dios estoy conforme, estoy tranquilo, mi gente es macanuda, ¿qué más puedo pedir?.

Entrevista de Leonardo Silva

 

PERFIL DE ROMEO AMBROSINI

Casado, tiene una hija y dos nietas, el próximo 8 de mayo cumple 86 años de edad, es del signo de Tauro. Es hincha de Ferro Carril, aunque no le gusta el fútbol. Hace vino casero de las uvas que saca de su propio parral en el fondo de su casa. Su comida preferida es el asado.

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