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domingo, agosto 24, 2025

Peloduro y Wimpi; Un diálogo im/posible entre dos genios del humor uruguayo

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¿Qué pasaría si Julio E. Suárez “Peloduro” y Arthur García Núñez “Wimpi” se encontraran en un café montevideano? En este diálogo ficticio, el caricaturista y el escritor refinado cruzan ironías, reflexiones y risas sobre el Uruguay, la política, el fútbol y la vida. Dos estilos distintos, una misma pasión: el humor como espejo y alivio de la realidad.

Con la camiseta de la sátira gráfica, caricatura social, la ironía desde el dibujo y la palabra breve, con una mirada punzante de la vida cotidiana, sale Peloduro a comerse la cancha.

Por su parte Wimpi con su humor literario, elegante, fino, filosófico, a veces melancólico y siempre cargado de inteligencia, es un “10” de los de antes.

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CORREN LOS AÑOS 50, EN UN CAFÉ DE LA CIUDAD VIEJA

Peloduro llega con sus papeles manchados de tinta. Wimpi lo espera, sobrio, con un libro bajo el brazo.

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Peloduro: (mirando a la mesa) —¿Y esto qué es? ¿Un café con leche o una metáfora?

Wimpi: (sonríe) —Ambas cosas. El café es para despertarse; la metáfora, para seguir soñando.

Peloduro: —Yo con las dos me duermo igual. Lo único que me despierta es la cuenta del mozo.

Wimpi: —Ah, pero esa no es una cuenta, es un poema épico en cuotas.

Peloduro: —Poema épico será para vos. Para mí es un atentado contra el bolsillo, y sin caricatura posible.

Wimpi: —En el fondo, Julio, el humor es eso: la forma elegante de llorar sin que se note.

Peloduro: —¿Elegante? ¡Yo prefiero llorar con mocos, pero que la gente se ría!

Wimpi: —Y ahí está la diferencia… vos dibujás el golpe; yo escribo la sutileza del moretón.

Y EL DIÁLOGO SIGUE DANDO VUELTAS POR LAS SONRISAS

El mozo, incrédulo, apunta dos cortados. Uno para el dibujante de sonrisa socarrona, el otro para el escritor de aire europeo, sombrero ladeado y frase siempre afilada.

Peloduro: —Mire que usted me tiene confundido, don Wimpi. En unas biografías dice que nació en Montevideo, en otras en Salto. Al final, ¿qué es usted? ¿Oriental o oriental con acento del norte?

Wimpi: —Le diré lo mismo que a un periodista curioso: nací en el sitio donde uno es más recordado. Y como la memoria es tramposa, a veces me hace montevideano, otras veces salteño. En rigor, no importa dónde uno nace, sino dónde se ríe. Donde me hagan una calle, de ahí soy…

Peloduro: —¡Ah! Entonces yo nací en cada caricatura que dibujé. Porque ahí se rió medio país, aunque fuera de sí mismo.

Wimpi: —Eso es cierto, Julio. Usted retrató al Uruguay con cuatro líneas y un mechón de tinta. Yo intenté lo mismo con palabras. Lo nuestro es como esos viejos duelos criollos: usted con el lápiz, yo con la frase.

Peloduro: —Y mire que a veces la frase mata más que el garabato. Pero yo soy de pueblo: me gusta que la gente entienda el chiste sin diccionario.

Wimpi: —Mientras yo prefiero que necesiten dos diccionarios y sigan sin estar seguros.

(Se ríen. El mozo deja los cortados, desconfiando de tanta charla fina.)

Peloduro: —¿Y qué piensa del humor de este país? ¿Sirve para algo o es puro mate dulce para engañar el hambre?

Wimpi: —El humor es un espejo que se ríe de quien lo mira. Si el Uruguay no se riera de sí mismo, ya se habría declarado potencia mundial en melancolía.

Peloduro: —No sé… yo me acuerdo de mis personajes: el Pulga, el mismo Peloduro, los monitos de la página. El secreto era dibujar a la gente tal cual es, pero deformada. Porque en el fondo, todos somos caricatura de nosotros mismos.

Wimpi: —Hermosa definición. Yo siempre dije que el uruguayo es un ciudadano que camina con cara de velorio y habla con tono de conferencia, pero que cuando nadie lo ve, sonríe. Esa sonrisa escondida es nuestro tesoro nacional.

Peloduro: —Y el fútbol.

Wimpi: —Bueno, sí. Pero incluso el fútbol es un humorista: nos hace creer que somos eternos campeones mientras el tiempo nos pasa factura.

Peloduro: —Yo le voy a decir algo, Wimpi: el humor gráfico es como un cachetazo. ¡Paf! En un segundo entendiste todo.

Wimpi: —Y el humor literario es como una caricia lenta: parece que no duele, pero después uno se descubre con un arañazo en el alma.

Peloduro: —¡Arañazo el que me pega el editor cuando le llevo la página tarde!

Wimpi: —Usted por lo menos podía entregarle un dibujo; yo le llevaba tres páginas llenas de puntos y comas. La desesperación de los tipógrafos no tiene nombre.

Peloduro: —Igual, dígame una cosa: ¿no extraña el café de Salto?

Wimpi: —Yo extraño más la siesta de Salto, Julio. Esa lentitud tan nuestra, como si el tiempo estuviera esperando que termine el segundo tiempo del partido del domingo.

Peloduro: —La siesta de Salto es peligrosa: uno se duerme y sueña con que lo nombran prócer.

Wimpi: —¡Qué horror! Prefiero seguir siendo humorista: la gente se enoja menos.

(Se hace un silencio. Afuera pasa un tranvía. El bar huele a tostadas.)

Wimpi: —¿Sabe, Julio? Creo que el humor en Uruguay es la única forma que tenemos de conversar con la tristeza.

Peloduro: —Yo diría que es la única forma que tenemos de no pagar la cuenta del mozo.

Wimpi: —Exacto. La risa como estrategia económica.

Peloduro: —Y como política también. Porque si el pueblo no se ríe de los políticos, los políticos se ríen del pueblo.

Wimpi: —Gran verdad. En definitiva, el humor es la utopía más barata que tenemos.

Peloduro: —Y la más contagiosa.

Cae el telón del encuentro, y la verdad que fuimos privilegiados queridos lectores, yo, porque en un momento, que jamas en la vida voy alcanzar estas alturas, fui los dos, y ustedes tuvieron la oportunidad de reírse con estos dos maestros, si no fuimos felices con esto, jamás lo seremos, o miento yo?.

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