“Obediencia, pero la obediencia voluntaria…
que siempre será mejor que la forzada”
JENOFONTE
Hace unos cuantos años, un veterano periodista –ya fallecido- me dejó este comentario grabado en el recuerdo: “De las cosas más lindas para un periodista debe ser cuando se coloca frente a la pantalla en blanco y no sabe sobre qué escribir, no le pidieron que escribiera sobre nada en especial, no hay ningún tema en especial que resulte urgente y que lo obligue a meterse en él, y a la vez en la cabeza le dan vuelta cientos y cientos de temas posibles…Es hermoso por la libertad que se siente en ese momento”.
Valga esa introducción para expresar, más o menos, lo que sentimos en este momento. Porque se suma, que estamos en unos días de cierta quietud en el ritmo habitual que nos mueve, o en un ritmo diferente al menos, que permite entrar en otros temas quizás menos urgentes que una noticia, pero seguramente tan importantes, o aún más.
Noticias hay, por supuesto, fíjese nomás si habláramos de los incendios…Pero queremos decir que se prestan también estos días de cambio de año, para deslizarse sobre asuntos que requieren más bien de una pausa para la reflexión, de esos que si se expresaran en la oralidad ameritarían largo rato de palabras y de silencios, de muecas que buscan convocar una idea…
Hemos querido hoy –al fin nos decidimos a seguir llenando la página en blanco- hablar de la desobediencia, de la mal entendida desobediencia.
Quizás los uruguayos venimos entendiendo mal aquello que escribió una vez Eduardo Galeano, cuando manifestó el deseo de que “Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común”. Porque él lo planteaba al ser desobediente como cosa buena, como acto de rebeldía contra aquello que nos perjudica. Sin embargo, es común ver la desobediencia de nuestra gente en cosas mucho más concretas, más cotidiana, y cuya consecuencia es inmediata y, lamentablemente, nefasta.
¿Hasta cuándo habrá que repetir que no hay que ingresar a las aguas –de ríos, arroyos, lagos, lagunas- donde no está habilitado bañarse? ¿Hasta cuándo habrá que repetir que no conviene usar pirotecnia en lugares donde abunda el pasto seco porque además, hay una sequía histórica? Pues bien, no hay verano que en Salto –no precisa ir más lejos- no haya que llorar por personas ahogadas que se bañaban en lugares peligrosos. Y, como quedó demostrado en las últimas horas, a unos cuantos les entró por un oído y les salió por el otro la advertencia sobre riesgos de incendios.
¿Quiere ir a cuestiones más complejas de analizar? ¿Quiere razonar ejemplos de cosas más amplias y hasta más filosóficas, que dejan al descubierto la desobediencia? Bueno, en verdad podríamos remontarnos a Adán y Eva si hablamos de desobedecer…pero no, ahora digamos que el 17 de agosto de 1961, en el paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, el más admirado revolucionario de izquierda que hay por estas latitudes, Ernesto “Che” Guevara, decía ante una multitud que en el Uruguay había que seguir cuidando la democracia, que el Uruguay era una muy buena excepción en ese sentido; dijo que en pocos lugares, como en Uruguay había tanta libertad de expresión, y que por lo tanto no convenía atentar contra esa democracia y contra esa libertad, como sí se justificaba –según él- haberlo hecho en Cuba. Pues, ¿y qué hicieron entonces varios grupos de uruguayos organizados? Intentaron una revolución armada queriendo con ella avasallar contra la democracia que existía, contra el gobierno del momento –elegido democráticamente en elecciones libres- que, según el “Che” Guevara brindaba la posibilidad de que todo el mundo pudiera expresarse libremente.
En fin, digamos también algo de la pandemia, esa calamidad que de alguna manera tiene ambas cosas: lo concreto y cotidiano, y lo de carácter más profundo. Lo profundo a analizar sería cuál es nuestro comportamiento ante situaciones extremas, como una pandemia, esas que de golpe nos enfrentan al dilema de que un paso en falso puede significar, literalmente, la muerte. En tanto lo concreto, lo más cotidiano, pasa por entender que la eterna desobediencia hace que: aún siga habiendo gente que no usa tapaboca ni en lugar abierto, ni cerrado…Claro que si en algún lugar donde tiene necesidad de estar, alguien le llama la atención, ahí sí obedece, pero voluntariamente nunca; que aún se realicen reuniones de 30, 40 y más personas sin el mínimos cuidado por cumplir protocolos, hasta que llega la autoridad y entonces sí, todos calladitos y obedientes; que siga habiendo quienes dicen que la vacunación no da resultados, cuando los números rompen los ojos sobre lo que ha pasado desde que se empezó a vacunar…y así tanto y tanto más.
¿Y de la obediencia en cuanto a reglas de tránsito qué decir? ¿Y en cuanto al respeto por días y horarios de sacar residuos domiciliarios a la vereda? Sería interminable…Somos desobedientes, no hay caso; o forzadamente obedientes, no hay vuelta.
Ya que pasamos día de fiestas, de música y jolgorio, resulta interesante esta anécdota: El hombre estaba aturdido por la música que venía de la casa de al lado; ni siquiera podía conversar con su señora, salvo a los gritos a pesar de estar uno frente al otro. Había llegado a pasar con ellos el hijo, a quien hacía más de dos años no veían. Tampoco con él podían hablar cómodamente, el ruido (bum-bum-bum… ¿Música le dicen?) era intolerable. De colocar alguna música que a ellos les gustara ni pensar. El hombre fue a la casa de su vecino:
-Dígame Juan José, ¿cómo hago yo si quiero poner música en casa?
-Y ponga…
-No puedo por la música suya.
-Y ponga igual, esto es una fiesta…
-Pero también quiero charlar, estar tranquilo, y pasar la fiesta como a mí me gusta.
-Todos somos libres, Don Límber; así que no complique; cada cual pone la música que quiere y hace lo que quiere, estoy en mi casa, así que váyase inmediatamente y… (y una serie de insultos que evitaremos transcribir).
-Eso mismo quería que usted me dijera, que todos somos libres, pero ya está, no pasa nada, deje nomás. Feliz año.
Don Límber se retiró tranquilamente y llamó a la Policía. Dijo que un vecino lo había insultado y que además, no le permitía ni siquiera conversar con su familia ni en su propia casa. Vino la Policía y habló con Juan José. No hubo ni un insulto, nada. Juan José bajó el volumen de su parlante y la fiesta continuó, pero en armonía. Todo volvió a su cauce normal. A eso es que se le llama ser hijos del rigor, ¿verdad?
Todos sabemos qué días y horarios sacar la basura, y qué hacer para cuidarnos en el tránsito, y del Covid 19… ¿O no? Todos sabemos hasta dónde tenemos libertad, por supuesto que sí. Pero somos desobedientes, eternamente…O hasta que aprieta el zapato.









