

Cuando se habla de la historia del vino en Uruguay, es imposible no mencionar a Pascual Harriague. Este emprendedor vasco, nacido en Hasparren, Francia, en 1819, llegó al Río de la Plata a los 19 años y se instaló en Uruguay, donde trabajó primero en un saladero en el Cerro de Montevideo. Su destino, sin embargo, estaría marcado por la vitivinicultura y por la introducción de una cepa que, con el tiempo, se convertiría en símbolo nacional: el Tannat.
En 1860 comenzó sus primeros intentos de cultivo de uva criolla en su chacra de San Antonio Chico, sin mayor éxito. Lejos de rendirse, en la década de 1870 se animó a introducir cepas francesas, entre ellas la variedad Tannat, con el sueño de producir vinos al estilo de Burdeos. Tras dos años de trabajo, logró una cosecha exitosa que marcaría el inicio de la vitivinicultura moderna en Uruguay.
Su establecimiento, la Granja Harriague, pronto se convirtió en el epicentro de la actividad vitivinícola del país. Llegó a almacenar más de mil barricas de vino y a producir distintas variedades: tintos, claretes, blancos y secos. El reconocimiento no tardó en llegar y en 1888 el gobierno le otorgó una medalla de oro por la calidad de su producción.

El legado de Harriague fue aún más trascendente porque, a fines del siglo XIX, la filoxera devastó los viñedos de Europa y también golpeó en América. Sin embargo, algunas plantaciones uruguayas sobrevivieron, entre ellas las de Tannat cultivadas en Salto, lo que consolidó a esta cepa como la insignia del país. Curiosamente, un siglo después, la Tannat también se transformó en la uva bandera de Bolivia, extendiendo la influencia de Harriague más allá de las fronteras uruguayas.
El arraigo en Salto
En Salto, la huella de Harriague permanece viva, aunque muchas veces olvidada. Su antigua bodega, ubicada en la zona suburbana de La Caballada, hoy cerrada al público, es testimonio de aquel impulso pionero. El lugar conserva estructuras de gran valor histórico: 34 piletas de concreto con capacidad de casi dos millones de litros, que en su momento representaron un salto tecnológico para la vinificación en la región. Fue allí donde Harriague, junto a su amigo y también inmigrante vasco Lorda, comenzó a cultivar la Tannat en 1874, convirtiendo este rincón salteño en el “Punto Cero” de la cepa en Uruguay.
El sitio, que supo ser escenario de la Ardo Festa (Fiesta del Vino) en pasadas Semanas Santas, refleja hoy una realidad compleja: la falta de fondos y la desidia de las autoridades han dejado al patrimonio en estado de espera. No obstante, un grupo de ciudadanos, descendientes vascos e instituciones como la Universidad del País Vasco, la UDELAR y la Asociación de Vitivinicultores de Salto, trabajan para rescatar y poner en valor este espacio cultural único.
Patrimonio en riesgo y esperanza
La importancia del lugar no se limita a lo arquitectónico o a lo productivo. Se trata de un enclave histórico que simboliza el inicio de una tradición que ha dado identidad al Uruguay en el mundo. No todos parecen comprenderlo así: los fondos prometidos por instituciones nacionales, como el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INAVI), nunca llegaron, y los recursos recaudados en festivales locales parecen haberse perdido en la burocracia. Sin embargo, las ganas persisten y el proyecto de recuperación sigue sobre la mesa.
En Salto, el Tannat no es solo una cepa. Es historia, cultura, identidad. Es el legado de un vasco que, con visión y perseverancia, supo ver en estas tierras el potencial para producir vinos de calidad. Hoy, su nombre se celebra cada 14 de abril, Día del Tannat, fecha que inicialmente se creyó recordaba su muerte, pero que en realidad coincide con su nacimiento. Un homenaje justo para quien abrió el camino.
El arraigo de Harriague y de la Tannat en Salto es profundo y merece ser rescatado. Allí está latente un potencial patrimonial y turístico que, de ser puesto en valor, podría enriquecer no solo a la comunidad salteña, sino al país entero. Pascual Harriague sembró una semilla que floreció en vino, en historia y en identidad. Hoy nos toca a nosotros regar esa memoria para que siga viva.

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